miércoles, 10 de diciembre de 2014

CAPITULO 50






Destellos de triunfo.


—¿Qué tal luzco?


—Si desabotonas al menos tres botones, podríamos vender tus favores en las calles—Javier le frunció el ceño, vagamente ofendido por su comentario.


—Pues aun no estoy tan desesperado, como para intentar robarte el trabajo—Pedro rió, mirándolo a través del reflejo del espejo.


Se colocó el saco que terminaba por completar su atuendo formal, nunca se sentía cómodo vistiendo de ese modo, pero la situación requería cierta decencia por su parte. Luego se volvió y alzó las manos, esperando su crítica.


—Nada mal—Sentenció su agente, observándolo con poco interés—.Casi pareces un niño grande.


—Oh gracias, entonces he conseguido el efecto esperado.


—Al menos te dignaste a usar pantalones, eso es un gran merito—Javier deambuló por la habitación, toqueteando libros o pasando sus dedos por la cómoda, como si de alguna forma estuviese evitando entrar en una charla mas profunda. Pedro se dedicó a colocarse los gemelos, en tanto que fingía no sentir la tensión en el ambiente. —Así que… ¿Qué tal Roma?


—Ya sabes, misma fuente, mismo coliseo, mismo paisaje…


—La ciudad del amor—masculló su amigo en voz queda, deslizando la mirada un segundo en su dirección. Pedro le dedicó un chasquido de lengua.


—Esa es Paris.


—¿En verdad? Hubiese jurado que era Roma.


—Pues no—Javier se encogió de hombros.


—Supongo que no importa la ciudad, estando enamorado todas deben se verse estupendas ¿no lo crees?


—¿A qué viene esto?—preguntó fastidiado, ante la dirección que tomaba la conversación.


—A nada, solo hacía un comentario.


—Tú no haces comentarios sin intención, dime qué te traes—Él no respondió, sino que se dedicó a darle una mirada inocente. —Vale, Javier…no debes preocuparte, te dije que me comportaría.


—No digo lo contrario, confío en ti. Pero es que a veces tu racionalidad, no corre en la misma dirección que la mía.


—¿Acaso piensas que hare una escena?—rió suavemente—. Me tienes en muy baja estima, compañero. No tengo razón para comportarme mal, verla no me produce nada. Eso está en el pasado…—Javier enarcó una ceja y Pedro se silenció, sabía que ese gorgoteó verbal parecía decir todo lo contrario. Parecía que de alguna forma, no solo intentaba convencer a su amigo sino que intentaba convencerse a sí mismo. Cosa que era completamente mentira.


—Esto es importante para ambos, Pedro. No solo para ti y Paula, también para mí—Se acercó unos pasos, viéndolo fijamente a los ojos. —Jamás esperé que dos de mis escritores, obtuvieran una nominación. ¿Entiendes la magnitud de este evento?


Pedro lo miró confuso, sin atinar una reacción más cínica o más desinteresada. Algo que le habría gustado mostrar, algo que debería haber mostrado. No tendría que sentir curiosidad, pero allí estaba presente el sentimiento y por más que quiso patear la duda de su mente, se encontró a sí mismo haciendo la pregunta.


—¿A qué te refieres con dos de tus escritores? —Su agente lució un gesto aun mas desconcertado que el suyo propio.


—¿A qué me refiero? No estés de broma, Pedro. Necesito que te enfoques en lo importante, necesito que hoy entres en ese salón, sonrías y te muestres estúpidamente feliz con tu vida.


—¿Por qué no iba a mostrarme feliz?


—Bien, sabes… eres un idiota— Javier se dio la vuelta dirigiéndose a la puerta. —Solo promete que te comportaras, si no quieres hablar con ella, perfecto. Eso hará las cosas más fáciles.


—No respondiste mi pregunta— Su voz lo detuvo en medio de su dramática retirada.


—No entiendo tu pregunta. —Pedro suspiró pesadamente.


—¿Por qué dos de tus escritores? —Él se encogió de hombros debajo del dintel, lo observó como buscando la razón por la cual regresaba sobre una obviedad.


El problema era que para Pedro, aquello no era una obviedad. El problema era que en algún momento, el mensaje se había extraviado y mientras se miraban fijamente, Javier lo comprendió. Su amigo, realmente no lo sabía.


—Porque soy el agente de ambos—explicó en un susurro de voz, notando el desconcierto en los ojos azules que lo estudiaban.


—¿Qué pasó con Julieta? —Javier no supo si reír o maldecir la astucia de Paula.


—Julieta ya no trabaja con Paula, en realidad hace tres meses que dejó de hacerlo.


—¿Por qué?


—¿Por qué?—repitió incrédulo. — ¿Realmente no lo sabes?


—¿Saber qué? Ya dímelo… —Javier sonrió con aspereza.


—Ella vendió las fotografías, las robó del mail de Paula y las vendió. —El rostro de Pedro se cubrió por una mascara de frialdad, sus ojos destellaron rabia y Javier supo entonces la fortaleza que había tenido Paula al engañarlo.


—¿Por qué no me lo dijiste? —masculló con una nota de indignación.


—Creí que lo sabías.


—¿Saberlo?—En esa ocasión el tono de Pedro, se elevó incluso mas.


—Cuando Paula me llamó para pedirme consejo, me dijo que había hablado contigo al respecto. También me dijo que entre ambos habían acordado no tomar acciones legales, me dio a entender que no querías volver a oír del asunto. Y que no querías volver a oír noticia de ninguna de las dos, lo respeté. Supuse que…


—Ella no me dijo nada—Interrumpió, la cólera ya hasta era palpable—. Ella te mintió y me hizo a un lado—Javier reaccionó ante esas palabras.


—¿Ella te hizo a un lado?—Le espetó en reproche, Pedro no parecía dispuesto a tomar su parte de culpa en todo ese juego—. Nadie hace a un lado a una persona que decide alejarse, Pedro.


—No me vengas con…


—¿Vas a culparla a ella?—Lo cortó —Así que Paula es la culpable de todo, es culpable de que tú no supieras sobre Julieta y también es la culpable de que no tuvieras tu pequeña cuota de venganza. —Sonrió sin gracia—. Has resultado ser más cobarde de lo que esperaba, buen amigo.


—Cierra la boca.


—Sí, lo hare. Porque es una perdida de tiempo intentar razonar contigo, te molesta que en esta ocasión decida no estar de tu lado.


—¿Así va a ser?—inquirió alzando ambas cejas con brío— ¿Ahora tienes un nuevo favorito?


—No se trata de favoritismo, estúpido. Se trata de ti…—Javier sacudió la cabeza, incapaz de encontrar el hilo de pensamiento que utilizaba su amigo—. Pedro, no te fuiste porque te sintieras traicionado. Sé que eso fue la excusa que te diste, pero también sé la verdadera razón que te hizo marchar. Falta que tú la aceptes y dejes de actuar como la victima, nadie puede hacerte a un lado al menos que estés presente. —Miró su reloj de pulsera y luego al chico. —Es hora de irnos.


En silencio ambos abandonaron la casa, Pedro se sumergió en sus pensamientos en tanto que dejaban las calles de su barrio atrás, y se dirigían al departamento de su antigua colega. La velada ya comenzaba a fastidiarlo y eso que aun ni siquiera la había enfrentado. Todo cobraba una velocidad no deseada, mientras la paz que había amasado esos tres meses se diluía con las últimas palabras de su amigo.

CAPITULO 49





3 Meses después.


Las campanas retumbaban en todas partes, la gente sonreía, ella se veía hermosa, él resplandecía y las campanas seguían retumbando. ¿Cuántas campanas eran las adecuadas? ¿Es que acaso alguien iba a detenerlas? 


Una por cada año juntos, una por cada pelea, esto debía de ser una broma…


Despertó.


—¿Qué mierda?—gruñó de forma poco femenina, cuando hubo conectado el teléfono a su oído. Campanas, que ironía.


—Bonita forma de responder.


—¿Qué hora es?


—Hora de sacar el trasero de la cama. —Paula se volvió para observar el reloj en su cómoda, eran las siete de la mañana. Las siete, en un puto sábado. Esto no tenía perdón de Dios.


—Muérete.


—Venga Paula, esto es importante. —Ella movió los labios, insultándolo de todas las formas que mejor se sabía, pero obviamente sin emitir sonido.


—En diez minutos—intentó negociar.


—Busca tu correspondencia, ahora. —Órdenes, solo sabía dar órdenes. —Y llévame contigo.


Se embutió en sus pantuflas y se echó la bata más descolorida que halló a los pies de su cama. No había ninguna fuerza que la hiciera moverse mas rápido, pero ya se había levantado así que por el bien de la paz mundial, haría lo que pedía. Comenzó a ojear las cartas ociosamente.


—¿Por qué supervisas mi correo? ¿Acaso planeas pagar mi renta?


—Sigue buscando—Se limitó a responder él, con una leve nota de humor en su voz.


Paula continuó pasando los sobres, buscando algo que fuera remotamente de importancia. Si tenía segundo vencimiento, eso quería decir que podía esperar al menos un mes mas.


—Mm… ¿Ahora fumigas termitas?


—Muy graciosa.


—¿Así que la de las termitas no es tuya?—Él se mantuvo en silencio. Y fue en ese momento en que sus ojos se toparon con una carta poco usual, tal vez era su consistencia o tal vez ese algo que te advierte cuando has dado en la diana. 


Sea lo que fuese, ella tuvo que hacer un alto y detallarlo con la mirada.


El sobre era blanco y un poco más grande que sus compañeras “cuentas”, eso significaba que no era una de ellas. Le dio la vuelta buscándole el remitente y de ser posible sus ojos se abrieron un poco más.


—¿Esto es…?


—Ábrela. —No necesitó ninguna otra instrucción, con manos temblorosas rompió una de las esquinas procurando no dañar el contenido. Había un montón de hojas que nunca dicen nada relevante y luego…


“Estimada Señorita Chaves:
Por medio de la presente, nos es sumamente grato informarle que la novela escrita en conjunto con Pedro Alfonso, Evidencias, ha sido nominada por el comité ingles del Premio Nobel. En el cual muchas…”


—Ay ¡Santa mierda!


—Así es. —Ella no respiraba, las palabras aun seguían dando vueltas en su cabeza, ni siquiera había sido capaz de terminar de leer el primer párrafo. Pues temía de un momento a otro, perder el conocimiento. —¿Paula? ¿Estas ahí?


—Aguarda, solo permíteme…— ¿Qué le permitiera qué? ¿Morir? ¿Volver a nacer?


Ella estaba nominada al Premio Nobel, si cruzaba la calle y la arrollaba un automóvil, moriría como una leyenda. Bueno, ganar sería el sueño hecho realidad, pero una nominación era incluso igual de estupendo. Eso significaba que su escritura servía para algo, eso significaba que no apestaba tanto y eso significaba más ventas. Aunque, por supuesto no era la esencial, pero al demonio. Ahora tenía una nominación al Nobel en la bolsa, podía permitirse un poco de egocentrismo ¿cierto?


¿Y por qué les pregunto a ustedes? Ninguno tiene una nominación, pero ella sí.


—¡¡Soy tan malditamente afortunada!!


—Por supuesto, pero intenta no gritarlo en el auricular. —Ella rió apartando el aparato.


—Lo siento. —Abrazó la hoja y por puro instinto brincó como una niña sorprendida en su cumpleaños con un nuevo poni. La gloria tenía forma de papel y entonces al igual que un balde de agua fría en invierno, le cayó la primera línea de pensamiento disconforme. —¿Él lo sabe? —Silencio. — ¿Javier?


—Hablé con Pedro hace unos minutos, me dijo que la carta también llegó a su casa.


—Ah…—No supo que decir por un instante. —O sea que… ¿Está en su casa? —No le importaba, definitivamente no quería saberlo ¿Para qué lo había preguntado?


—Sí, regresó hace una semana.


—Por supuesto.


—Paula ¿Estas bien con esto?


—¿Yo?—Preguntó incrédula. —¿Por qué no estaría bien? Fuimos nominados, eso era lo que queríamos ¿cierto?


—Cierto. —Se aclaró la garganta, todo estaba en orden.


Sí, Pedro finalmente se había dignado a regresar a Inglaterra, pero eso no cambiaba nada. El libro estaba hecho y ellos no tenían motivos para verse, todo seguía el curso normal.


—¿Asistirá…?—Todo seguía su curso normal, todo seguía su… «¡Demonios!» Con una mano espantó una escurridiza lágrima de su mejilla ¿Qué tan patética podía ser? Lo bueno es que nadie podía verla.


—Lo hará y tu también ¿verdad? No hay nada que impida que pasen unas horas en un mismo salón.


—Claro, Javier, por mí no hay problema.


—Ese es el espíritu. —Su agente guardó silencio una vez más.


Paula pudo notar que a pesar de la euforia de tener a dos de sus escritores nominados a un Nobel, había algo que lo incomodaba. Lo mismo que la incomodaba a ella, lo mismo que tal vez incomodara a Pedro. ¿Quién sabe? Con él nada es lo que se supone debe ser.


—Gracias por todo, Javier.


—No te ponga sentimental, pequeña, aun tenemos que ganar.


—Por supuesto. —Sonrió.


—Mantente fuerte, Paula—Y con eso ultimo, colgó.


Ella llevó la carta apretada en sus manos, aun oyendo la voz de Javier en su cabeza. Fuerte. Algo que había aprendido en esos meses, era a ser fuerte. Podría soportarlo, es mas iba a soportarlo y a demostrarles a todo mundo en esa competencia que era una mujer orgullosa de sus tres I.


Independiente, inteligente e intrépida.


Sin importar qué, Paula iría preparada y por supuesto que sacaría sus mejores armas.

CAPITULO 48





Las tres I


«Ella mantuvo la cabeza reposada sobre su pecho, el aroma de su cabellera inundaba sus fosas nasales, como una fresca fragancia primaveral. No importaban las circunstancias, por alguna razón se sentía agradecido de que finalmente se rindiera a ese momento, juntos.


Deponer las armas, así era el modo en que comenzaron a llamarlo. Parecía un juego para ambos.


Ayúdame y te ayudaré, traicióname y olvídate de tu existencia, bésame y perderás la conciencia. Tan infantil y tan genuinamente adulto a veces.


James se preguntaba por qué todo siempre era tan complicado con Charley, divertido pero endemoniadamente complicado. Tanto que en ocasiones sentía el impulso de meterle un calcetín en la boca y esperar a que ella captara la indirecta. No, no es que la quisiera sumisa todo el tiempo, sabía que eso era imposible. Pero ¿Era mucho que pedir algo de paz?


Habiendo resuelto su pasado, habiendo dejado atrás aquel asesinato que marcaba su futuro de un modo tan turbio—una marca que ella no merecía cargar—habiendo logrado eso, debería ser capaz de ahuyentar hasta el último de sus fantasmas y solo disfrutar el momento ¿verdad?


Pero no lo hacía por completo, ella no estaba presente en ese abrazo. Y aunque su cuerpo permanecía pegado al suyo, el calor que normalmente vendría acompañado de dicho contacto, parecía más bien vacio. Distante, solitario, frío, sobre todo frío.


—¿Qué va mal?


Ella negó sin despegar el rostro de su camisa, James acarició su cabello y sacando fuerzas de un deseo marchito, la apartó.


—Mírame, Charlotte ¿Qué pasa contigo?—Alzó la mirada casi mostrándose avergonzada, casi era la palabra clave en esa oración. —¿Aun tienes miedo?


Estúpido de él por pensar que estaba asustada, una mujer como ella no experimentaba miedo, lo inspiraba o caso contrario lo producía.


—James…—Siempre que pronunciaba su nombre, se humedecía los rojos labios de una forma seductora. A decir verdad, siempre que pronunciaba el nombre de cualquiera de género masculino, lo seguía dicha acción. No es que él no lo hubiese notado antes, pero esa vez le fue incluso un tanto más evidente.


—Estamos bien ¿verdad, Charley?


—Siempre estaré en deuda contigo, lo que hiciste por mi…—Bajó la vista un instante. Creadora de suspenso y de escenas perfectas hasta el final, debía aplaudirle aquello. —Me has regresado mi libertad.


—Nunca perdiste tu libertad, solo perdiste la estima de los que te rodeaban. Pero prometí solucionarlo, prometí hallar al culpable y lo hice.


—Cierto.


—¿Entonces?—Debía haber una razón por la cual ella había retrocedido tres pasos, desde que él la hubiera soltado minutos antes.


—Estoy feliz, James. —Una genuina sonrisa surcó su hermoso rostro y parte del peso en sus hombros remitió. Un peso que hasta el momento de esa sonrisa, él ni siquiera era consiente de estar cargando.


Se acercó tomándola por la cintura, ella se perfiló para besarlo pero él prefirió retenerla por la barbilla y observarla. Sus gestos calculados, sus ojos seductores y su sonrisa aniñada, a la vez traviesa, a la vez desafiante. Todo ella era una delicia, Charlotte no tenía más defectos que el ser un alma dolida. Tan golpeada por la vida y los desgraciados, que en cierta forma hasta inspiraba nostalgia.


—Entonces yo soy feliz con tu felicidad.


—No tienes que ser feliz con mi felicidad, tienes que buscar la tuya propia.


—Tienes una lengua de víbora ¿Lo sabes?—Ella enarcó una ceja.


—Creo que lo he oído antes. —James la besó, sin importarle nada la conversación. Y por un eterno y glorioso momento, eso fue lo único que ambos se permitieron disfrutar.


Que cortos, que tontos e inútiles son los lapsos de felicidad.


La felicidad no debería existir, es mejor vivir la miseria. Pues es estúpido dedicar una vida a un sentimiento que se evoca, en aquellos instantes en que menos eres consiente de que se te será arrebatada.


—Debo irme.


Palabras que no significarían nada cualquier otro día, pero allí algo volvía a estar fuera de contexto.


—¿Irte?—inquirió algo renuente a perder su resquicio de gloria. —¿Cuándo regresas? —Entonces lo patético hace acto de aparición, haciendo a uno lucir mas estúpido que de costumbre y piensas ¿Realmente no lo entiende? ¿O le gusta alargar la agonía?


—Lo siento, James.


—¿Qué sientes?—Le gusta alargar la agonía.


—Sabías que esto no sería para siempre. —Ella se desenredó de su abrazo ¿Por qué el vacio era ahora más doloroso que frío?


—¿Esto? —Y la búsqueda por el más idiota agonizante, parece ser algo inacabable.


—Me devolviste mi libertad.


—No, Charlotte. No te devolví absolutamente nada…—Ira—Resolví el caso, lo que pasa entre nosotros, no tiene nada que ver…—Negación.


—Siempre tuvo que ver. —Compasión. —Y por eso te reservo un lugar en mi alma


—Pero…no puedes huir, no puedes sacarme de un hoyo y hundirme en otro mas profundo. —Desesperación. —¡Dime! ¿Qué demonios pretendes con eso? ¿Acaso te excita o te divierte que te ruegue? No voy a seguir de este modo, ya no.


—No quiero que lo hagas. En realidad, no pretendo tal cosa de ti. Hasta el momento ha sido fascinante, esto, nosotros…pero es mejor…


—¿Arruinarlo antes de que duela?—Lo miró con una imperceptible vacilación en sus ojos.


—Así es.


—Perfecto, entonces. Lo has arruinado. Desde el mismo momento en que cruzaste esa puerta, lo supe. Echarías mi vida a perder y yo iría gustoso detrás de ti ¡Que estúpido he sido!


—¡Verdaderamente estúpido! —Reclamó, como si parte de ella estuviese ofendida por sus palabras.


—Pude haberte dado todo lo que merecías, sabes que me entregaría en cuerpo y alma…


—No necesito tu alma, James. No necesito nada de nadie, el problema es que te empeñas en intentar arreglarme. —Alzó los brazos. —¡Mírame! Soy malditamente perfecta, no hay nada que puedas hacer por mí.


—No, no hay nada. Hace mucho tiempo que no eres más que un recipiente, sin contenido.


—Pero me amas.


—El amor se pasa.


—No el que sientes por mí.


—Te matare en mi corazón.


—No puedes —Él se dio la vuelta, ignorando en vano su presencia—.Yo tengo tu corazón.


—Pues mejor aun—respondió lacónico—. Sera tu responsabilidad de ahora en adelante.


—No deseo tu amor.


—Y yo no deseo amarte, al parecer ambos tenemos que lidiar con lo que nos toca.


—James…


—Los gastos del caso, corren por mi cuenta. No debes pagarme nada, ha sido un placer conocerte. Si me disculpas…—Le envió una mirada de reojo a la puerta, aun así ella no se movió.


—Escúchame.


—¿Con qué propósito? Hay cosas que es mejor ignorarlas, ya sabes…duele menos cuando están ausentes.


—¿Eso es lo que quieres? ¿Ausencia?


—Es lo único que pido a cambio.


El viento de la puerta al azotarse, se arremolino a través de los papeles que descansaban en su escritorio. James tomó una nueva carpeta, otro caso de desapariciones o muerte sin resolver lo esperaba, pero aquella vez las ansias de atrapar al culpable no surgieron al instante. En cambio se permitió fantasear con otro posible final.


Lo intentó con vehemencia, hasta que comprendió que con ella el final siempre se dirigía al mismo sitio. Un abismo. Y en esa ocasión, no se sentía lo suficientemente fuerte como para brincar una vez mas. Los últimos saltos lo habían cansado y la ultima caída había sido la mas dura ¿Para qué seguir causándose heridas? Primero debería dejar que la sangre mermara en todo su ser, entonces quizás el siguiente golpe lo sentiría menos o acabaría por matarlo. Al caso era lo mismo, aunque quizás, quizás se merecía la agonía previa al deceso. Eso es algo en lo que seguramente, ambos habrían estado de acuerdo. »







No sabía si reír o llorar, no, definitivamente allí estaban las lágrimas. Sin duda alguna, esto se iba por el camino acuoso. Paula presionó los papeles que sostenía entre sus manos y tomando un suspiro, volvió a revisarlos. No había posibilidades de error, esa era la letra de 
Pedro. Por desgracia, tampoco podía negar que el final para la historia que le había enviado, era un mensaje directo para ella. Algo como “quiero distancia”. Y si el contenido de la carta no fuese suficientemente claro, el remitente desde donde la enviaba no daba pie a discusiones.


—¿Y bien?—Ella alzó la vista lentamente y la sonrisa que llevaba Leo, se extinguió en su propio nacimiento. —¿Tan mal?


—Peor que mal—Él suspiró dejándose caer a los pies de su cama.


—Pensé que la carta traía buenas noticias.


Paula no respondió, no podía negar que cuando Leo llegó con su correspondencia y le enseñó una carta de Pedro, parte de ella también se llenó de esperanza. Infundadas, por supuesto, pues él no le hablaba desde hacia una semana. En teoría no parecía tanto tiempo, en la práctica parecía una eternidad. Luego de aquella, poco comprensible discusión en la que ella no había tenido ni oportunidad de abrir la boca, Pedro había literalmente desaparecido. Desde ese día hasta dos horas atrás, ella se había puesto en la tarea de localizarlo. Llamadas telefónicas no respondidas, emails ignorados, visitas a su casa, su estudio y a la casa de Pablo, que también terminaron por ser callejones sin salidas.


Él nunca regresó luego de su pequeño ultimátum, y ella resignada había telefoneado a Flor para que la recogiera. 


Pensaba que si le daba la posibilidad de calmarse, podrían hablar como seres civilizados. Después de todo, no era la primera vez que Pedro decidía ignorarla. Paula aun tenía fresco el recuerdo de la vez que le había robado el auto. Él sólo regresó cuando ella vio todas sus posibilidades muertas, pero en esa ocasión las cosas eran diferentes. Ella no podía explicar lo ocurrido en un maldito mensaje en su buzón de voz, tampoco le parecía correcto hacerlo por email. ¿Pero cuáles eran sus alternativas? Él le estaba aplicando su famosa ley del hielo. Y era tan estresante, tan infantil e inmaduro que ella realmente quería mandarlo al diablo.


Pero no iba a hacerlo, porque ante los ojos de Pedro, Paula había cometido un error. A pesar de que ese error fuese tan estúpido, como intentar proteger a su hermano.


—Lo siento mucho, Paula, todo esto es mi culpa.


—No importa—Aunque sí importaba, por más que ella quisiera convencerse de lo contrario.


Leo no había actuado con malicia, sus intenciones no habían sido impulsadas por el deseo de echar a perder su relación o la carrera de su colega. Y ella no veía una razón por la cual él debiera disculparse. Pedro no quería escucharla, si le diera la oportunidad de explicarse quizás las cosas no tendrían ese color tan oscuro. Aun así sobre su cama, tenía las hojas garabateadas por su propio puño en donde claramente le pedía que lo dejara en paz. No había mensajes subliminales, Pedro había sido concreto y conciso. ¿Tenía caso seguir intentando contactarse con él?


—Es que no entiendo como las fotos llegaron a esa revista. Me crees ¿verdad?


—Sabes que sí, cariño.


Él se veía tan frustrado como ella, quizás el hecho de no tener respuestas era lo que la hacía sentir fuera de sí. 


Porque eso significaba que al presentarse ante Pedro, tampoco tendría nada con que respaldar la palabra de Leo. 


Por supuesto que ella creía en su hermano, pero Pedro no sería tan indulgente. Hasta la fecha, le llamaba la atención que no les hubiese puesto una demanda. Tal vez parte él, también estaba esperando que alguien echara algo de luz en esa maldita tormenta.


Pero Paula estaba tan ensimismada ante la negativa de su “novio” que ya no le veía propósito a buscar un culpable. 


¿Con qué objeto? ¿A Pedro le importaría que fuese o no ella culpable? ¿Tener a quién apuntarle con el dedo, cambiaria el hecho de que una vez mas él prefería tenerla como primera sospechosa? No, no lo haría.


Entonces ¿Para qué molestarse? Ahora restaba terminar de escribir ese estúpido libro, entregarlo a los editores y callar para siempre todo eso que habían compartido. Que para el caso, no había sido mucho ¿cierto?


Sólo una persona verdaderamente masoquista, buscaría arrastrarse ante un ser vil y cruel que no confía en ella. Y ella no sería la estúpida en esa escena.


—Voy a preparar algo de té—Leo se puso de pie y lentamente salió de la habitación.


Paula se echó las mantas sobre la cabeza, pateando a un lado el manuscrito de Pedro. Él y esa estúpida novela podían irse al diablo. Mañana la terminaría, mañana le agregaría algunos párrafos mas desoladores que los de él, mañana haría evidente en su libro que el amor era una mierda. Y que sentirse enamorado, era lo peor de los tormentos. Después de todo, no había nada malo en reflejar algo de realidad. Si Pedro pensaba que podía desintegrar su relación en tres hojas, ella le iba a enseñar que podía desintegrar su falso amor en tres líneas.


—Tock, tock…—Nada la haría emerger de su capullo de mantas, ni siquiera esa voz tan irritante. —Paula…tu hermano me dejó entrar. —Leo merecía la horca por eso. 


—Sé que estás un poco susceptible, así que seré rápida. —Esa era una frase cantada. —Tengo tu agenda electrónica aquí, ya te organicé todo tu programa para que lo único que tengas que hacer, es asistir.


—Genial—masculló aun sin mostrar la cara.


—Estuve hablando con Javier, él dijo que se pondría en contacto con Pedro.


—No será necesario. Ya me envió su parte.


—¡Oh! ¿En serio?—¿Podía ser que ella sonara un tanto burlona?—O sea que ustedes dos ya están hablando…


—No, solo me envió su parte—No quería darle explicaciones ¿Por qué no se largaba de una buena vez?


—Ok…mira cielo, comprendo que en este momento te sientas desdichada. Y sí, Pedro es un hombre entre pocos…—Se descubrió la cabeza y la fulminó con la mirada.


—No necesito oír esto de ti, mañana te enviaré el capítulo terminado. Ahora me gustaría estar sola. —Julieta sonrió, tratando de no mostrarse afectada por lo cortante de su tono.


—Está bien—Se alisó una arruga imaginaria de su falda—Aun es demasiado pronto, pero veras que en unos meses nos reiremos juntas de esta tontería.


Sabrá Dios a lo que ella llama tontería ¿Acaso compartir a un mismo hombre entraba en la categoría? No podía asegurarlo, los confines de la mente de una arpía escapaban de su conocimiento.


—Bien, adiós.


Julieta abrió la puerta y antes de tener que apreciar el movimiento detallado de su culo de pasarela, Paula volvió a echarse la manta sobre la cabeza. No era nada positivo que esa zorra la hubiese visto de ese modo, toda sufrida y acongojada por Pedro. Porque ¡Vamos! Es Pedro, debía recordarse que era un hombre insufrible, odioso, maleducado y un…excelente cocinero, amante, amigo.


—¡Demonios!


Sacudió la cabeza y evitó seguir pensando, salió de su cama dispuesta a olvidar cualquier cosa relacionada con su vida amorosa. La cual, dicho sea de paso, estaba comenzando a caducar. No podía lamentarse eternamente, ni tampoco podía rogarle a un hombre. O sea ¿En que momento los roles se invirtieron? ¿Acaso no era el hombre el que volvía desolado y perdidamente enamorado a pedir una segunda oportunidad? ¿Es que su romance era tan poco común que ni siquiera en eso irían con la corriente?


Tomó las hojas que descansaban en el piso y las acomodó tranquilamente, luego las dejó sobre su cómoda y se observó en el espejo. Su reflejo era triste. No que tuviera lapsos de descomunal belleza, pero lo que veía en ese instante era lamentable. Se sonrió así misma y masajeó sus parpadas, tras un largo momento de silencio, volvió a la acción. Cogió la agenda electrónica, preguntándose que tantas basuras le habría programado Julieta.


Lecturas, presentaciones, visitas a librerías, nada fuera de lo usual eso no la emocionó ni un poquito. Habría sido súper, poder hacer aquello con Pedro. Pero… ¡No! Nada de PedroPedro era pasado, Pedro estaba muerto. Bueno, vale, un tanto extremista. No muerto, pero definitivamente era agua de otro caudal.


—Uh…esa es una buena analogía. —Abrió la aplicación para escribir, pero como era propio de ella y la tecnología, tocó todos los botones hasta que hubo encontrado una hoja en blanco. Lo que más le llamó la atención fue que era una hoja de email y no el bloc de notas en donde acostumbraba a plasmar ideas espontaneas.


Frunció el ceño y revisó el aparato con mayor detenimiento, ni siquiera recordaba que se podía acceder a su cuenta de mails desde la agenda. Pero vagamente a su mente se asomó aquel día en que paso horas configurando esa porquería, fue la emoción del momento pero luego lo relegó por completo.


Se mordió el labio, dubitativa, observó la pantalla en donde le pedían un remitente y lentamente la presión de sus dientes aumentó. Algo…


—¡Leo! —Paula no esperó respuesta, fue hasta la cocina aun viendo su casilla de emails en la pequeña pantalla. —¡¡Leo!!


—¿Qué?—Él parecía un tanto intranquilo por su apresurada entrada. —¿Estas bien? ¿Qué pasa?


—Dijiste que…—Una mirada rápida a la pantalla, las cosas simplemente eran de no creerse. —Tu dijiste que las fotos, me las mandaste a mi…


—A tu email…—Completó él, al notar que Paula parecía eclipsada por el aparato que llevaba en sus manos. —¿Qué va mal?


—¿Me las mandaste a mi email?—inquirió, sin mirarlo.


—Sí, ya te lo dije. Era una broma…


—¿Qué fue lo que pusiste en el mensaje?—Leo se detuvo a pensar un momento, después de todo había pasado un tiempo desde aquel día.


—Pues…que si no te comportabas con tu amiguito, le enviaría las fotos a mamá.


—¡Oh por Dios! —Paula se pegó la vuelta y con la cara encendida en rabia, salió de la cocina.


—No entiendo nada ¿Qué ocurre?—Por cada paso que daba detrás de ella, sus ideas cobraban distintas y mas retorcidas direcciones. —¿Paula?


—¡Fue ella!—Con un ademan apuntó la puerta cerrada. 


Leo siguió el movimiento de su mano y luego regresó la vista hacia su hermana.


—¿Ella? ¿De qué demonios hablas?


—Ella…—Paula sacudió un puño en el aire, como si no pudiera terminar de digerir sus propias palabras. —Vio tu mail antes que yo, imprimió las fotos y las vendió. Las vio a través de esto…—Alzó su agenda frente a sus ojos. —¡Esa puta! ¡Maldita puta resentida! ¡¡Golfa arrastrada!!


—¿Hablas de Julieta?—Ella le ofreció una mirada agria.


—No, Leo, hablo de miss universo.


—Vale, eso no era necesario.


—¡Lo que no es necesario es esta conversación! —Fue su turno de fruncir el ceño.


—¿Qué tienes en mente?—Paula sonrió de medio lado, una chispa poco usual pareció encender sus ojos chocolate.


—Lo que tengo en mente, es patear un culo esquelético hasta dejarle tatuado mi talle de zapato ¿Te apuntas?


—¿No es eso ilegal?


—Lo que ella hizo es doblemente ilegal—Leo asintió ligeramente en acuerdo, mientras la puerta de entrada se abría de un golpe repentino.


—¿Mis oídos pitaron o acabo de oír que patearían un trasero?


—Flor, esto puede llevarnos a la cárcel. —Su amiga sonrió con regocijo.


—Me importa una mierda ¿A quién apalearemos?


—A su agente—respondió Leo, dispuesto a afrontar la cárcel o lo que fuera por la felicidad de su hermana. Paula le guiñó un ojo sabiendo que él la seguiría sin importar qué.


—¡Entonces iré a ponerme un sostén!


—¡No!—La detuvo Paula, con vos firme. —Es una causa feminista, sin sostén.


—Sin sostén, será. —Accedió Flor, mientras le lanzaba una chaqueta a su hermana para salir.


—Ustedes están locas. —murmuró medio en broma, logrando que ambas le sonrieran maliciosamente.


—No tienes idea.


Y sin decir mas, los tres se dispusieron a solucionar una de las tantas fallas en la vida de Paula. Primera parada, deshacerse de la zorra traicionera, segunda parada encontrar a su hombre y hacerlo entrar en razón. Sin duda alguna, esa sería una semana ajetreada para ella.