sábado, 6 de diciembre de 2014

CAPITULO 40



Maniobra Evasiva.


Luego de quitarse su brazo de encima, ella realmente pensaba que liberar el resto de su cuerpo seria sencillo. El primer intento solo logró que se hundiera mas en su “incomoda” posición, el segundo casi y lo tuvo… pero terminó por ganarle, para el tercero había conseguido sacar las piernas de la cama, y con el impulso justo se pudo escurrir de debajo de las mantas. Volvió la vista sobre su hombro, notando que afortunadamente él dormía.


Paula soltó un suspiro, descubriendo lo débil que podía a llegar a ser la carne. Mas tratándose de su escritor favorito, desnudo, dormido, cansado y completamente apetecible. 


Parte de ella quiso regresar a la cama, dejarse abrazar por su tibio cuerpo y olvidarse de que tenía una conciencia. Pero la tenía y con un demonio, era peor que ese asunto de Pepe grillo para el pobre Pinocho. No debería estar allí, no debería haberse quedado, no debería haberse reído con Pablo y besado a Pedro tanto como si fuese la cosa más natural del mundo. Ella no pensaba claro teniéndolo tan cerca, no pensaba claro en condiciones normales muchos menos con Pedro a pocos milímetros.


Se levantó y con los pies en puntillas se dirigió al baño, en el camino fue recogiendo su ropa. Mas avergonzada de lo que nunca admitiría, cerró la puerta y reposó su peso en ella. A esa distancia podía poner las cosas claras, pero antes debía vestirse y llamar a Flor.


Su amiga contestó con voz somnolienta, arrastrando las palabras.


— ¿Qué?


—Necesito que vengas a recogerme.


—Te dije mil veces que no camines por la calle de las prostitutas ¿En que delegación estas? —Paula puso los ojos en blanco.


—No estoy en la cárcel. Y ya te dije que eso fue estudio de campo. —Una caminaba una noche por esos lares y el estigma la seguía el resto de sus días.


— ¿En donde estas?


—En las afueras de Londres—respondió tras pensarlo un momento. Oyó el sonido de Flor posiblemente incorporándose en su cama.


— ¿A las cinco de la mañana?


—Sí, Flor a las cinco. —Su amiga suspiró con desgano.


— ¿Dónde específicamente? ¿Paula?


— ¿Florencia recuerdas aquella vez que te hice prometer golpearme la cabeza con un mazo si hacia algo muy estúpido?


—Sí lo recuerdo, esa noche bebimos mucho—Paula asintió recordando el momento.


—Bueno, debo decirte que como palabra de mejor amiga, estas en la obligación de darme con el mazo.


— ¿Qué paso?—Preguntó con tono horrorizado.


—Digamos que…como que me acosté con Pedro.


— ¿Cómo qué? ¿No estás segura? Realmente debes pasarte al café amiga…


—Sí estoy segura y sí lo hice, más de una vez para ser exactos—Flor se mantuvo en silencio, quizás digiriendo sus palabras o quizás se había dormido otra vez. Ella no estaba dispuesta a apostar por ninguna opción.


—Ya veo… ¿Y cual es el problema?—Paula bufó, antes de sumergirse en su diatriba.


Le contó lo del articulo, aunque eso ella ya lo sabia, le contó sobre la desconfianza de Pedro, sobre lo que le había dicho luego como justificación, la pelea, la especie de reconciliación, su cambio de verdadero idiota a tipo demasiado agradable y también el detalle que había visto su padre, pero eso solo para que ella riera un poco. Al finalizar se sentía liberada, si Flor sabía cada detalle de su vida, entonces no sentiría que estaba viviendo dentro de una maldita comedia de escritor muerto de hambre.


—Así que ahora me siento como una estúpida, pero es que el desgraciado es tan persuasivo, Flor. Y yo no soy así, no me dejo engatusar por un rostro bonito…


—Ese es un rostro muy bonito, si me lo preguntas.


—Lo sé. —Admitió con un deje de frustración— ¿Qué hago?


— ¿Dónde esta él ahora?


—Duerme, del otro lado de la puerta.


—Bien cielo, no te preocupes…estaré allí en un periquete y te vendrás conmigo. Claramente ustedes dos necesitan enfriarse, quédate en el baño yo te enviare un mensaje cuando este allí.


—Gracias amiga—Paula procuró susurrar cada silaba, consciente repentinamente de que él podría despertar en cualquier instante. —No tardes.


—No. Y Paula, se fuerte. —Ella asintió a pesar de que la otra no podía verla—Recuerda la clase de mujer que eres, no necesitas a un chulito que te caliente la cama.


— ¿No?—inquirió incrédula.


—No—Le respondió con tono decidido—Eres independiente, inteligente e intrépida.


—Las tres I.


—Exacto. No sucumbas ante palabras bonitas, si ese tipo quiere celeste que le cueste.


—Claro—Concordó encontrando a su guerrera perdida. Por un segundo hasta echándola de menos. Le sorprendía que parte de ella quisiera despachar a la guerrera y abrazar a la nueva Paula, esa que recibía atenciones más que especiales por la noche. ¡Pero no! Esa Paula es floja, es tonta y por sobre todo, esa Paula es débil.


Pedro la había ofendido, la había lastimado más que en todas las ocasiones anteriores y pretendía arreglarlo llevándosela a la cama ¿En serio? Luego se sorprendía de que la pusiera en el mismo escalón que su madre, había respondido del mismo modo que ella lo haría. Abriendo las piernas y dejando que todo se diluyera con la bruma de otro coito. ¡Que patética!


—Debería darte vergüenza.


— ¿Por qué? ¿Yo que hice?—Paula soltó un leve risilla y colgó la llamada. Aun así la sensación de sentirse avergonzada, volvió a avasallarla y mientras estuvo allí esperando a su amiga se replanteó una y mil veces su decisión.


Pero cuando salió del baño y lo encontró tan plácidamente dormido con las sabanas enredadas a su escultural cuerpo, lo supo. Eso era lo que debía hacer.

CAPITULO 39




Él quiere, ella quiere.


La llamada de Javier le había marcado un nuevo objetivo, aun todo el cabreo y la confusión seguían estando allí, pero Pedro estaba dispuesto a patear todos esos asuntos a un lado por el bien de su propia sanidad mental. El plan era simple, Paula sólo bajaría la guardia si jugaba su carta de niño bueno. No había que ser un genio, ella sentía atracción hacia su persona quizás casi tanto como él. Y aunque en un principio se le había resistido, sabía que ahora ella no tenía la misma resolución que antes. Javier estaba en lo cierto, si Pedro realmente se lo proponía podía obtener cualquier respuesta de ella. Sólo tendría que tener tacto y hacerle creer que el terreno que pisaba estaba firme, entonces como un cazador que acecha a su presa, él la tendría de pie sobre un trampa camuflada y ella ni lo notaria.


Guiado por el espectacular aroma de la comida de su padre, se decantó por ir a echar un vistazo rápido en la cocina. 


Podría pensar y actuar mejor con el estómago lleno. Pero al cruzar la puerta de vaivén, se encontró con una escena inesperada. Al parecer Paula había terminado de jugar con la bañera, pues se encontraba sentada sobre la isla de la cocina, viendo a su padre cortar algo cerca de la estufa. Ella tenía el cabello húmedo y así casi parecía negro, se le rizaba en la parte inferior creando bucles que se esparcían por su espalda. Ya no llevaba el vestido, en cambio lucía una blusa verde agua y unos jeans desgastados que muy posiblemente pertenecían a su hermana. Él bajó la vista hasta sus pies, notando que llevaba las perneras dobladas como tres veces sobre sí. Definitivamente esa ropa era de Luciana.


—Prueba esto—Le dijo su padre, ignorando por completo su presencia en la puerta.


Paula se inclinó para tomar lo que le ofrecía y luego se lo llevó a la boca con un gesto de anticipación casi infantil. Ella se quedó en silencio, mientras saboreaba lo que fuera que la hizo hasta lamerse la punta de los dedos. No le sorprendía, Pablo tenía un talento envidiable para la comida.


— ¿Qué te parece?—Preguntó viéndola de soslayo.


—Está delicioso—respondió Paula con una sonrisa que pocas veces le regalaba a él. Curioso detalle.


—Te dije que el sabor del vino es casi imperceptible.


—Tenía razón—Pedro reposó su peso en el vano de la puerta, observando a distancia.


Pablo continuó moviéndose de aquí para allá, cortando algo, salando otra cosa, probando la temperatura de la estufa y manteniendo la conversación con Paula. Un hombre multifunción. Atributo que siempre le había agradado de su padre.


—Esta receta es la favorita de Pedro—Él se puso alerta al oír su nombre, sabía que el olor se le hacía familiar “Muslos de pollo al vino con peras”. Bien, definitivamente su padre se llevaba un premio al mejor anfitrión.


—Jamás pensé en mezclar peras y vino, pero el resultado me agrada—Pablo soltó una leve carcajada y él tuvo que reprimirla para no delatarse. El comentario de Paula era el típico de una persona que jamás puso un pie en una cocina. Al menos no para cocinar— ¿Siempre estuvo interesado en la gastronomía?


—Siempre—respondió orgulloso de su trabajo. Era bueno, no había razón para negar ese hecho—Sabes, tengo tres hermanas y mi madre intentó enseñarles a todas ellas a cocinar. Hasta el día de hoy ninguna sabe hervir agua, pero el don de la cocina terminó por manifestarse en estas dos manos, gracioso ¿no?—Ella rió en acuerdo.


—Bastante, pero no es una sorpresa. —Bajó la vista a su regazo, ligeramente avergonzada—Yo no puedo ni hacer huevo duro.


—Eso se puede solucionar. —Repuso Pablo con convicción—Tal vez no termines siendo chef profesional, pero con algunas clases lo del huevo duro será tu fuerte—Ambos soltaron carcajadas y Pedro sacudió la cabeza reconociendo el humor de su padre.


—Sin duda esto de la cocina ayuda a ganar puntos.


—Oh claro, las personas caen rendidas a tus pies cuando saben que puedes alimentarlos—La expresión de Pablo se tornó algo ausente, Pedro no estaba seguro de poder adivinar la dirección de sus pensamientos. —Creo que lo que conquistó a mi esposa, fue mi suflé y no mi bonito rostro. Algo deprimente si lo piensas con detenimiento.


—Estoy segura que fue un poco de ambas—Él le obsequió una sonrisa aceptando el cumplido. — ¿Cómo se llamaba?
Pedro se puso tenso ante el rumbo que tomaba la conversación.


—Ana.


—Bonito nombre—Pablo asintió ausentemente y repentinamente pareció encontrar su ánimo extraviado.


—Era la peor en la cocina, lo juro, nunca podía encontrar nada y siempre terminaba por abandonar la lucha y sucumbir a los alimentos pre cocidos. —Al terminar su divague la mirada de su padre pareció viajar lejos de allí, Pedro apartó la vista con renuencia.


— ¿Hace cuánto que…?—Ella no terminó la pregunta, pero era obvio qué quería saber.


—Dieciséis años—Se volvió para sonreírle con amabilidad—Es sorprendente como pasa el tiempo de rápido.


—Lo siento mucho. —Él sacudió la cabeza restándole importancia, pero Pedro podía notar como encorvaba los hombros y perdía algo de brillo al pensar en su madre.


Pablo no le hablaba de ella, en parte porque Pedro nunca le había preguntado nada. Sabía cómo había muerto y recordaba perfectamente la vez que lo llevaron hasta su habitación privada en el hospital, para que ella le dirigiera sus últimas palabras. Curiosamente no podía recordar que le había dicho. Tenía diez años en aquel momento, cualquiera pensaría que la escena debería estar fresca en su memoria. Pero no lo hacía. Ana era un nombre sin sentido para él. Desde su muerte lo único que podía precisar sobre su madre era una sutil fragancia, estaba convencido de que ella olía a eso. Melocotones. Luego no había nada más, ni risas, ni instantes, ni raspones, ni besos, ni regaños, ni abrazos. Nada.




— ¿Alguna vez pensó en volver a casarse?—Preguntó Paula, notando que quizás la conversación sobre Ana estaba deprimiendo a Pablo.


—Él no te aceptaría—respondió una voz detrás de ellos—Eres demasiado pequeña—Añadió Pedro, entrando en la cocina con su actitud arrogante y su sonrisa de superioridad. Ella brincó de la isla e intencionadamente se dirigió hasta la estufa donde se encontraba su futuro maestro de cocina.


—Veo que tu apetito encontró el camino—Comentó Pablo mirando sobre el hombro a su hijo. Pedro hizo un gesto que no respondía nada y se robó una manzana del centro de mesa para ponerse a jugar con ella.


— ¿Le has puesto canela?—inquirió acercándose sigilosamente hacia la siniestra de su padre.


—Le he puesto canela—replicó él con una voz tranquila y comprensiva.Paula sonrió sin poder evitarlo, le agradaba Pablo parecía el tipo de padre que todo el mundo querría.
— ¿Cuánto? Recuerda que me gusta…


—Sí lo sé, dos partes de canela y una de harina—Estaba claro para ella que ese ritual se repetía siempre que cocinaba eso. —De trigo y tamizada dos veces—Agregó justo cuando Pedro se proponía hacer otra pregunta.


—Bien—Le dijo con indiferencia, como si quisiera hacerle creer que no había adivinado su duda.


—Qué tal si te quedas revolviendo esto, mientras yo voy a la despensa por un vino para acompañar la comida—Paula asintió encantada con la idea, en tanto que tomaba la cuchara de madera y movía la cebolla picada y los muslos de pollo para que se cocieran correctamente. La perspectiva de sentirse útil en ese lugar, comenzaba a mostrar su lado amable.


Ella se volteó un segundo para notar a Pedro de pie en el centro de la cocina, mirando la puerta por la que había salido Pablo. No podía precisar que veía en su rostro, parecía que por un instante una nota de dolor atravesó sus ojos azules. Pero era algo nuevo, no era la clase de dolor que ella había visto en otras ocasiones, él parecía triste. Verdaderamente triste. La teoría de que Pedro llevaba más tiempo en la cocina de lo que ellos creían, la golpeó sin previo aviso.


Volvió a escrutarlo con detenimiento y no le cupo duda, él sí había estado escuchando su conversación con Pablo. ¿Se sentiría mal por eso? ¿O su dolor provenía de otra parte?


— ¿Estas bien?—Le preguntó obligándolo a mirarla. Al instante su expresión se recompuso, como si repentinamente hubiese notado que no se había quedado solo esos segundos.


—Perfectamente—No había fuerza en esa aseveración, Pablo enarcó ambas cejas en duda y él sonrió pasando por alto su gesto. —Terminaras por marear esa comida—Se acercó y desde su espalda tomó la cuchara,envolviendo su mano en el proceso. Luego simplemente dio vueltas el pollo y tras cargar una pequeña cantidad de salsa, se inclinó por su lateral para llevársela a los labios.


En ningún momento la tocó más allá del contacto de sus manos, pero el calor de su cuerpo prácticamente reclamaba todo el aire puro a su alrededor. Ella no tenía que tocarlo para ser consciente de su presencia, de su colonia y de su mirada fija en el perfil de su rostro. Sacudió la cabeza escapando de sus ojos, él solo quería fastidiarla o ponerla nerviosa, pero ella también tenía cartas en esa mano. 


Estaba harta de esa actitud avasalladora, Paula no era una niña que se dejaba manejar por el muchachito guapo. Debía atacar también y esperar bajarle esos aires de superioridad.


— ¿Cómo era tu madre?—Pedro no se movió, la mano que sostenía la suya aflojó su amarre notoriamente y Paula supo que lo tenía atrapado. Aun no existía ser humano vivo sin punto débil y por supuesto que él no sería la excepción. 


¿Estaba siendo maliciosa al ponerlo incomodo? Tal vez, pero no se podía decir que él era un completo santo.


—Le falta sal—Evasiva número uno.


Pedro la soltó y se dirigió hacia donde ella suponían guardaban la sal. Pablo lo siguió con la mirada, dándole a entender que aun esperaba una respuesta. Él la ignoró.


—Pablo parecía amarla mucho—Pasó junto a ella para echarle la sal a la salsa, luego le dio la espalda con metódica indiferencia. —Nunca me hablaste de ella, parecía una gran mujer.


Finalmente Pedro la enfrentó, sus ojos azules lucían molestos, con una nota de incredulidad que rayaba en lo irónico. Como si le preguntara sin palabras ¿Por qué? Eso era lo que ella veía, la duda, la ira y el dolor todos mezclados en una misma mirada. Su plan tambaleó notoriamente ante eso, no quería lastimarlo, pero él tampoco le daba opciones al tenerla de prisionera en su casa ¿verdad?


¿Acaso Pedro no la lastimaba con sus acusaciones? ¿Acaso ella no tenia derecho a buscar defenderse de alguna forma? 


Tal vez irse por ese lado no era lo más apropiado, pero debía poner un alto a todo ese absurdo. La gente normal no secuestraba a sus colegas, la gente normal ciertamente no se planteaba amenazar a alguien y cinco minutos después arrinconarlo en la cocina. Pedro necesitaba unas clases de gente normal y con urgencia.


— ¿Qué quieres Paula? —Inquirió con tirantes en su voz — ¿Vamos a jugar a los psicólogos? ¿Cómo es esto?—Se detuvo a pocos centímetros de ella, su máscara de condescendencia había tomado sus rasgos una vez más. — ¿Tú preguntas? ¿Yo pregunto?—Avanzó un paso más—Porque si mal no recuerdo, aquí a la que le haría falta alguna charla sobre madres es a ti.


Pedro, solo…


—No—La silencio alzando una mano— ¿Quieres jugar? Juguemos—Una nota burlona decoraba su timbre—Veamos, pregunta número uno ¿Cuántos amantes tuvo tu madre?—No la dejo abrir la boca, añadiendo: —La mía solo estuvo con mi padre, murió cuando yo tenía diez años. Creo que en eso gana la tuya—Paula frunció el ceño, lista para abofetearlo pero una fuerza sobrehumana la detuvo. Algo le advertía que aquello era de esperarse. 


Cuando Pedro escuchaba algo que no lo hacia feliz, saltaba justo a la yugular de su interlocutor.


—Eso no es gracioso—replicó con voz dura.


— ¿No? A mí me parece muy educativo en verdad. —Ella apartó la vista renuente a seguir con esa conversación absurda, estaba claro que Pedro seguiría siendo él hasta el final. ¿En qué pensaba al creer que podía castigarlo de algún modo? Pedro la tomó por la barbilla, claramente él aun tenía más que decir—Segunda pregunta…


—Basta, Pedro.


— ¿Con cuántos hermanos compartes padre? Yo con mi única hermana ¿Tú?—hizo un gesto como si pensara la respuesta—Con ninguno ¿verdad? Hm eso no habla bien de ti, Paula, eso no habla bien de tus raíces.


Eso lo sintió como un golpe a su autoestima, una cosa era que hablara de su madre otra diferente era que la pusiera a su misma altura. Ella mas que nadie sabia de donde venia y que él usara eso para lastimarla, dolía mas que cualquier insulto o golpe que hubiera recibido antes.


—Suficiente. —Le espetó en un susurró contenido.


—Tercera pregunta.


— ¡Basta!—Él puso ambas manos a sus laterales, acorralándola contra la encimera, su expresión una cruda advertencia.


—La próxima vez que quieras jugar conmigo, escoge mejor el tópico,Paula. Está claro que en este tema, tu llevas las de perder—Se dio la vuelta para salir de la cocina, ella tomó una profunda inhalación antes de encontrar su voz.


—Eres un imbécil—Pedro se volvió para fulminarla con la mirada, pero eso no la amilano—Tal vez mi mamá sea una puta, pero es la única que tengo y no te permito que hablas así de ella. —Él se encogió de hombros como toda respuesta. —Sabes qué Pedro, muérete.


— ¡Que dura!—Paula sacudió la cabeza y dejando la cuchara a un lado se dirigió a la puerta de vaivén. — ¡Paula!—La llamó, como si tuviera algún derecho a que le devolviera la atención.


—No me toques—Se liberó de él tan rápido como la había rozado. —Ni se te ocurra tocarme.


—Paula…—Pedro la siguió por el pasillo, volviéndola a tomar del antebrazo—Detente ¿Quieres?—Ella lo miró pestañando con fuerza, no le iba a dejar ver lo que sus palabras le causaban—Lo siento. Paula…


—Te odio.


—No, no me odias—Le alzó el rostro para que lo mirara, ella le golpeó la mano— ¿Estas llorando?


— ¿Esto?—dijo tocándose una lagrima—No, esto es resultado de una mala cirugía. —Mintió tratando de sonreír, aunque lejos de eso quedo su mueca. Muy lejos.


—Venga, niña no era mi intención.


—No soy niña y si era tu intención—Él negó con vehemencia, volviendo a aferrar su barbilla. ¡Que hombre más insistente!


—No quería hacerte llorar, es que…—Paula enarcó las cejas aguardando, dado que no tenia muchas mas opciones. —Me tomaste con la guardia baja. —Ella apartó la mirada, mordiéndose el labio para no admitir que su intención fue exactamente esa. Atacarlo o tal vez enseñarle algo de sumisión. Obviamente el plan no había sido pensando en mucha profundidad, mas considerando que había relajado el cerebro mas de la cuenta en esa bañera.


 —No hay mucho que te pueda decir de ella Paula, se murió, no sé… no hay nada más allí.


—Aun así dijiste esas cosas…—Pedro maldijo entre dientes.


—Sí, perdón. Yo…—Sonrió sin ánimos—Es lo que hago…yo hago eso, es más fácil.


—No entiendo—Él asintió revolviéndose el cabello con una mano, un gesto entre nervioso y confuso que lo hizo lucir demasiado encantador, o tal vez era un efecto de la luz. Sí, seguro era la luz. Volvió a mirarla. No, no era la luz. 


Maldición.


—Atacar a una persona es fácil—Ahora sí entendía, y por desgracia tenia razón. Siempre era más simple que ser honesto y abierto. ¿Además que hay de divertido en ser eso? Más allá de todo, ella admitía para sí que Pedro le gustaba incluso en sus momentos de mayor estupidez. Bueno, quizás no tanto. Pero tenía sus ventajas eso de que fuesen tan brutalmente honestos, al punto de ser malvados. Al menos dejaba en claro que la vida rosa, con ponis y caminatas bajo el atardecer no eran específicamente lo suyo. Pedro era real, autentico. Con mas falla que virtudes, pero aun así el tipo que le gustaba. —Ser mordaz, grosero…


— ¿Una patada en el culo?


—Eso también—Una leve sonrisa tiro de sus labios—Pero eso no significa que quiera decirlo en verdad, es que así me resulta más sencillo. —Le tomó una mano y se la quedo viendo, como si estuviese pensando sus siguientes palabras con todo detenimiento—Tú no eres como ella—Entonces enfrentó sus ojos—No tienes nada que ver con ella, Paula.


—Eso yo lo sé—Se liberó de su amarre y por extraño que fuese, no logro que su timbre no sonara acusador al volver a hablar. — ¿Tú lo sabes?


— ¿Por qué presiento que ya no estamos hablando de nuestras madres?—Preguntó, dejando caer la frente contra la suya y soltando un quedo suspiro a milímetros de su boca. —No confío fácilmente en las personas, Paula. Dime que no tuviste nada que ver…—Ella no respondió—Por favor, dime que no tuviste nada que ver.


—Tú lo sabes.


—No lo sé, maldita sea. —Pedro cerró los ojos tratando de controlar su temperamento y a continuación deslizó los labios por su mejilla, besando el rastro salado que había dejado aquella lagrima. —No sé nada, esta mañana mi única preocupación era llevarte un desayuno decente a la cama. Y planear una forma de retenerte allí hasta la cena. 
—La miró sin apartarse de su lado—En algún momento todo se fue al demonio y me encontré escabulléndome por el jardín de mi vecina, quien resulta ser una fanática ¿Quién lo diría?—Rozó con su pulgar su cuello, mientras aspiraba el perfume de su cabello en cortas inhalaciones—Todo lo que quería era tenerte a mi lado un día completo, sin peleas, discusiones, libros, criticas, presentaciones, hermanos…nadie. Sólo los dos—Sus labios derraparon de su mejilla a la pequeña cicatriz en su barbilla, un juego de Tarzán en la infancia que no termino bien para ella. —Y lo eche a perder, porque podría haber tenido eso en cualquier otra parte y cualquier otro día. Pero lo arruine, porque eso me sale bastante bien…creo que Charlotte dice que “es mejor arruinarlo antes de que duela” ¿no?


Paula asintió casi sin fuerza, recordando una de las tantas frases de su personaje. Le sorprendía que Pedro siquiera supiera esa clase de cosas, pero él siempre salía con algo nuevo que lograba borrar cualquier idea que ella pudiera hacerse.


—Dímelo—Pidió una vez más—Serás libre de marcharte entonces.


— ¿Lo dices en serio?—inquirió incrédula.


—Completamente—Él se dirigió a su oído, tomándose un segundo para exhalar y mandarle una oleada de escalofríos por todo el cuerpo—Si no tuviste nada que ver, podrás marcharte y si lo hiciste, podrás irte de todas formas—Paula plantó las manos en sus hombros—sus tonificados, anchos y tan deliciosos hombros— y lo apartó.


—No tuve nada que ver—Pedro sonrió entonces.


—Lo sabía—Él se inclinó para besarla, pero ella giró el rostro haciendo que sus labios colisionaran con su mejilla. 


—Entiendo.


—Dudo que lo hagas.


—Te ofendí—Lo miró tratando de que la incredulidad no se reflejara en su rostro.


Pedro tú me ofendes cada cinco segundos, eso sería lo de menos. Lo que me fastidia es que dudaras de mí, después de todo…puede que no seas mi mejor amigo, pero te respeto. Yo sí te respeto, eso es algo que tú no sabes hacer.


—Lo intento.


—Pues tengo que decirte que fracasas constantemente—Paula se hizo a un lado tratando de salirse de esa posición tan incómoda, él no se movió ni una onza.


—Lo intentare mejor, Paula…—En ese instante su teléfono decidió interrumpirlos, Pedro frunció el ceño mirándole el bolsillo y ella lo sacó de allí a regañadientes. Había estado ignorando las llamadas durante toda la mañana, pero debía responder tarde o temprano.


— ¿Diga?


— ¿Dónde estás, Paula?


—Leo, estoy bien…—Él parecía bastante molesto al soltarles con gritos sus siguientes palabras.


—Me importa una mierda como estas, te dije ¿Dónde? ¿¡Dónde!?—Ella se apartó el aparato antes de que le reventara un tímpano. —Se suponía que estaría ayer aquí, ahora estas en las noticias y en las revistas.


—Lo sé, te lo explicare luego.


—Nada de luego, dime donde estas te iré a buscar—Ella se helo al pensar en la alternativa de decirle a Leo que fuera a recogerla en la casa de Pedro. Con lo paranoico que se ponía respecto a su virtud, ella temía que le pidiera chocar espadas al amanecer.


—Eso no es necesario, yo iré en cuanto pueda. —Miró de soslayo a Pedro, preguntándose si su propuesta de que podría marcharse a voluntad aun seguía vigente.


—No, tú no entiendes. Necesito que hablemos, es importante…—Paula sacudió la cabeza, los hombres en su vida solo la hacían querer conseguirse un perro, al menos eso sería fidelidad y tranquilidad asegurada.


—No puedo ahora, estoy bien y eso es todo lo que necesitas saber—Leo suspiro del otro lado. —No te preocupes por nada, yo tengo todo bajo control.


—En serio Paula, esto es importante.


—Ya me lo dirás cuando regrese, adiós—Y justo cuando su hermano comenzaba a hablar nuevamente, ella colgó la llamada. Pedro la miró con un gesto curioso, pero ella despacho el asunto con leve ademan. —Ahora ¿Dónde estábamos?—Él le sonrió, de ese modo que solo Pedro podía lograr. Arrogante y dulce a la vez. Una completa trampa mortal.


— ¿Vas a irte?—El vacilante tono de su voz, la hizo sentir como el Grinch que se robaba la navidad. Como si al negarse le rompiera toda ilusión.


Maldición él era bueno cuando se lo proponía.


Pedro…—Alzó un dedo pidiéndole la palabra.


—Me portó bien, si te quedas, seré el mejor amigo, anfitrión, amante…si eso quieres. Hasta te dejare dormir en mi cama y yo dormiré en el suelo…bueno, no en el suelo. En realidad intentaría persuadirte de que me dejes dormir contigo, pero si no quieres lo entiendo.


Pedro


—Y puedes usar la bañera, aunque también tenemos un jacuzzi—Ella se detuvo a pensarse mejor su respuesta. ¿Un jacuzzi?—Podemos usarlo ahora…


Pedro…—Él la tomó por los hombros, anclándola contra la pared.


—Di que sí—murmuró acercándose lentamente—Solo di que sí—Le plantó un pequeño beso en los labios, luego la miro— ¿Si?—Paula no respondió.


Él volvió a inclinarse y esta vez su beso se demoró un poco más sobre su boca, hasta que con un profundo suspiro ella entreabrió los labios en una cálida invitación. Pedro llevó sus manos a su espalda, hasta alcanzar los bucles húmedos de su cabello y envolverlos entre sus dedos. Le gustaba mucho aquella melena, a riesgo de sonar fetichista, él podría pasar el día entero solo acariciando su cabello. 


Paula le cruzó los brazos al cuello derrotada, arqueándose para alcanzarlo con mayor comodidad. Él hundió su lengua en cada recoveco, probando los distintos sonidos que podía robarle con cada roce, con cada caricia y ella rió musicalmente uniéndose a su juego. La mano libre de Pedro se posó en su cadera y lentamente busco los botones de su jean, dejándose guiar por el calor que emanaba su cuerpo tan femenino, tan suave, delicado y adictivo. Paula jadeó, cuando su mano se introdujo entre sus piernas y alguna parte de su recato intentó detenerlo, tomándolo por la muñeca. Pero Pedro no tenía intenciones de portarse bien, volvió a meterse dentro de sus bragas tragándose el gemido gutural que escapo de sus húmedos labios.


—Aguarda…me quedo…—musitó pegando la cabeza contra su hombro. Él no tenía idea de que le hablaba, pero el carraspeo a sus espaldas lo hizo volver automáticamente en sí.


Paula le quitó la mano de su interior y lo empujó tanto como su racionalidad se lo permitió.


—El almuerzo ya está listo—Le indicó su padre desde su espalda, asegurándose de no mirar a la dama y ponerla más incómoda de lo que estaba.


—Sí, gracias…—respondió Pedro mirándolo por sobre el hombro.


Pablo se retiró entonces y él finalmente la miró. Ella estaba completamente roja, pero sus ojos brillaban llenos de humor. Le plantó un escurridizo beso en los labios, antes de romper en una carcajada. Pedro la observó sin poder creerse su reacción, pero al verla tan feliz y relajada, no pudo más que reírse a su lado. Envolvió con un brazo su cintura y tiró de ella hasta dejarla pegada a su lateral, sabía que a su padre le importaría nada lo que ellos estuvieran haciendo. Aunque eso no le quitaba lo gracioso y lo vergonzoso a la situación.


— ¿Estas bien?—Le preguntó cuándo hubo cesado su risa.


—Oh sí, tu padre acaba de verme con tus manos dentro de mis pantalones ¿Qué podría ir mal?


—Creo que él sabe cómo funcionan las cosas, no te preocupes. —Paula sacudió la cabeza con poco interés.


—Lo sé. No me preocupo. —Sin decir mas y aun sonriendo, ambos se dirigieron al comedor, en ningún momento rompieron ese medio abrazo al que parecían haberse acostumbrado tan fácilmente. Por un segundo, hasta quizás olvidando la razón que los llevo a discutir en primer lugar.


 Era extraño que cuando se acercaban más de la cuenta, ninguno de los dos recordaba el plan inicial.


¿Ella quería hacerlo pagar? ¿Él quería hacerla caer en una trampa?


¿Quién sabe? El almuerzo ya estaba servido y en lo que a Pedro respectaba, el postre y la cena caminaba a su lado en ese mismo momento.