jueves, 11 de diciembre de 2014
EPILOGO
Señor Epilogo.
—Así que… ¿diez años?
Mientras avanzaban lentamente por un bonito pasillo alfombrado, Paula decidió romper el silencio. Pedro aún aferrado a su mano, afianzó su amarre deliberadamente, tal vez pensando que con esa pregunta buscaba liberarse.
—Diez años—respondió con voz regia, proyectando la vista al frente o quizás solo buscando escapar de su escrutinio.
—Es mucho tiempo.
—No tanto—Ella suspiró, deteniendo su andar paulatinamente.
—Lo es para pasarlo en constante incertidumbre.
Pedro se volvió automáticamente, obsequiándole una mirada que ella no supo interpretar. Sus ojos fueron hacia sus manos enlazadas y nuevamente a su rostro. Se acercó.
—No puedo prometer que todo vaya a ser fácil, ni tampoco prometer que no cometeré errores. —Avanzó un nuevo paso, hasta que un centímetro fue lo que los separó a uno del otro. —Eso sería una mentira…
—¿Y entonces qué quieres?
—A ti. —Paula sacudió la cabeza en una negación.
—¿Debo conformarme con eso? ¿Con la certeza de que hoy tienes ganas de tenerme a tu lado y que mañana quizás no? —Lo soltó—. Lo siento,Pedro…me gustas, pero lo mío no se da por instantes.
Él maldijo entre dientes, cogiéndola por la cintura y atrayéndola de nueva cuenta hacia sí.
—No estoy hablando de un instante, pero tampoco puedo asegurarte la eternidad.
La miró fijamente y Paula se encontró incapaz de profundizar en sus ojos azules. Pues quizás terminaba confundiéndola, quizás terminaba por robarle aquella insignificante nota de superación que había forjado en ese tiempo en que la dejó sola. Aunque su cuerpo parecía querer arrojar las armas de una buena vez, su mente se mantenía firme. Al menos hasta ese momento, el momento en que él echaba a perder todo su trabajo con una simple y estúpidamente, bonita mirada.
—No quiero que hagas esto, porque terminaré cediendo ante tu pedido y luego tendré que sentarme a esperar el momento en que lo arruines.
—No pasara.
—Claro que sí.
—Paula —Sus manos fueron a sus mejillas, mientras en un patético intento de mantener la compostura, ella retrocedía de su tacto. —Nadie está exento del sufrimiento, esas cosas no se manejan. Pero puedo y quiero ser mejor para ti, eso es algo que no lograré al menos que me lo permitas.
—¿Con qué objeto?
—Con el objeto de que de esa forma, dejaré de sentirme como si algo me faltara. Y quizás, también tu…
—Yo no siento que me faltes. —Mintió, logrando que él frunciera el ceño confuso.
—No hablas enserio—El amago de un sonrisa tocó sus labios, aun así ella pudo notar que ni siquiera Pedro podía estar seguro de aquello—. Y si lo haces, no me importa. Voy a lograr que me eches de menos, incluso voy a lograr que pierdas la cabeza por mi. —No iba a tener que esforzarse mucho, pensó Paula con algo de resignación. —O yo lo haré por ambos.
—Eres un idiota.
—Lo sé, pero no deseo ser el idiota de nadie mas… —Ella sonrió muy a su pesar, pues eso le recordó que Pedro tampoco debía esforzarse para hacerla reír, o para hacerla feliz —. No te prometo ser el mejor novio del mundo, pero lo que si puedo prometer es que voy a pasar lo que reste de mi vida intentando serlo. Tarde o temprano voy a entender de qué va esto y quiero que tú seas la primera en ver el cambio.
—Palabras de escritor. —Él negó, haciendo que su cabello se sacudiera con el movimiento. Seguramente no era consiente de lo guapo que lucía y claro que ella no iba a ser quien se lo dijera. No más..
—No soy escritor de romance, cariño. —Su tono repentinamente, se convirtió en algo menos que un murmullo. —Pero creo que así puedes verlo—Ella enarcó una ceja, no muy segura de comprender. Pedro le enseñó una tímida media sonrisa—. Has logrado incluso que me rebajara a citar libros de amor.
—¿Eso lo sacaste de un libro?—inquirió sin poder refrenar su curiosidad. Él se encogió de hombros y una mueca algo aniñada, rompió su falsa ilusión de romance.
—Vamos, no es como si no todo estuviese dicho en ese campo.
—Claro, no puedo esperar originalidad por tu parte. —Pedro alzó las cejas logrando un rostro desconcertado, pero extrañamente adorable. Una chispa de determinación destelló en sus ojos y Paula no supo como interpretar aquello.
—Soy de la clase demostrativa, me gusta ponerle acciones a mis palabras.
—¿Accio…?
Pero fue incapaz de terminar la frase, pues de un momento a otro su boca se encontró asaltada, por la tibieza y la suavidad de unos labios que ya tan familiares eran para ella.
Labios que quizás, nunca debieron abandonar aquel acogedor lugar. Donde podían encontrarse, sin miedos a que alguien lo arruinara con palabras, donde escribían una historia privada.
Allí era donde se expresaban libremente y allí era a donde ambos pertenecían.
Instintivamente, Paula envolvió los brazos alrededor de su cuello recibiéndolo a pesar de las quejas emitidas antes. Su cerebro momentáneamente se había apagado, dejando el trabajo de absorber todo lo referido a Pedro con sus sentidos. Los cuales se veían asaltados de tantas maneras distintas; su piel quemando la yema de sus dedos, su lengua recorriendo hasta la última esquina de su boca, su cuerpo presionando los puntos justos, su aroma masculino envolviéndola a la vez.
Nada en ese contacto podía ignorarse o despreciarse.
Absolutamente nada, pues de ser capaz de graficar un beso perfecto, ese habría cumplido con todos los requisitos.
—Pedro...—Ella lo sostuvo del rostro, hasta apartarlo con renuencia de sus labios. Él cerró los ojos reposando la frente sobre la suya en sendo gesto de rendición, aunque de cierta manera parecía un intento vano de ignorar su pedido de tiempo fuera.
No lograría pensar si continuaban de ese modo, él siempre sería capaz de robarle la cordura con sus besos, eso simplemente no podía cuestionarse. Y no era justo sentirse así, no cuando quería estar molesta o al menos debería aparentarlo. En cambio ahí estaba, luchando con cada fibra de su cuerpo que la instaba a finalizar ese contacto, a profundizarlo e incluso a erotizarlo. Deseaba dejarse perder y envolverse por las cálidas embestidas de su lengua o por la suave cadencia de sus caricias.
Todo parecía perfecto, todo se sentía perfecto, como si incluso una melodía completara su entorno jugando de cortina para su encuentro romántico. Lista para enmascarar cualquier risa indiscreta, cualquier gemido o sonido fuera de lugar.
Eso le hacía creer que dicha perfección, se debía a que nada de eso era real. No podía serlo ¿cierto? Porque esas tonterías, ocurren en las películas o en los libros. No en la vida cotidiana, no en su vida cotidiana.
—No voy marcharme, no debes preocuparte por eso. —Paula abrió los ojos entonces, para encontrar ese rostro que tantas emociones había despertado en ella sin siquiera proponérselo.
Desde una cólera irrefrenable, hasta dolor e incluso, el iluso anhelo de afecto, cariño o como vulgarmente lo llaman los poetas, amor.
—Quiero creerte.
—Entonces hazlo.
—¿Y si me fallas? —Se sintió tonta al decir aquello, exponiendo un temor infantil, irracional. Pues solo un pequeño, pediría que le juren de algún modo constancia. Ella no quería mas que eso, pero decirlo tan abiertamente, no había estado previsto.
—Puede que eso pase, como puede que no. Somos seres humanos y es imposible que no nos fallemos de tanto en tanto. Pero si alguna vez lo hago, será por ignorancia, no porque quiera hacerte sufrir—Él asió sus manos, un tanto inseguro de que ella se lo permitiera—. Se puede aprender a convivir con alguien, Paula, lo que no se enseña es a aceptar. Desgraciadamente, no puedo cambiar cada aspecto de mi personalidad, pero puedo buscar acoplarla a ti. Porque de todas las personas que conozco, en verdad pienso que contigo puedo lograrlo. Y...—Se detuvo un instante, dejando ir un corto suspiro— Te ofrezco lo que soy, para que te arriesgues a moldearme.
Paula tuvo que apretar los parpados con fuerza, pero aun y con todo su esfuerzo, no logró esconder esa tonta lágrima que rodó por su mejilla delatando la brecha que él le abría a su alma. Pedro se inclinó en ese instante y antes de que la pequeña gota se extinguiera, la atrapó con sus labios.
—No llores, venga, cualquiera creería que soy terrible para las declaraciones—Ella río suavemente, liberando una mano para limpiar los vestigios de ese inútil llanto. —Eres hermosa cuando sonríes.
—¿Eso significa que no lo soy estando seria?— Pedro la atrajo hasta su boca, para acallarla de esa forma que solo él podía y sabía hacerlo.
—¡Que niña mas peleadora!
—Oh bien, igual te vuelvo loco.
—Cierto—Le plantó un rápido beso en la punta de la nariz.
—Cada parte de ti, como esta...—Y otro en la frente—También esta...—Luego la besó debajo de la oreja, haciéndola soltar una breve carcajada. —Por supuesto que esta...—rozó sus labios—, es la que mas colado me tiene.
—¿Colado? ¿Ahora hablas dialectos?
—Es uno de mis tantos talentos—espetó, sonriendo al estilo sexy y degenerado escritor, que ella tanto entrañaba.
—Ah. ¿Y qué otro talento ocultas? —Pedro se acercó hasta su oído y tras soltar un suspiro que le erizó cada vello del cuerpo, habló.
—Ya te dije que soy un hombre de acción...
—Pervertido.
—Tal y como a ti te gusta. —Ella sacudió la cabeza, pero ninguno de los dos se creyó aquella pobre muestra de pudor.
Tres meses es mucho tiempo, más cuando esos tres meses los utilizas para extrañar con cada célula de tu cuerpo a la persona que debería estar a tu lado. Ellos lo sabían, como también sabían que en cuanto estuviesen a solas, ahogarían cada pecado evocado ese tiempo separados en la piel del otro.
Él la tomó de la mano, para emprender una vez más el camino, ella se liberó el tiempo suficiente para cruzar un brazo por su cintura. Luego dejó caer la cabeza en su musculado pecho, así como debía ser, así como fue, así como ella se encargaría que fuese de ahora en adelante.
Suspiró, y un minuto después la insignificante burbuja de calma reventó.
—Aun no puedo creer que hayamos perdido—Pedro la miró de soslayo, para luego encoger un hombro con desinterés—. Realmente creí que esto sería nuestro...
—A las personas no les gustas los finales infelices.
—No fue infeliz—Sentenció Paula, captando su atención automáticamente. —No leíste lo que escribí ¿cierto?—Pedro se detuvo a pensar entonces, luciendo un rostro que parecía batallar contra sí mismo, al notarlo ella se hizo una idea bastante nítida de su respuesta.
—No lo hice— Paula enarcó una ceja con suspicacia, él la aferró con mas fuerza. Al parecer leyendo correctamente su expresión de molestia. —No porque no quisiera, en realidad moría por hacerlo. Pero sabía que responderías a mi provocación y no quería pensarte en esa situación, molesta, escribiendo todas las cosas que no pudiste decirme a la cara. Sé que es de cobarde, pero de alguna forma lo evitaba para poder tener algo con lo que acercarme a ti mas adelante. Una excusa quizás, no lo sé. Solo pensaba que si lo leía, rompería todo lazo contigo y no podía...
En esa ocasión ella fue quien lo interrumpió a media frase, devorando cualquier replica con un dulce y comprensivo beso.
—No digas más.
—¿Eh?
—Si sigues por ese camino, terminaras diciendo algo de lo que no podrás arrepentirte—Él frunció el ceño.
—¿Y qué te hace creer que me arrepentiría?
—No sé. —Fue su turno de encogerse de hombros, Pedro frente a este gesto le dio una pequeña palmada en el trasero, a lo que ella solo rió.
Caminaron en silencio por un largo tramo, cruzando el estacionamiento y luego tomando una de las calles principales de la poblada Londres. Aún envestidos en sus atuendos formales, se veían bastante ridículos caminando bajo la luz de la luna. Aunque si alguno lo sintió, no fue capaz de romper el encanto del momento. ¿Para qué? Eso sin duda llegaría mas adelante, pues era imposible que no pelearan o discutieran por algún asunto sin sentido. Pero sin ese toque de distinción, definitivamente no serían ellos.
Al menos eso pensaba Paula, al momento en que le dirigía una mirada de reojo.
—¿Qué?— inquirió Pedro, sintiendo el peso de su escrutinio.
—¿Sabes? Creo que escribiré esta historia. —Él la miró un tanto desconcertado.
—¿Qué historia?
—Esta—Ella se apuntó y lo apuntó, como para remarcar la obviedad. —La de dos escritores que se ven obligados a escribir en conjunto, en busca de obtener la nominación al premio más importante de sus carreras.
—Tal vez tengas que cambiar el final.
—¿Por qué?
—Porque nadie leerá la historia de dos perdedores. —Explicó él limpia y llanamente, Paula se mordió el labio pensando.
—Yo no siento que haya perdido nada ¿Y tú?—Pedro sonrió conocedor del truco, al que intentaba guiarlo.
—Yo gané el premio mayor esta noche—La estrechó prácticamente tatuándola a su cuerpo, casi hasta robarle aquella ultima partícula de aire que todavía luchaba por oxigenar su cerebro. —Lo mejor es que mi noche, aun no comienza.
—¡Puerco!—Se dejó besar o quizás ella lo besó, al caso era lo mismo, pues la interrupción corrió por parte de ambos y el oxigeno faltante, pasó a un segundo o tercer plano en un parpadeo. —¿Entonces que crees? ¿Es buena idea?
—Definitivamente y ahora que somos escritores de renombre, sin duda será un éxito. Quizá no obtuvimos el Nobel, pero si la nominación.
—Y cinco best seller. —Añadió ella con orgullo.
Pedro asintió sonriendo ante su felicidad, realmente ¿Qué importaba el premio? Todo lo que quería, lo tenía entre sus brazos.
—¿Y cómo la llamaras?
—No sé, estaba pensando en algo como... “Durmiendo con el enemigo”
—No esta mal...—dijo inocentemente—. Aunque creo que ya hay una famosa película con ese nombre.
—¿La hay?—inquirió incrédula, él asintió guardándose una carcajada lo mejor que pudo. —Con razón se me hacía tan familiar. ¿Qué te parece “Carrera al estrellato”?—Él desvió la mirada, incapaz de dar un respuesta honesta. —Tienes razón, ese apesta ¡Pero ayúdame!
—Hmm
—¡Lo tengo! “Carrera a la fama”—Pedro intentó imaginar un libro con ese título y le costó mas de lo que podría admitir.
—Carrera no suena bien, quizás podrías intentar con algo como… vuelo… o tal vez “Camino… a la fama”
—¿Camino a la fama?—Ella frunció los labios en un gesto de profundo análisis. —¿Camino a la fama?—Repitió, Pedro asintió pues repentinamente el título comenzaba a sonarle mas atrayente. — ¡No! Ese nombre apesta mas que el otro… ¿Camino a la fama?—Paula soltó una carcajada, haciendo que la imitara casi por inercia, en realidad ella tenía toda la razón. —¿Qué tienes quince años? Piensa, hombre, piensa.
—Lo siento, en verdad no sé que cruzó mi mente.
—Nadie leería una historia con un título tan deplorable.
Pedro asintió en acuerdo mientras se encargaba de guiarla por la acera, ella se veía bastante ensimismada en su labor de hallar un nombre para su novela. Tanto que ni notaba el modo en que la gente los miraba, no es como si todos los días el mundo decidiera vestir con elegancia y presumirlo por las calles. Aunque Pedro sospechaba que la gran mayoría de las miradas, se debían al vestido demasiado revelador de su compañera.
—Los nombres son difíciles, seguramente cuando tengas algo escrito podrás darle uno. —Paula lo miró, alzando su delicado rostro en su dirección.
El brillo del gloss en sus labios se había perdido, quizás él luciera un buen montón en los suyos propios. No le importaba, sería un modo de confirmar en la mañana que ella era oficialmente su novia y mientras la encontrara durmiendo plácidamente a su lado, podría rememorar aquel segundo en que su sabor a frutillas se fundió con su boca.
Se detuvo en medio de la caminata y sin proponerse nada más que saciar su sed, la besó, ignorando cualquier mirada ajena a sus deliciosos ojos como el chocolate.
—¿Y eso?—preguntó ella, luego de un instante.
Tal vez sintiendo la intensidad depositada en aquel intercambio, o quizás tal vez sintiendo por primera vez todo aquello que con sus palabras jamás terminaba de transmitirle.
Pedro posó la barbilla sobre su hombro, respirando lentamente junto a su cuello. Reconociendo su aroma a melocotones, ese aroma que lo volvía loco desde antes de saber que pertenecía a Paula.
—Paula…te…—Ella se apartó tan repentinamente, que él no supo como interpretar su acción.
—¡No lo digas!
—¿Qué cosa?
—Si lo dices arruinaras mi historia, porque todo se terminara cuando te confieses o digas algo que me haga saltar las pulsaciones.Simplemente…—Lo tomó por la barbilla, mirándolo fijamente a los ojos. —No lo digas. —Pedro completamente confundido, colocó las manos sobre sus hombros y le sonrió con amabilidad.
—Iba a decirte que tendríamos que buscar un taxi, la gente nos esta viendo raro.
Instantáneamente ella palideció, luego sus mejillas cobraron un fuerte tono carmesí y un segundo después, comenzó a agitar la cabeza asintiendo con exageración. En tanto, buscaba sin buscar al taxi anteriormente nombrado.
—¿Qué pensabas que iba a decir?
—Nada. —Por supuesto que mentía, pero era por demás encantadora por el solo hecho de intentar burlarlo.
Paula se volvió en dirección de la calle, para extender una mano a un vehículo particular. Así de nerviosa estaba y así de tensa la encontró, cuando la abrazó por la espalda y volvió a descansar la barbilla sobre su hombro.
—Ese no es taxi, cariño. —Su mano cayó al costado de su cuerpo como un peso muerto, Pedro sonrió.
—No… el color, me confundió.
—Claro.
—Lo digo en serio.
—Te…—Ella lo miró de soslayo, su pequeña boca ligeramente entreabierta, casi como si estuviese dispuesta a terminar aquella frase por él. —Te… creo. —Entonces, Paula regresó su rostro hacia la calle y él se entretuvo besando su cuello, sabiendo lo que deseaba y no deseaba oír. — ¿Por qué se arruinaría tu final?
—Allí viene uno. —Pedro le sostuvo la mano, imposibilitándole detener el carro. —Oye…
—¿Por qué se arruinaría tu final?—repitió, renuente a aceptar un no como respuesta.
Paula notó la firmeza en su timbre, así como también notaba sus músculos tensos en su abdomen y la contundencia de sus brazos cerrados alrededor de sus caderas. Lo observó por sobre el hombro, no quería decirle, no quería echar a perder las cosas tan pronto. No quería admitir que en cierta forma, había esperado fuegos artificiales para finalizar esa noche.
No, porque decir eso sería igual que mostrarse como una ilusa. Como esos seres de papel que habitan páginas, que resuelven un problema y que viven felices en la ignorancia de su amor idílico. Y ella no quería ser eso, pues no podía. Porque la ficción, solo funciona cuando uno la guía con su mano, sabiendo desde el inicio el destino de cada protagonista.
—Porque…—Dejó ir una leve risilla. —Porque las historias románticas terminan con ese cliché.
—¿Cuál?—La presionó él, a sabiendas que su razonamiento ocultaba más de lo que decía. Paula se encogió de hombros, pensando que siempre podía cruzarse de piernas con ese vestido y lograr que Pedro se olvidara de las tonterías que soltaba, cuando no pensaba con claridad.
—Tú me amas, yo te amo… y vivimos felices para siempre.
—Comprendo.
Fue todo lo que respondió, antes de hundir el rostro en su clavícula para torturarla con los incontables roces de sus labios. Ella dejó caer la cabeza sobre su pecho, hasta olvidándose el porque de su anterior nerviosismo.
Era Pedro después de todo, intentar etiquetarlo dentro de una categoría tan trivial, sería igual que robarle parte de su encanto. No era del tipo que creía en el amor, no era la clase de hombre que sabía confesarse o de esos que sirven su corazón en una bandeja de plata.
Él era un ser humano, uno que maldecía incluso con elocuencia, que cocinaba como la más experta ama de casa, que escribía y describía sin necesidad de abrir los ojos, y que lucía condenadamente apuesto con un par de bóxers como única prenda. Quizás jamás llegaría a ser el héroe de una historia y muy probablemente sería odiado por el público femenino, pero Paula se contentaba sabiendo que en lo que respecta a galanes, ella siempre prefirió al malnacido rompecorazones.
Pedro arrastró sus besos, hasta tomar con sus dientes el lóbulo de su oreja, le susurró una frase corta antes de darle la vuelta y regalarle una de sus sonrisitas triunfantes.
—Yo también. —respondió ella, usando como él dos palabras por demás cargadas de significado.
No fue necesario decir mas entre ellos, pues hablar sin palabras e interpretar una sonrisa con un único destinatario, son cosas que desafortunadamente no todos podemos compartir o comprender.
Bueno…al menos, no por ahora. Pero las esperanzas, según se dice son lo ultimo que se pierde. Así que a seguir tomando elevadores, tarde o temprano todos nos toparemos con nuestro momento Clooney.
FIN
CAPITULO 52
Se sacudió en su asiento incomodo, volvió a mirarla, sintiéndola tan distante como había esperado que ocurriera.
Porque por eso se había marchado ¿Para qué engañarse? Javier tenía razón, no tenía que ver con las fotos o con Julieta, todo se debía a ella.
—Todo es tu culpa—Le dijo repentinamente, sin reparar en lo que acababa de confesar. Paula en esa ocasión, lo observó anonadada y quizás también algo molesta.
—¿A qué mierda viene eso? —Ninguno de los dos rompía el volumen de un susurro, pero las palabras tenían la contundencia de un golpe al bajo vientre.
—Si no hubieses sido tan…—Sus ojos chocolate se veían envueltos en distintas emociones, pero donde antes había visto afecto ahora encontraba dolor, ira y remordimiento. —Y aun así te ves hermosa.
—Estas demente.
—Es tu culpa. —Le espetó, incapaz de encontrar un mejor argumento.
—Yo no soy culpable de nada, yo no desaparecí. Estuve aquí todo este tiempo.
Parte del dolor en sus ojos, se reflejó en su tono de voz.
Paula volvió a apartarle la mirada.
—Perdóname.
—No hay nada que perdonar.
—Entonces, no me odies.
—No te odio—Pedro la tomó por la barbilla, esperando que le dijera eso una vez mas.
—No me mientas. —Ella le sostuvo la mirada.
—No lo hago y me siento bastante estúpida por eso. —Una fuerza sobrehumana lo detuvo de abrazarla allí mismo o de hacer algo mucho mas extremo, había tanto que no se estaban diciendo. Había tanto por decir, tanto por hacer, tanto.
Pedro la liberó, llevando su vista al escenario. Paula se sentía estúpida por no ser capaz de odiarlo ¿Cómo debía sentirse él con eso? Ciertamente no debía sentir culpa y aun así no podía quitarse la mala sensación del pecho. Como si el obligarla a tenerlo cerca, fuese algo por lo que estar avergonzado.
—Es tu culpa porque… —No tuvo la entereza de mirarla mientras decía aquello. —Todo era demasiado…bueno—Entonces volvió el rostro, aguardando su reacción.
—¿Todo era demasiado bueno?—Asintió lentamente— ¿Así que resultaste ser el peor novio en el mundo, porque todo era demasiado bueno? —A nadie se le escaparía la ironía que destilaba su pregunta.
—No entiendes.
—No, en verdad es que no. Puedo comprender que yo no soy tu tipo de mujer y puedo comprender que no eres de los que gusten de compromisos duraderos. Pero ¿en que cabeza cabe que alguien huya de algo bueno?
—Eres mi tipo de mujer, ese es el problema. Eres el tipo de mujer con la que podría verme a largo plazo y eres exactamente el tipo de mujer que no puedo… manejar. —La pequeña boca de Paula, se abrió hasta formar una mueca de desconcierto. —Siento que contigo nunca puedo planear nada, que estoy caminando por hielo fino y no me gusta perder el control. Cuando supe que Leo había tomado las fotos, incluso me planteé la posibilidad de hacer caso omiso de ello. No me importaba, Paula, no me importaba porque podía ignorar todo aquello y quedarme contigo. Y ese no soy yo, nunca antes habría pensado en un método de engañarme de la realidad, para poder satisfacer una necesidad tan mundana.
—¿Qué quieres decir?
—Que estaba dispuesto a cubrirme los ojos y seguirte, no me importaba si me asestabas un tiro por la espalda—Se pasó una mano por el cabello, evitando su mirada y procurando calmar las palpitaciones de su inútil corazón. —Es tu culpa que me vuelva estúpido. Tenía que alejarme de ti, pensar claramente… porque eres una mujer. Un ser humano, tenía que convencerme de que puedo pasar de ti…
—Lamento haberte costado un viaje a Italia —Él sintió la tirantes en su voz y comenzó a desesperarse.
—Mierda, Paula. ¿Qué dices?
—Nada —Se cruzó de brazos en un modo indirecto de finalizar la conversación. Pedro volvió a aproximarse a su oído.
—Podría ir ida y vuelta a la luna, y te aseguro que ese viaje tampoco sería suficiente para pasar de ti. —Cerró los ojos —. No puedo, porque ya… ya me echaste a perder. Y ahora tienes que vivir con eso en tu conciencia, querida.
—Creo poder soportarlo.
—Yo no —Lo miró, ambos a escasos centímetros del otro. Algo que había sido tan común tres meses atrás, ahora parecía la hazaña más complicada—. Aun eres mi novia.
—Solo porque no estabas aquí para terminar la relación como se debe.
—Estoy aquí ahora, termina conmigo—Ella se acercó incluso mas, a tal punto que podía saborear el gusto de su gloss. Cargó los pulmones de oxigeno y Pedro supo que aquel reto de miradas, no la iba a avasallar.
—Ya no quiero ser tu novia—Le dijo con aplomo, en tanto que él engullía sus palabras con mas dificultad de la que se hubiese esperado.
—Su pedido será tomado en cuenta y recibirá una respuesta de aquí a diez años.
—Preferiría algo más rápido.
—Lo lamento, la central de novios esta un poco saturada últimamente. Pero sepa que fue escuchada y…—Un sonido lo interrumpió, obligando a ambos a llevar la vista hacia adelante.
La voz chillona de una mujer que ocupaba el centro del escenario, se preparaba para anunciar al ganador del premio que los había llevado allí en primer lugar. El mismo que por un momento, había pasado a un plano completamente ajeno a esos dos escritores. Vagamente recordó el día que aceptó ser parte de esa travesía, todo por un premio, todo por una nominación.
Todo eso eclipsado por una mirada, por unos labios, por un cuerpo, por una simple mujercita de carácter impulsivo.
Paula le tomó la mano inconscientemente y Pedro la presionó sin poder reprimir una sonrisa, finalmente comenzó a sentir el peso de lo que ocurriría en segundos. Sin embargo el rozar su piel nuevamente, terminó por ganar en el terreno de las emociones. Era la mano de su mujercita impulsiva, después de todo.
Le importaba poco o nada lo que aconteciera, siempre y cuando pudiera quedarse así un momento más.
—La novela ganadora es…
Y el momento entonces, se disolvió.
CAPITULO 51
Con los ojos fijos en la calle, Paula tuvo que pestañar varias veces ante la escena que la recibió.
—Su carruaje la espera, madame— Javier movió su mano apuntando la enorme—y quitadora de alientos—limusina, que cubría dos espacios de su precario estacionamiento.
Nunca ni en sus mejores sueños había visto una, mucho menos montando en uno de esos tributos al lujo. Mientras se arreglaba para el evento, pensó que quizás Flor había exagerado escogiendo un vestido tan ostentoso. Pero ahora que veía a Javier en su esmoquin, la limusina, al chofer y su gorro, sentía ganas de besar los pies y el buen gusto de su amiga. Por primera vez, estaba acorde a los acontecimientos. Y por primera vez, realmente se sintió merecedora de ese agasajo.
—¡Carajo, Javier! ¡Sí que te luciste!—Él le enseñó una radiante sonrisa.
Paula podía estar metida en las telas mas finas, pero eso no le quitaba su espontanea simpleza.
Le abrió la puerta para ayudarla a entrar, y fue cuando una pequeña vena de impaciencia la embargó sin previo aviso.
No tenía que ser un genio, para saber quién estaba en el interior de su “carruaje”. Pero tras repetirse mentalmente que no importaba, al menos unas diez veces, dibujó una sonrisa en su rostro y entró.
Pedro estaba sentado contra la ventana del lado derecho, su traje negro brillaba bajo la tenue luz de la limusina y su cabello estaba mas largo de lo usual. Algunas ondas se deslizaban por detrás de su oreja, en donde el color se tornaba mas claro. Algo de su tono rubio de la infancia, el mismo que se veía oscuro siempre que lo usaba al ras.
Paula, tuvo que admitir que el cabello largo lo hacía ver más joven y apuesto.
Maldito fuera.
—Buenas noches—Saludó, pues su educación la obligaba a mostrarse cortes, incluso con personas que no merecían ni una pisca de tales tratos.
—Buenas noches —respondió él, sin apartar los ojos de la ventana.
Como si a ella le molestara tener o no su atención ¿Quién se creía? Mejor que se quedara viendo la ventana, no había nada en esos ojos que tuviera ánimos de contemplar. Esa era una gran noche, no había necesidad de agriarla desde tan temprano.
—Sí, esto será fascinante. —Tanto Paula como Pedro, volvieron la mirada hacia Javier. Sólo él podía catalogar ese ambiente como fascinante, faltaban que saltaran chispas entre ambos y ellos serían fuente de iluminación propia.
La limusina se puso en movimiento y mientras llevaba su atención a ningún lugar especifico, el tiempo pareció momentáneamente estático. Pensaba que tenerlo frente a frente sería algo demasiado difícil, se equivocaba. No era la indiferencia que Pedro mostraba hacia su persona, ni siquiera era la necesidad de obtener al menos una palabra de arrepentimiento. Ya ni esperaba que eso ocurriese, si bien en un libro todo sería llanto, disculpas y abrazos, en su historia solo había un gran y enorme vacio. El mismo que al parecer, ninguno de los dos tenía ánimos de cruzar.
¿Esperanza? Esa no tenía la capacidad de vivir, luego de tres meses de ser ignorada. Paula no guardaba siquiera el consuelo de sentir esperanza, aun y con todo eso, estaba feliz.
La entrega de premios se llevaba a cabo en un gran teatro del centro de la ciudad, al cual las personas parecían llegar en tropel. Todos vistiendo sus mejores accesorios y deslumbrando con sonrisas de quien ya se siente ganador.
La antesala estaba atestada de escritores, algunos conocidos por ella, otros que en su vida había escuchado nombrar. No era algo digno de las premiaciones a películas, pero teniendo en cuenta el poco amor que se le profesa a la literatura, ella no podía quejarse de la concurrencia. Javier se había hecho de unas copas de champagne, al momento de cruzar la puerta principal y ella bebía intentando lucir un rostro calmo. Mientras esperaban por ser llamados hacia el salón de conferencias, los agasajaban con alguna bebida fina y uno que otro manjar. La muchedumbre se reunía en pequeños grupos, discutiendo asuntos que podían ir desde política, hasta un chisme fresco. Nada que le interesara mucho oír, pero que por el bien de la socialización, debía fingir escuchar.
Pedro se había apartado de ellos y en algún momento lo había perdido de vista, en tanto que Javier aprovechaba su estado catatónico y la hacía estrechar tantas manos como dedos tenía ella en todos sus miembros. Se sentía abrumada, impaciente y algo nostálgica, aunque no sabía el por qué. O quizás sí, pero decir que le encantaría reírse de todas esas personas con alguien en especial, no sería justo para su recientemente adquirida “independencia de idiotas” ¿verdad? Y como una respuesta que llega cuando nadie la pide, él entró en su campo visual.
Sostenía su copa con dos dedos, tal y como solía hacerlo al remover sus vinos, antes de paladearlos con su experta boca. Parecía que había nacido con dicho artilugio en la mano, no que fuese alcohólico pero Pedro jamás se veía mal sosteniendo una copa. La mano derecha en el bolsillo del pantalón negro, el saco abierto y la camisa desabotonada, lo suficiente para crear el efecto esperado por cualquiera que quisiera disfrutarlo. A simple vista, nadie podría atinar a decir que él tuviese algo malo. Lastima que enamorarse de una fotografía, tuviese el mismo efecto desolador que hacerlo de Pedro. Lastima.
—Tienes que conocer a…
—En realidad, necesito ir al tocador —Cualquier excusa le valía, para recuperar su tranquilidad, su cordura o cómo osen llamarla hoy en día. Ella necesitaba sacarse esa fotografía de la mente, lo necesitaba tanto como concentrarse en el premio de turno, y quizás también como conseguir un bronceado para el verano.
—De acuerdo, no te demores en nada entramos al salón.
Asintió y prácticamente en voladas se dirigió al cuarto de baño, o al que ella esperaba lo fuese. No que importara en realidad, pues jamás llegó a enterarse si la puerta de madera con la pequeña mujer en un recuadro, era o no el cuarto de baño.
—Paula.
Se detuvo y no porque estuviesen diciendo su nombre, cosa que haría a cualquiera volverse y mirar al ejecutor del llamado. No, ella se detuvo por otra razón. La misma que la obligó a sacudir la mano y liberarse del calor de unos dedos que minutos antes, se aferraban a una copa con toda naturalidad.
—Podemos…—Lo miró —. ¿Cómo estas?
—Bien. —Silencio — ¿Tú?
—He tenido mejores días.
—Claro —Pedro se acercó un paso, desviando la vista al piso y luego a su mano que parecía suspendida en el aire en un pedido mudo. —Voy a…
—Ya no trabaja contigo.
—¿Qué?—inquirió confusa.
—Julieta, ya no trabaja contigo.
—No.
Le habría gustado decirle el porque, también le habría gustado contarle el modo en que la había corrido, tal vez incluso reír con el recuerdo. Pero no podía, porque eso no importaba. No importaba, porque a Pedro no le importaba.
—Fue ella —Eso significaba que Javier había abierto la boca, ella asintió sin agregar nada de por medio. —No me lo dijiste. —Paula frunció el ceño, por un instante creyendo que él le reprochaba aquello. — ¿Por qué?
—Porque tenía mis dudas de que tu contestador fuera a darte el mensaje.
—Paula…—En esa ocasión la mano, llegó a rozarla. Se apartó.
—Necesito ir al tocador, si me disculpas.
—Aguarda—Pedro se cruzó frente a ella, impidiéndole avanzar. Alzó el rostro pidiéndole que se quitara, él la ignoró como quien ignora a crio caprichoso. —No lo sabía.
—Me doy cuenta —respondió renuente a seguir por ese rumbo.
—Podrías habérmelo dicho, yo…
—¿En que hubiese cambiado, Pedro? —preguntó, comiéndose su replica. — ¿Acaso eso hubiese evitado que te marcharas?
—No, es que…
—Está bien, sabes, lo entiendo.
—No, no entiendes.
Paula le sonrió, procurando mantener las lágrimas a raya.
Había llorado por él, porque bien, no iba a negar que su rechazo no le hubiese dolido. Pero eso representaba el pasado y no había motivo de hurgar en la herida, sanaría, como todo en la vida eso también sanaría.
—¿Qué importa? Entenderlo o no, eso no cambia nada.
—Si tan solo me escucharas un segundo…
—Vale ¿Y qué me dirás? ¿Qué lo lamentas? ¿Qué tu intención no era echarme la culpa a mi? ¿Qué en verdad solo ataste cabos y la mejor salida que encontraste fue desaparecer? —No dijo nada —Esto no tiene que ver con Julieta, Pedro —Le palmeó el hombro con tranquilidad —. Y está bien, realmente lo entiendo.
—No está bien…Paula…
—¡Aquí están! ¡Vamos! Esta comenzando— Javier pareció materializarse de la nada y ella agradeció internamente su interrupción.
Los amigos intercambiaron una mirada cargada de significado, pero ninguno abrió la boca. Javier la tomó por el brazo para escoltarla al salón de conferencias, mientras Pedro caminaba a un metro de distancia. Sus ojos en la punta de sus zapatos y el cabello cayéndole en cascadas sobre la frente. De haber deseado dar un aspecto más desolador, seguramente no lo habría conseguido. Pero Paula se obligó a ignorarlo, a esa altura ella podía darse el lujo de tratarlo como se merecía. Después de todo, en verdad se lo merecía ¿cierto?
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