domingo, 7 de diciembre de 2014

CAPITULO 42





Tres consejos para la cita perfecta.


—¿Qué tal luzco?—Paula se volvió en dirección a Flor, quien la observó críticamente desde el sofá.


—Nada mal—respondió con un leve asentimiento—¿Cuándo debes colocarte la venda?—Ella frunció el ceño de manera interrogante.


—¿Qué venda?—No recordaba ningún accidente, pero tal vez Flor veía algo en ella que valía la pena ser cubierto.
Pensaba que su falda celeste cubría lo suficiente de sus piernas y que su camiseta si bien enseñaba algo de escote, parecía bastante recatada y correcta para una primera cita.


—Bueno ya sabes—dijo su amiga poniéndose de pie y haciéndole una seña para que se diera vuelta.


Paula obedeció a tiempo que sentía las manos de Flor tomando los mechones de su cabello, para darle un acabado ligeramente decente a sus bucles. Ese día no lo había planchado, Pedro en más de una ocasión le había mencionado que le agradaba su cabello al natural, por lo que estaba dispuesta a lucir sus rulos con orgullo. Al menos esa vez, no prometería nada de las próximas veces. 


El asunto con su cabello era algo que tomaría años de terapia, para poder aceptarlo tal y como es. Pero era un buen primer paso.


—¿Qué sé?—inquirió aplacando una mueca, cuando Flor “accidentalmente” le volvió el rostro hacia adelante.


—Una cita a ciegas—informó como si con eso dejara todo claro.


—No te entiendo. —Flor bufó.


—Si serás tonta, es una cita a ciegas lo que significa que uno de ustedes dos no debería ver al otro. Pedro conducirá así que supuse que tú serias la de la venda. —Su amiga finalmente liberó su cabello y Paula tuvo que volverse para mirarla con el mayor de los desconciertos. No podía estar hablando en serio. Pero un vistazo a su rostro lo confirmó, ella realmente creía que así funcionaban las citas a ciegas.


Un recuerdo muy fugaz golpeó su mente y fue entonces que no pudo aguantarlo un segundo más, rompió en una profunda y llorosa carcajada ante el serio semblante de su amiga. Flor se cruzó de brazos bastante molesta y esperó hasta que a ella se le pasara la pataleta, pero por más que lo intentaba la risa volvía a burbujear en su interior hasta liberarse por sus labios intensamente. Entonces su amiga le dio un golpe en la cabeza y todo en ella se silencio abruptamente.


—Eso ha sido grosero—Se quejó arreglándose nuevamente el peinado—Sabes que no es fácil trabajar con esto.


—Pues no te rías de mi, mocosa. —Paula se mordió el labio para contenerse. —Tú me hiciste ir así a una cita a ciegas.


—Es que…—Las lágrimas de risa humedecían sus pestañas, esto iba a ser más duro de lo que pensaba—Aquella vez que te mande con una venda en los ojos, era porque sabía que tú no querías salir con Fer y los dos nos habíamos devanado los sesos pensando una manera. Entonces se me ocurrió que si te decía que era una cita a ciegas y que debías llegar al restaurante, y colocarte una venda en los ojos tú le darías tiempo suficiente para que él hiciera lo suyo—Se silenció al ver las chispas que saltaban de sus ojos verdes. —Lo que si me preguntas, funcionó de las mil maravillas.


—¿O sea que me hiciste sentar como una idiota con los ojos vendados, sólo porque él es un idiota inseguro?—Paula sonrió asintiendo con cuidado.


—Es el idiota inseguro que amas ¿no? ¿Cuál es el problema?


—¡El problema es que voy a patearte en cualquier momento y tal vez termines necesitando un lazarillo que te lleve a tu cita!


—Eres demasiado agresiva, amiga, yo intentaba hacerte feliz—Flor la miró con ojos en rendija, esa era su señal para “corre o esto terminara mal”


Afortunadamente golpearon la puerta y Paula salió disparada a abrir, olvidándose momentáneamente del articulo que había leído el día anterior, en donde se aconsejaba tener al hombre esperando en el umbral algunos segundos, de ese modo una no se mostraba tan desesperada por verlo. Era una ley universal para las mujeres, en donde se estipulaba claramente que: “Jamás debes contestar la puerta, al primer timbrazo” conocimiento de secundaria, según remarcaba la escritora.


Ella estaba segura que debía seguir esas palabras, pues una columnista de una prestigiosa revista femenina no hablaría porque si. Seguramente estaría más que calificada para afrontar una cita, al menos más que ella. Pero en ese instante, tuvo que desecharlo todo pues el instinto de supervivencia apremiaba. Y Flor no se veía muy dispuesta a perdonarle la pequeña broma.


—Hola Paula, hola Flor —Ella lo jaló del brazo y cerró la puerta encaminándose apresuradamente por el pasillo—Adiós Flor. —susurró Pedro quizás algo confundido por las corridas.


—No preguntes—Lo silenció Paula y él asintió, caminando detrás de ella como era su costumbre. Una miradita a su atuendo, le dijo que esa costumbre se estaba volviendo una de sus favoritas.







Una vez que sortearon a los reporteros y hallaron el deportivo de Pedro, estacionado a dos tortuosas calles de distancia, Paula se sintió tranquila de poder arrebujarse en su interior. Él colocó esa música suave de pianos y violines, haciéndola comprender lo poco que sabía de Pedro. No tenía idea cuales eran sus gustos musicales o el por qué de escuchar clásicos mientras conducía, tampoco sabía nada de su vida antes de ser escritor o para el caso si había hecho algo mas en sus veintiséis años. Él llevaba cuatro años en el negocio, pero ¿Y antes? Eran preguntas que estaba dispuesta a descubrir ese día, la cita había comenzado temprano por lo que ella descartaba una cena romántica a la luz de las velas. A menos que él estuviese pensando en llevarla en su jet privado a alguna isla tropical, donde fuese de noche o mejor aun, a una función de opera como en Mujer Bonita. Ella no conocía la opera, sería un detalle por demás encantador y podría poner en practica eso de las reacciones. O la amas y te emocionas, o la odias y jamás te llega al corazón.


Pero apresuraba conclusiones, quizás él ni tenía un jet privado. ¿Para qué lo querría? No es una estrella de rock.


—¿Tienes un jet privado?—Se volvió para mirarla un instante, tal vez cerciorándose de que ella había soltado esa pregunta tan poco común.


—¿Un jet privado?—Asintió esperando a que respondiera—¿Para qué querría un jet privado?


—No lo sé ¿Qué ustedes los ricos no tienen lujos innecesarios?


—Creo que estas pensando en un escalafón más alto del mío. Eso de los jet privados, se reserva para los empresarios ¿no?—Volvió a mirarla en un intento de confirmar su punto—Ya sabes, los magnates de los negocios que siempre tienen un jet privado, para sacar a su chica de turno a una sorprendente cita romántica…—Él se silenció abruptamente, como si una idea acabara de tocar su puerta neuronal—No estarás pensando que te montare en un avión, para llevarte a la opera o algo así ¿verdad?—Paula se sonrojó sin negar o afirmar nada, Pedro sacudió la cabeza sonriendo—Tranquila, no es tu culpa…al parecer Julia Roberts y su cuento de hadas, alteró el cerebro de varias generaciones.


—Oh no seas idiota, sólo me estoy preguntando a dónde vamos. No es como si al finalizar esto, me recompensaras con tres mil dolores. —Él la miró de soslayo, sonriendo socarronamente.


—Si mal no recuerdo, ella cobraba por prestar un servicio—Paula enarcó una ceja, pensando lo que sus palabras implicaban.


—Tienes razón, debí cobrarte por adelantado—Pedro sacudió la cabeza riendo y ella se mordió el labio, incapaz de refrenar los golpeteos de su corazón. Se sentía irreal que estuviese comparando aquella cita, con una película y aun más irreal, comparar a Pedro con Richard Gere. No que el actor no le gustara, pero el hombre que tenía a su lado no debía llevarla a la opera, o hacer nada tan ostentoso. Ella con verlo sonreír, hasta ya se sentía como su Mujer Bonita—. Entonces ¿no me dirás a dónde vamos?


—Es un secreto, no sería cita a ciegas sino. —Paula pestañó, pensando ¿Cuál sería el verdadero significado de una cita a ciegas?


—¿Qué no se supone que si es una cita a ciegas, no deberíamos conocernos?


—¿Entonces como lo haríamos? ¿Te levanto de la carretera y fingimos que somos dos desconocidos?—Ella puso los ojos en blanco. —Incluso puedo pagarte.


—¿Tres mil dolores?


—Eso se va de presupuesto.


—Entonces olvídalo, lo haremos a la antigua. —Pedro rió, esperando a que se explicara. —Tenemos que pretender que no sabemos nada del otro.


—De acuerdo. —Aceptó bajándole el volumen a la música. 


—¿De qué trabajas?


—Soy escritora ¿tú?


—Vendo droga en la puerta de las escuelas.


—¡Pedro!—Se quejó sin hallarle gracia a su comentario.


—Bien, también he escrito algún que otro soneto cuando los niños comenzaron a descubrir que el éxtasis era mejor que el crack.


—No eres gracioso.


—Tú ya sabes de que trabajo, Paula—Ella se cruzó de brazos y volvió su atención hacia la ventana, lo escuchó suspirar quedamente—En los primeros años de mi carrera, realmente escribía sonetos en Italia.


—¿En serio?—Lo miró con la curiosidad renovada.


—Así es y podías hacerte acreedor de uno, por el escaso valor de una lira.


—Eras barato—Él se encogió de hombros.


—No lo hacía por el dinero, supongo.


—¿Trabajabas con los gondoleros?


—A veces, pero casi siempre estaba en la Fontana di Trevi. —Paula intentó imaginarse a un Pedro mas joven, sentado junto a la hermosa fuente escribiendo para los enamorados que echaban sus monedas y sus deseos al agua. Ella habría sido más osada y financiado su día de trabajo con las mismas monedas de la fuente, pero obviamente Pedro tenía más entereza de carácter.


—¿Hablas italiano?—Allí iba otro detalle del cual ella no tenia idea.


—Sí, viví varios años en Italia. —Pablo abrió la boca para hacer otra pregunta, cuando el sonido de un teléfono la interrumpió. Él respondió la llamada con un botón en el mismo volante.


—Pedro Alfonso.


¿Así qué es cierto?—preguntó, una voz femenina que ni se molestó en el protocolar saludo. —Estaba en el salón de bellezas hoy…—Continuó ella sin aguardar respuesta, Pedro rodó los ojos casi imperceptiblemente pero Paula lo había captado. —Peinando a esa fofa señora O´Donell, cuando escuché que irías a ver a Oprah. ¡Dime que es cierto! Una vez mas la desconocida al otro lado de la línea, siguió sin esperarlo a élPorque si vas con Oprah debes asegurarte de conseguirme su autógrafo y decirle que soy su mayor fan en el mundo, además…


—Luciana ¿Por qué en el nombre de Dios, iría yo a ver a Oprah?—La interrumpió Pedro finalmente.


No lo sé, ahora estas en las noticias ¿Por qué ella no te invitaría a su programa?


—En primera, porque ella entrevista celebridades, en segunda porque…Oh no lo sé ¡Estoy como a un océano de distancia! —Paula ahogó una risilla al oírlo tan irónico y por primera vez no con ella, era bueno saber que al menos ese trato desdeñoso no era algo personalizado.


No seas grosero, niño rata. Hay muchas noticias dando vueltas sobre ti y en realidad me duele ser la ultima en enterarse de todo.Luciana había bajado la voz como si realmente estuviese dolida al respectoTú única hermana, debe estar escuchando los chismes de las viejas brujas
porque tú no te dignas a darme un maldito aviso. ¿Habría sido mucho decirme que te estabas revolcando con tu colega?


—¡Luciana!—La acalló, mirándola con algo muy parecido a vergüenza.


¡Oh Pedro! No soy tan estúpida, sé que no te estas guardando para el matrimonio. Así que no me vengas con esas babosadas.


—Juro que si no te callas…—La amenazó, pero su hermana estaba a años luz de descifrar su tono de aviso o quizás, simplemente le daba lo mismo.


Quiero conocerla, parece mona en las fotos y Dios! Si que parecía estar con hambre de ti…o sea como te tenia pegado, maldición si hasta pensé que era una revista para niños cochinos.


—¡Voy a colgar!


¡No! AguardaPaula se sintió ligeramente azorada ¿En realidad lucia tan hambrienta?Tengo un mensaje de mi padre. Por la forma en que lo anunció, daba a entender que no era el mismo que el de Pedro.


—¿Y qué dijo?—preguntó él estirando una mano en su dirección para atrapar la suya, Paula sonrió tímidamente y le devolvió el apretón.


Dijo si aun querías hacer eso que le dijiste que tenias planeado hacer. ¿Por qué tanto misterio? ¿Estas planeando matar a alguien?


—Calla estúpida, dile que sí.


No me digas estúpida, pequeña rata peluda. Pedro sacudió la cabeza, soltando un suspiro completamente dirigido hacia su hermana.


—¿Algo más?—No se esforzó en lo mas mínimo por ocultar su tono exasperado.


Sí, también dijo que eras adoptado y que no te quería mas… ¿Sabes? Yo le había pedido un perrito, por lo que fuimos a la perrera más cercana y tú estabas allí. Aun no entiendo por qué no nos trajimos ese Cocker Spaniel, ciertamente era más…—Y entonces Pedro colgó, se volvió para mirarla un instante para luego sonreír tranquilamente.


—Sigue escapándose de los neuro—siquiátricos. —Diciendo eso, dio por zanjada esa cuestión.


Paula se mordió el labio para no reír o seguir preguntando, optando por asentir concienzudamente. Tal y como el consejo número dos decía: “No lo presiones mas de la cuenta, cuando un hombre se siente seguro comparte sus pensamientos. Si lo presionas, solo lograras ponerlo a la defensiva”



Con las palabras del artículo dando vueltas en su mente, prefirió no ahondar en el tema de su hermana. Aunque desde ese instante decidió que Luciana le agradaba y mucho.

CAPITULO 41




Tras soltar un quedo gruñido entre dientes, Pedro extendió sus adormecidos dedos que por alguna razón aferraban con fuerza las sabanas y masculló una lenta maldición. Se dio la vuelta, dispuesto a aferrarse a algo mucho más cálido cuando su brazo aterrizó sobre el vacio. Abrió los ojos desconcertado, tratando de ver más allá del sueño que luchaba por llevárselo de regreso al inconsciente. Alzó el brazo como para confirmar que no había nadie allí, aunque claro eso era bastante obvio. La cama no era tan grande como para que se le hubiese perdido Paula, incluso sospechaba que ella podría haber terminado en el suelo. Él no era específicamente, la persona más tranquila y quieta a la hora de dormir, por lo que la teoría tenía cierto respaldo.


Preocupado ante esa posibilidad, se incorporó desenredándose de las mantas que formaban nudos en sus pies. Realmente debería probar con alguna técnica para no girar como un trompo en sueños, esto era un tanto ridículo. 


Miró el suelo, dejando ir un leve suspiro de tranquilidad, ella no estaba allí. ¡Momento! ¿Dónde estaba ella?


Observó la puerta que conducía al baño, notando el lugar tan oscuro como el resto de la habitación. Eso comenzó a confundirlo.


Pedro salió de la cama y a tientas se colocó el primer par de pantalones a mano, notando en el proceso que la silla que había usado la noche anterior como perchero, solo contenía sus prendas y no las de Paula. Tenia sentido, ella no se pondría a deambular por la casa sin ropa, no después de lo que había visto su padre. Suponía que un espectáculo era más que suficiente.


Se dirigió al baño sabiendo que Paula no estaría allí sentada en la oscuridad, aun así comprobó detrás de la cortina incapaz de pasar por alto alguna esquina. Nada.


Diferentes posibilidades comenzaron a golpear su mente, despachó las mas paranoicas casi al instante. Estaba casi seguro que no dormiría tan plácidamente, si algo malo le hubiese ocurrido a ella. Pero entonces estaba aquel detalle de que él tampoco, se despertaba a mitad de la noche para hacer un reconocimiento de su compañera de cuarto. 


¿Podría haberle pasado algo? No, imposible. Lo habría escuchado, si no hubiese sido él, su padre habría notado alguna cosa fuera de lugar. Y no recordaba ruidos fuertes, gritos, disparos ni nada. Así que esa opción, definitivamente quedaba abolida.


Luego por supuesto, estaba la posibilidad de que ella solo hubiese ido a la cocina a beber algo. Si bien Pedro no era de esa clase de personas que desperdiciaba horas de sueño en viajes al baño o a la cocina, tal vez Paula sí lo era. 


Antes de seguir analizando esos detalles, decidió bajar las escaleras y comprobarlo de una buena vez.


Todo el trayecto lo hizo a oscuras, siendo gran conocedor del territorio en el que se movía. Las habitaciones que cruzaba estaban desérticas y conforme se acercaba a la cocina, una muy insana sensación de malestar comenzaba a acelerar los latidos de su corazón. Al entrar y encontrarse todo como lo habían dejado después de cenar, las teorías prácticamente saltaron por la ventana con arrojo. Y él que incluso había pensado que podría haberle pasado algo, cuando era obvio que Paula simplemente se había marchado.


Sin una nota, un adiós o un mísero beso de despedida y a mitad de la noche.


La cólera comenzó a inundar sus venas, sintiéndose estúpido parado solo en la oscuridad, esperando por ella, buscándola, deseándola incluso entonces.


Iba a matarla.


Sus pies resonaron en la escalera, conforme subía a trompicones hacia el cuarto. Ira, rabia y unos irrefrenables deseos de apretarle el cuello, bullían bajo la superficie. 


Nunca se había encontrado tan cabreado consigo mismo, por confiar tan estúpidamente que las cosas estaban bien.


 Nadie se marcha como un ladrón en la oscuridad, si no tiene algo que ocultar. Paula le había pintado esa falsa sensación de seguridad, para luego traicionarlo mientras dormía. No había nada más bajo que no tener las agallas de enfrentar a la otra persona. Pedro admiraba la entereza que siempre manifestaba, pero odiaba su obstinación. ¿A dónde demonios quería llegar con ese jueguito? ¿Por qué simplemente no podían estar de acuerdo en lo que querían? 


Él lo estaba intentando, Paula era la primera persona que le ponía las cosas tan difíciles. Aceptaba el hecho de que habían iniciado todo mal, pero con un demonio al menos que tuviera el valor de decirle en qué se había equivocado ahora.


Tiro de la manga de su sweater, prácticamente rompiéndolo en el proceso. No estaba muy preocupado por ver que utilizaría, solo quería ir tras de ella y pedirle una maldita explicación. Porque esa vez estaba casi seguro de no tener idea cual era el problema. ¿La habría ofendido en sueños? ¿Hizo algo que no debía? No pensaba que ella estuviese muy en desacuerdo con sus atenciones durante la noche, entonces ¿Qué?


— ¿Qué ocurre, campeón?—Pedro se volvió sobresaltado, ignorando que todo su alboroto había despertado a su padre.


Intentó no poner los ojos en blanco, al repasar mentalmente su pregunta. Pablo seguía llamándolo “campeón” como cuando tenia cinco años. De no haber estado a una onza de perder los estribos, se lo habría remarcado. Pero en ese instante todo le daba exactamente lo mismo.


— ¿Pedro?


Paula se marchó—masculló con los dientes apretados.


Su padre asintió como si eso no lo sorprendiera en lo absoluto y él lo ignoró terminando de colocarse el estúpido sweater.


— ¿Y vas a buscarla?—Le ofreció su mejor mirada de ¿no es eso obvio? y luego, fue por sus zapatos. — ¿Crees que es buena idea?


—Voy a traerla aquí, aun si debo arrastrarla de los pies. —Pablo sacudió la cabeza, bajando la vista un instante. Pedro se incorporó, increpándolo con la mirada.


— ¿No te preguntaste por qué se marchó?—Claro que se lo había preguntado, pero sabía que él no tenía las respuestas, sólo ella y su extraño cerebro femenino lo sabían.


—Pienso averiguarlo—Pasó junto a su padre y éste lo detuvo del brazo.


—Pedro, son las seis de la mañana estoy seguro que ella estará allí en una hora e incluso dos horas mas tarde. No hay necesidad de que corras a buscarla y menos en ese estado.


— ¿Qué estado?—inquirió mirándolo con los ojos en rendijas.


—Estás molesto, comprendo que la sorpresa de despertar solo te tenga confundido. Pero piensa un segundo hijo—Se negaba a aceptar aquello como un hecho, no estaba confundido. Estaba furioso. — ¿Acaso la chica no tiene razones para haberse marchado?


—No—respondió automáticamente.


No después de lo bien que había salido todo tras su breve discusión. Habían arreglado las cosas, ella se había fundido a su cuerpo, lo había besado y acariciado, completamente entregada a su propio deseo. ¿Por qué se iría después de decirle que permanecería a su lado? ¿Por qué?


—Estas demasiado acostumbrado a ganarte todo sin esfuerzos Pedro, en parte es culpa de las mujeres con las que te has rodeado hasta ahora. Y en parte es culpa de tu propio orgullo. —Pablo lo soltó antecediéndolo en la retirada, pero volviéndose unos segundos para terminar de hablar—Has encontrado a tu contraparte, Paula no te entregara nada fácilmente. Esa chica es tan o más testaruda que tú, y si la has ofendido no te ganaras su perdón con un simple: lo siento.


— ¿Y qué hago?—preguntó, quizás ahora sintiéndose algo confundido después de todo. Pablo se encogió de hombros.


—Cuando le pidas sus razones, escúchala. —Luego sin decir más salió de la habitación.


Pablo frunció el ceño, llevándose una mano a la nuca en un gesto de profundo análisis. Tras pasar unos minutos simplemente pensando, sonrió lenta y calculadamente. Tal vez, finalmente comprendiendo lo que le había querido decir su padre.


Estaba molesto aun, claro. Pero ahora, al menos tenía un plan.







Sintiéndose limpia y luego de haberle asegurado a Flor que podría pasar un tiempo sola, mientras ella le hacia las compras. Paula se dejó caer en su sofá, con su laptop sobre las piernas. Estaba más que decidida a terminar de escribir su parte del nuevo capítulo, Pedro había hecho todo mientras ella estaba jugando a las conferencias, era hora de que se pusiera a trabajar. No había mejor momento que el presente, pues la puerta de su edificio se colmó de periodistas luego de que el sol despuntara en el horizonte. 


Afortunadamente, ella y su amiga habían arribado un poco antes de eso. Por lo que la opción de distraerse con una caminata, estaba completamente fuera de sus planes.


No se sentía del todo proclive a escribir. Aun tenía una molestia presionando su pecho y curiosamente esa molestia, aparecía cuando pensaba en Pedro dormido. Ya habían pasado cuatro horas desde que ella hubo abandonado la casa de Pablo y por ende a su compañero de cuarto, aun así él no la había llamado o enviado un email. Nada.


Pedro no se había puesto en contacto por ninguno de los métodos convencionales, tampoco los inconvencionales, si es que existen esos métodos. Paula dudaba que siguiera durmiendo, tarde o temprano debía despertar. Pero ¿Por qué esperaba que la buscara? Después de todo, ella lo había dejado solo.


Luego de tan hipócritamente pasar una de sus mejores noches entre sus brazos, Paula se había levantado y huido mientras él bajaba la guardia. Había algo de cobardía en su acción, simplemente no podía negarlo. Porque deseaba decirle la razón de su decisión, pero también estaba esa pequeñita—casi insignificante— parte que tan sólo quería regresar a su lado. Ella no era de hielo, Pedro le gustaba. 
Casi todo el tiempo, lo que debía de significar algo. Pero también le desagradaba, casi todo el tiempo, lo que también debería de analizar. Pero muy en lo profundo, sabia que no iba a hacer ni una ni otra cosa. Se negaba rotundamente a desperdiciar mas pensamientos en su colega, el mismo que la había acusado de traicionarlo, ese desgraciado que siempre la atacaba con sus comentarios afilados. ¿Por qué debía sentirse mal por abandonarlo? Si analizaba las cosas con detenimiento, él había hecho cosas peores. Y Paula estaba decidida a no meterse más en ese juego estúpido.


Hasta el momento había sido divertido, ver que tan lejos lo llevaban. Incluso tenia algo de emocionante, eso de intentar sacarse mutuamente de quicio. Pero en alguna parte, ella comenzó a perderle el sentido a esa pelea infantil. Porque estúpidamente había perdido el objetivo principal, en un inicio solo quería causarle molestias, irritarlo y hacerlo que se alejara de ella. Ahora ya no estaba segura de querer que se alejara por las mismas razones, y eso era una terrible mierda desde cualquier punto de vista.


—Odioso Alfonso—murmuró para sí. Tecleando en su computador las mismas palabras, sin siquiera darse cuenta.





El sonido de algo estrellándose contra el piso, la hizo pegar un brinco en su asiento. Paula se volvió sobre el hombro, confirmando para sí misma que aun no poseía visión de rayos X. Podía jurar que el ruido había salido de su cocina, pero considerando que su única compañía se limitaba a Tiburoncin que la miraba desde su pecera con inocencia, 
ella no podía detener la creciente paranoia. ¿Qué o quién podría haber ocasionado el sonido?


Lentamente dejó su laptop sobre el sofá y se incorporó estirando el cuello, y aguzando el oído en busca de pistas. 


Por un instante lo único que escuchó, fue su respiración y la continua vibración del motor en la pecera. Tiburoncin y ella compartieron una mirada interrogante. Paula pretendía pedirle a su pez que fuera a checar, después de todo él era el hombre de la casa. Pero tras meterse en su castillo color fucsia, le dejó claro que no estaba dispuesto a ponerse los pantalones.


—Vaya hombre—masculló con resignación.


Quizás solo había sido el viento. Otro ruido. Paula se petrificó en sus pantuflas de oso polar. Tal vez Tiburoncin tuviese un lugar para ella en su castillo. ¡No! Debía ser valiente. Necesitaba armas.


Escudriño el pequeño apartamento, buscando algo que fuese remotamente de utilidad. Podía haber un intruso en su cocina o una rata, ambas opciones eran igual de escalofriantes y ante la idea de hacerle frente a una rata, Paula hasta deseó que hubiese un intruso. Vio su laptop e hizo ademan de levantarla, pero luego lo pensó con detenimiento, tenia muchas cosas valiosas en esa cosa y estrellarla en la cabeza de alguien no era un buen modo de hacer uso de todas sus funciones. Observó una taza sobre la mesita auxiliar, dudando que pudiera causar algún daño. 


Sacudió la cabeza, preguntándose internamente cómo es que no poseía un maldito garrote. Libros, hojas, cajas, botellas vacías, mas libros. ¿Cómo podría defenderse con eso?


Entonces un sonido inconfundible la saco de su estúpido análisis. Paula había oído claramente una maldición, una maldición que estaba segura las ratas aun no sabían pronunciar. Miró la puerta que daba al pasillo y luego a la que comunicaba con la cocina. Una persona racional, no lo habría pensado y ya estaría bajando las escaleras con el culo en la mano. Paula en cambio se había adelantado para tomar una de las botellas de vidrio, con la intención de hacerle frente al asunto. Ella no dejaría a merced de un ladrón su pequeña casa, amaba cada cosa que tenia allí. 


También cogió el teléfono, sólo para amenazar con llamar a la policía de ser necesario.


Colocó la mano suavemente sobre la puerta e intentando no hacer ruido, la empujó. Su cocina estaba vacía, a no ser por un salero y una cuchara que descansaban parsimoniosamente en el piso. Se puso en cuclillas para levantar la cuchara, tratando de comprender cómo diantres había llegado allí. Frunció el ceño en tanto que se incorporaba y encontraba la única ventana abierta. Estiró una temblorosa mano para cerrarla, cuando claramente escucho pasos provenir de su despensa.


—¡Tengo un bate y llamare a la policía!—Amenazó alzando la cuchara en lo alto, como si con ella pudiera persuadir al intruso de marcharse. La puerta que daba a su despensa permaneció inmóvil, así como Paula que prácticamente se vuelve de hielo en esos interminables segundos de espera. 


—¡Lo digo en serio! ¡Estoy marcando!—El teléfono estaba juntó al salero en el piso, por lo que ella estaba mintiendo y de una forma muy poco creíble.


—¡Eso no es cierto!—respondió una voz molesta del otro lado. Paula trató de no inmutarse porque el ladrón supiera descubrir su engaño tan fácilmente.


—¡Lo hago! ¡Lo hare!—La puerta se abrió.


—¿Sí?—inquirió él incrédulo, bajando la mirada hacia el auricular. Paula lo fulminó con la mirada. —Tranquilízate 99, aborta la misión y despacio…baja esa cuchara.


—¿¡Qué demonios haces aquí!?—Lo increpó aun sin disminuir el agarre de sus agarrotados dedos, alrededor de la cuchara. Él sonrió como si toda la situación lo divirtiera y ella soltó un grito histérico. —¡Casi me das un susto de muerte!


—Lo siento, no pensé que tu ventana seria tan estrecha. —Se volvió en dirección de la susodicha, observándola con cierto grado de irritación. Al parecer había intentado colarse por la ventana, antes de irrumpir por su despensa.


—¡Tengo puerta! ¡Imbécil!—Le aventó la cuchara para enfatizar sus palabras. Prácticamente la hizo cagarse en los pantalones.


—No podía entrar por la puerta…—Paula se dio la vuelta, regresando a su salita. Pedro la siguió de cerca, aun explicándose—Esta lleno de periodistas.


—¿Entonces decidiste que lo mas sabio era meterte por la ventana?—Él se encogió de hombros, al parecer ese había sido justamente su razonamiento. —¿Qué si yo tenia un arma? ¿Qué si te daba un tiro en la cabeza?


—Oh Paula, sé que no tienes armas.


—¡Aun así podría haberte hecho daño!


—Sí, claro. Tú y tus cucharas representan una enorme amenaza para la sociedad. —Se cruzó de brazos y la miró con fingido reproche— Deberían encerrarte, eres sádica.


—Púdrete.


—No vine a hablar de eso ¿Podemos por favor concentrarnos?—Ella se dejó caer nuevamente en su sofá, ignorándolo con el mayor de los tactos. —Venga, no quería asustarte. Sólo quiero hablar contigo.


—¿Qué quieres?—Lo miró por entre las pestañas, demostrándole que no se sentía deseosa de esa conversación.


Pedro suspiró y se sentó a su lado. Por un segundo tan solo se observó las manos, ella no apartó los ojos de su perfil. Le sorprendía que estuviera allí, mas considerando que la prensa estaba esperando atraparlo infraganti. Habría esperado una llamada en que le recriminara su huida en medio de la noche, nunca espero que fuera a buscarla. Y a pesar de que aun no decía nada, ella tenia una idea bastante clara de la razón que lo había llevado a colarse por su ventana.


—Te marchaste—Le dijo, aun sin mirarla. Una pequeña nota de enfado decoraba su timbre, aunque había algo más, algo que ella no supo discernir.


—Sí…—susurró en respuesta, a pesar de que él no se lo había preguntado. Pedro dirigió sus ojos azules hacia ella.


—¿Por qué?—Paula se sacudió incomoda, apartó la mirada. 


Él la tomó por la barbilla, guiando su rostro nuevamente hacia arriba—Dijiste que te quedarías…pensé que teníamos un acuerdo—Sacudió la cabeza liberándose de su amarre.


—Yo sé lo que dije, pero no podía quedarme allí.


—¿Es por lo que vio mi padre? Te aseguro que…


—No, no tiene nada que ver con tu padre. —Se apresuro a cortarlo—Él es estupendo.


—¿Entonces?—Paula se mordió el labio inferior, no había hecho un plan para afrontar esa situación. No lo quería cerca, no pensaba bien así. —Paula, dime que va mal.


—Nada—dijo rápidamente—Todo…no sé. —Y odiaba terriblemente no saber por qué quería estar cerca de él a pesar de todo. Era tan patética. —Márchate Pedro, no deberías estar aquí.


—No voy a irme, hasta que me des una explicación—Ella no respondió—Maldita sea, Paula. ¿Por qué sigues haciendo esto?


—¿Yo?—inquirió, viéndolo fijamente—¿Yo lo hago, Pedro?


—Tú eres la que sigue poniendo obstáculos, sí. —Afirmó él con un deje de frustración. —¿A qué estas jugando? Te ofendiste cuando te ofrecí algo sin compromiso, dijiste que no eras de esas mujeres. ¿Pero luego de dormir conmigo huyes?


—No entiendes.


—No, claro que no entiendo. Y no lo voy a entender, al menos que me lo expliques—Paula se puso de pie, necesitando poner distancias. Desafortunadamente Pedro la imitó, colocándose detrás de ella. —Dime…—Ella negó efusivamente, él la tomó por la cintura imposibilitándole escapar de aquel interrogatorio. —¡Dime, Paula!


—¡No!—Se volvió para enfrentar sus ojos—Esto no va a pasar, no vas a seguir confundiéndome. Márchate. —Le dijo con mas convicción de la que jamás se hubiese creído capaz, él asintió dando un paso hacia atrás parecía tan o mas confundido que ella. Y ese hecho la hizo titubear, aun así no volvió a abrir la boca. Ya había dicho lo que tenia que decir.


Pedro sacudió la cabeza y tomándola desprevenida, le extendió una mano que ella aceptó por simple inercia. ¿Se estaba despidiendo? ¿Con un apretón de manos? Paula no lograba encausar pensamiento alguno, aun así se permitió disfrutar del contacto unos segundos hasta que Pedro habló.


—Pedro Alfonso, mucho gusto. —Ella lo miró y luego a sus manos entrelazadas, sin entender absolutamente nada. —Soy escritor, tengo veintiséis años, un padre, una hermana, soy huérfano de madre…—hizo una leve mueca al decir aquello—Y mis pasatiempos son leer, mirar películas estando en la cama, correr y coleccionar vinos. A veces se me va la lengua diciendo tonterías, pero es que olvido que en el mundo real las cosas no siempre se solucionan al final. Es tonto de admitir, pero creo que me dejo llevar por la ficción. Y pienso que tras unos capítulos de agonía, todo será perdonado. Lo malo es que me doy cuenta tarde, pero si lo miras en perspectiva. Al menos me doy cuenta…


—¿A qué viene todo esto?—preguntó con la voz casi audible. Pedro sonrió con aspereza.


—Sé porque te marchaste, Paula. No te culpo, yo también me patearía si pudiera hacerlo. Pero quiero enmendarlo.


—¿Enmendarlo?


—Desde que te conocí solo quise sacarte de mi camino, te veía como un obstáculo… como algo que debía dejar atrás. —Ella frunció el ceño, admitiendo para sí que no le gustaba oírlo decir aquello. —Tú también querías lo mismo conmigo—Se justificó y Paula tuvo que asentir muy a su pesar. —Y somos buenos los dos, somos buenos compitiendo. Pero no quiero seguir compitiendo contigo…


Paula sintió su mano cerrándose alrededor de sus dedos y no halló fuerza para apartarlo. Aunque la guerrera lo habría hecho.


—Me gustas, Paula. —Ella alzó ambas cejas hasta el nacimiento de su cabello, esperando de todo menos esa confesión—Y pienso que yo no te gusto lo suficiente. —Fue a responder, pero Pedro se le adelantó. —Lo hicimos todo a los tropezones, a los golpes. —Sonrió, tal vez recordando alguna anécdota mutua—Y fue divertido, pero te permití pensar que es todo lo que tengo para ofrecer. No es así.


Pedro


—Espera, escúchame. —Le cubrió los labios con su pulgar, adelantándose tanto como su resistencia se lo permitió—No quiero que me perdones por lo que te dije antes.


—¿Qué…?—inquirió, aunque la palabra retumbo contra su dedo perdiendo casi toda su entonación.


—Empecemos devuelta, déjame mostrarte que puedo ser algo más que un hijo de puta. Y si todavía sigues pensando que no valgo la pena, entonces no te molestare más. No habrá ninguna clase de resentimientos, terminaremos el libro y cada cual seguirá su camino—Finalmente apartó la barrera que cubría su boca.


—¿Por qué?


—Porque…—realmente lo había jodido, no tenia idea de por qué. —¡Dios! Eres tan perturbadora ¿Por qué siempre necesitas una razón?


—No lo sé—respondió escuetamente—Tal vez solo estoy recopilando información, para dárselo a las revistas. —Pedro la miró con los ojos en rendijas.


—De acuerdo, me equivoque. —Admitió bastante frustrado. Hasta ese instante pensaba que su plan iba viento en popa, pero claro que Paula le disparó al aire para bajarlo de un hondazo. —Hice mal en acusarte de esa forma y lo lamento.


—¿Sólo eso?


—¿Qué mas quieres? No puedo volver el tiempo atrás, pero le estoy plantando cara al asunto. A diferencia de algunos, que solo huyen en la oscuridad.


—Bien…—Él enarcó una ceja, incapaz de descifrar algo de su expresión. —Digamos que ambos cometimos errores…—Pedro comenzó a sonreír—Aunque los tuyos fueron mas grandes que los míos—La sonrisa vacilo, hasta regresarse cabizbaja. —¿Cuál es tu propuesta?


Entonces la sonrisa se desplegó sin que nadie pudiera detenerla.


—Una cita—Paula lo escrutó con detenimiento. Tal vez creyéndolo efectivamente loco, quizás lo estaba pero en realidad Pedro no iba a ponerse a buscar la procedencia de sus actos. Había ido allí con una intención, si lograba concretar esa parte, luego pensaría en el resto. Primero lo primero.


—¿Una cita?—Él asintió—¿Cómo a donde?


—Seria una cita a ciegas—Ella se golpeó el labio con el índice pensándose su respuesta detenidamente, tras unos eternos minutos lo miró con el rostro serio y terminó por tenderle la mano.


—Una cita entonces—Pedro volvió a presionar su pequeña mano, pero en esa ocasión para cerrar el trato. Y aprovechando la ventaja, la jaló en su dirección, hasta que su cuerpo quedo completamente pegado al suyo. Le encantaba tenerla de ese modo y aunque eso no formaba parte del plan aun, no veía nada de malo en darse una pequeña libertad.


—No te arrepentirás—Le susurró al oído, inhalando su perfume en el proceso. Ella se apartó lo suficiente, para mirarlo con una ceja enarcada escépticamente.


—Eso lo veremos—replicó tan desafiante como el primer día en que se vieron. Sólo que en esa ocasión había un brillo de anhelo en su mirada y Pedro supo que debía marcharse, antes de que su plan de echarle freno a esa carrera se le fuera irremediablemente al carajo.


—Me voy. —Le gustó ver el pequeño gesto de decepción que dibujaron sus labios.


Tal vez le gustaba más de lo que incluso ella supiera. Pero por más que le gustaría permanecer allí y averiguarlo, tenía una cita que planear. Se apartó arrastrando su orgullo hasta la cocina. Paula lo siguió deteniéndose en el quicio divisorio.


—¿Y cuando es la cita?—Pedro se volvió sobre su hombro, pensando la respuesta.


—Te llamo esta noche con los detalles. —Ella asintió en tanto que él se disponía a abrir la ventana.


—Oye, Pedro…—La miró nuevamente—¿Por donde subiste?


—Por la escalera de emergencia—Apuntó a la susodicha que se extendía por fuera de su ventana.


—¿Tengo escaleras de emergencia?—inquirió con su rostro sumido en confusión y una media sonrisa juguetona, él tuvo que hacer uso de toda su fuerza mental para no regresar y comerle la boca allí mismo.


—Me tranquiliza saber que saldrás ilesa de tu edificio en caso de una emergencia. —Ella soltó una carcajada.


—Ah ok, Spiderman ten cuidado—Pedro sacó medio cuerpo hacia fuera, buscando hacer pie del otro lado de la ventana. Al salir por completo notó que ella se apoyaba en el alfeizar para mirarlo. —Adiós—Lo saludó con una nota de humor en su voz, Pedro se detuvo en uno de los escalones pensando que simplemente no podía dejar pasar esa oportunidad. 


Alzó la mirada, buscando atrapar su atención.


Habla. ¡Oh! ¡Habla otra vez ángel resplandeciente!—Exclamó, a sabiendas que ella reconocería sus palabras. —Porque esta noche apareces tan esplendorosa sobre mi cabeza como un alado mensajero celeste ante los ojos extáticos y maravillados de los mortales, que se inclinan hacia atrás para verle, cuando él cabalga sobre las tardas perezosas nubes y navega en el seno del aire. —Paula soltó una musical carcajada y repentinamente su rostro se enserió, colocándole la misma determinación a sus ojos color del chocolate.


—¡Oh Romeo, Romeo! ¿Por qué eres tú Romeo? Niega a tu padre y rehúsa tu nombre; o, si no quieres, júrame tan sólo que me amas, y dejaré yo de ser una Capuleto. —Él bajó la vista un instante mirando al piso, para hacer la parte de su soliloquio.


—¿Continuaré oyéndola, o le hablo ahora?


—¡Sólo tu nombre es mi enemigo! ¡Porque tú eres tú mismo, seas o no Montesco! ¿Qué es Montesco? No es ni mano, ni pie, ni brazo, ni rostro, ni parte alguna que pertenezca a un hombre. ¡Oh, sea otro nombre! ¿Qué hay en un nombre? ¡Lo que llamamos rosa exhalaría el mismo grato perfume con cualquiera otra denominación! De igual modo Romeo, aunque Romeo no se llamara, conservaría sin este título las raras perfecciones que atesora. ¡Romeo, rechaza tu nombre; y a cambio de ese nombre, que no forma parte de ti, tómame a mi toda entera!


—Te tomo la palabra. Llámame sólo “amor mío” y seré nuevamente bautizado. ¡Desde ahora mismo dejaré de ser Romeo! —Le guiñó un ojo, retándola a darle un cierre a ese juego. Paula se humedeció los labios con la punta de la lengua, antes de decir:

—Por ahora, sólo serás…Pedro—Entonces simplemente cerró la ventana.