jueves, 4 de diciembre de 2014
CAPITULO 36
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Al menos que Mayra hubiese hecho un cambio rotundo de carrera Paula, estaba casi segura que las personas del otro lado de la puerta eran paparazis. Peor aún, paparazis que habían capturado todos los ángulos de su rostro al despertar. Bueno, la vergüenza nacional tenía su lado divertido. Al menos las madres tendrían fotografías, para obligar a sus niños a comer verduras. No que esto la hiciera muy feliz, pero sin duda había algo ligeramente hilarante en el asunto.
Una profunda exhalación la sacó de sus pensamientos, Paula dirigió la vista hacia el ejecutor de tal acción. Pedro aún se encontraba con el cuerpo sobre la puerta, como si pensara que la gente del otro lado la tiraría abajo en cualquier momento. Su rostro era la viva imagen del desconcierto, quizás ella lucia exactamente igual, aunque más desalineada por supuesto. Aun ninguno había dado cuenta clara de lo que estaba pasando. Ella no abría la boca, por temor a confirmar que lo que vio no había sido imaginado. Sabía que no había sido imaginado, pero siempre que Pedro no se lo confirmara ella podría permanecer en ese semi estado de negación y estupidez.
—De acuerdo—Finalmente el echó abajo su ilusión.
— ¿¡Qué demonios fue eso!?—Pedro la observó sobresaltado por su repentina explosión.
Paula estaba notoriamente hiperventilando, la noticia había hecho el viaje hasta su cerebro y ahora se negaba a dejarla en paz. Ella había sido fotografiada en ropa interior ¡No! ¡Qué va! Si eso era lo más suave de todo el asunto. Ella había sido fotografiada en ropa interior, usando la camisa de un hombre y abriendo la puerta de la casa del mismo, como si fuera dueña y señora del lugar.
Estaba tan jodidamente, jodida.
— ¡Oh por Dios! ¡Pedro! ¿Qué rayos?
— ¿Cómo crees que voy a saberlo?
—Oh, no lo sé ¡Quizás porque es tu maldita casa!
—No es como si me encontrara reporteros en mi puerta todos los días. —Se excusó él y ella se dio cuenta de que definitivamente esto no era su culpa. O quizás sí, pero ¿Cómo confirmarlo? Pedro no lucia muy feliz por la repentina atención que estaba suscitando su pórtico.
— ¿Qué vamos a hacer?—Ella echó la mirada hacia la puerta, haciendo un conteo mental de todas las cámaras que había visto.
—Aguarda—Pedro se perdió antes de que le pudiera responder, segundos después reapareció con el teléfono pegado al oído. — ¿Javier?— Preguntó en tanto que ella se acercaba y lo obligaba a colocarse a su altura para oír la respuesta del otro.
— ¿Pedro que ocurrió…?
— ¿Por qué hay reporteros en mi puerta?—Él ni le dejó finalizar la pregunta.
—Ah mierda ¿Abriste?
—Yo no, pero no importa…responde.
—Estoy en la esquina de tu casa, entrare por atrás, espérame—Pedro asintió colgando la llamada y luego se pasó una mano por el cabello, volviendo a mirar la puerta.
Paula sabía lo que estaba pensando, o al menos estaba bastante segura de poder adivinarlo. Él quería respuestas a las mismas preguntas que ella se estaba haciendo. ¿Qué? ¿Quién? ¿Por qué? Y ¿Cómo? Muy en lo profundo esperaba que Javier se los dijera, aun así una pequeña parte de ella se negaba a aceptar que alguien los había delatado. Pues ¿Qué otra cosa podía ser? Esos paparazis no estaban buscando fotografiar la magnífica arquitectura de la casa, aunque dicho sea de paso, la arquitectura era genial. Pero esa no era la cuestión, obviamente allí buscaban al dueño de casa y el hecho de que ella los hubiera recibido, como que solo sumaba puntos a la ironía.
Pedro se dirigió a la parte trasera de la casa, haciendo que Paula lo siguiera por inercia. En ese instante Javier entró sin necesidad de llamar antes. Los tres se miraron en silencio por un largo segundo, hasta que por supuesto el hombre más sexy presente rompió la tensión.
—Tenemos problemas—Sí, Javier estaba para comérselo. Las cosas hay que decirlas.
— ¿Qué…?—Pedro hizo un ademan hacia la puerta, como si con eso dijera todo.
—Es mejor que veas esto—El agente de su colega, avanzó por los pasillos de la casa hasta el living. Encendió la televisión y tras rebuscar en los canales, se detuvo en uno de chismes y noticias de los famosos. Justo en ese momento, la pantalla se encontraba cubierta casi en su totalidad, por una fotografía.
Paula se olvidó de respirar, de un segundo a otro solo tuvo ojos para ver esa pantalla, esa imagen. Eran ellos, Pedro y Paula compartiendo un beso. El beso que ella le había dado, minutos antes de la conferencia de prensa del día anterior. Se sentía completamente surrealista verse besando a alguien, su cuerpo prácticamente estaba colgado del de él y los ojos de Pedro se encontraban entrecerrados, haciendo que sus pestañas ocultaran parcialmente aquella mirada azul. Mierda, si la situación no fuese tan indignante, ella pediría que le hicieran una impresión de esa foto. Su hermana se caería de culo, al ver con la clase de tipo que ella se besaba.
—“Esta mañana nos encontramos con una noticia exclusiva de la revista Glamour, —Anunció la reportera como una voz en off—…cuando su portada lució esta fotografía que ahora vemos en pantalla y la pregunta ¿Quién es Sir Alfonso?
Despertando automáticamente la curiosidad de las fanáticas de este autor. Según fuentes no reveladas por la revista, el hombre que se encuentra tan cómodamente atrapado por las manos de la escritora Paula Alfonso, sería ni más ni menos que el aclamado autor de los best seller del aventurero James Alfonso. La fotografía fue tomada antes de la presentación formal del libro que ambos autores, piensan publicar en la…”
Pedro apagó la tele apretando con fuerza el mando a distancia, como si el pobre tuviese la culpa de algo.
— ¿Quién lo hizo?—inquirió hacia Javier, con las palabras prácticamente susurradas por entre sus dientes.
—Estoy trabajando en…
— ¡No! ¡Tú lo sabes!—Ella brincó en su lugar, no se había esperado esa acusación tan exaltada. Pero Javier no se inmutó, lo miró con la paciencia que solo años de tratar con la misma persona daban.
—Pedro, me puse en contacto con la revista. No quisieron decirme quien les vendió la foto o la información, pero se cubrieron bien la espalda al no dar a conocer tu nombre. Teóricamente solo publicaron un “quizás” por lo que es casi imposible presionarlos por el lado legal. Lo siento, estoy trabajando en eso. Voy a descubrir quién lo hizo…
— ¿Y mientras tanto que?—Le espetó sin preocuparse en modular su cabreo— ¿Mientras tanto les sirvo una limonada? ¿Los invito a jugar cartas? ¿Qué Javier? —Paula dio un paso en su dirección, pero la mirada agria que le dirigió la detuvo en seco. Ella no pensaba culpar a Javier por algo que ellos habían hecho, era después de todo su beso, no el de Javier.
—Pedro, calma—Él sacudió la cabeza, volviendo a soltar otro profundo suspiro. —Estoy seguro que lo dejaran correr en un par de días. Puedes intentar hablar con ellos o simplemente ignorarlos—Los ojos azules de Pedro brillaron con malicia, como si tuviera una idea mucho mejor. —Sé que te molesta la situación, pero por el momento es todo lo que podemos hacer.
— ¿Y qué entonces? ¿Cierro las puertas y espero a que se marchen?
—Supongo que esa puede ser una opción—Pedro lo fulminó con la mirada, Javier sonrió en disculpa. —Mira, lo mejor es que te tomes unos días lejos de la ciudad, ellos lo olvidaran…
— ¿Por qué arman tanto escándalo? Es un escritor, no George Clooney. —Ambos hombres la observaron con distintos grados de suspicacia, finalmente Javier encontró las palabras primero.
—Bueno, supongo que a nadie le importaría si no fuese un escritor anónimo. O si no fuese un romance tras bambalinas. Por alguna razón a las personas les fascinan los romances ocultos, no por nada la frase es: “el sexo vende”. Las fanáticas de Sir Alfonso, tienen años imaginándose como podría ser. El misterio causa curiosidad, y cuando este es revelado la curiosidad causa…
—Desastres—Completó Pedro poniendo los ojos en blanco.
—Exacto—Concordó Javier, con un deje de frustración.
Paula lo comprendió entonces, no era el hecho de que se hubieran vuelto famosos de la noche a la mañana o que la lectura estuviese ganando más adeptos que la televisión. La cuestión radicaba en el beso, en el romance prohibido de dos personas que solo deberían estar escribiendo en conjunto. La morbosidad de atrapar a alguien haciendo algo indebido, hacía del juego de cazarlos algo más divertido. El pequeño detalle de que ellos fueran, relativamente conocidos por un grupo de personas hacia de todo eso, un asunto mucho más vendible.
Oh rayos y ella como siempre no estaba vestida para la ocasión.
—Tal vez podemos ir a mi casa—Ofreció al ver que ambos se quedaban en un silencio analizador.
—Eso no servirá—Prorrumpió Javier, sin siquiera alzar la mirada—. Ellos están en la puerta de tu edificio, al parecer queriendo una nota exclusiva de la mujer por la que Sir Alfonso decidió salir al sol.
—Ni que fuera un murciélago—murmuró él y a pesar de que intentaba hacer una broma, la nota sarcástica le sacó todo el peso a aquel comentario.
— ¿Entonces?—Inquirió haciendo caso omiso de la tensión que inundaba el ambiente.
—No lo sé—Javier soltó un suspiro—Supongo que…—Miró a Pedro—Tal vez podrías ir con Pablo por algunos días, al menos hasta que logré controlar este revuelo.
Él no respondió sino que fue hasta el teléfono y tras unos segundos de espera, se enfrascó en una charla repleta de susurros y suspiros molestos. Ella no escuchó a quien le estaba hablando, pero podía apostar a que Pedro había optado por pedirle ayuda a su padre.
Al terminar fue a su lado y tomándola de un brazo, la insto a moverse.
— ¿Qué?
—Vamos.
— ¿A dónde?
—Lejos de esas cámaras—Ella pasó saliva con dificultad al recordar ese detalle y sin poder argumentar algo en contra, lo siguió escaleras arriba. Javier permaneció abajo, seguramente comprendiendo que Pedro no se encontraba en su mejor estado de ánimo.
Paula lo observó ir y venir por la habitación, mientras sacaba ropa de su ropero y las empujaba sin nada de cuidado, dentro de un bolso negro. Luego Pedro separó un pantalón deportivo gris, una chomba azul oscuro y una campera negra con capucha. Parecía el atuendo de alguien que piensa salir a correr o de alguien que realmente no quiere ser visto. Ella permaneció sentada en la cama, no tenía mucho que ponerse. Solo su vestido del día anterior y para colocárselo necesitaba de ayuda. No le dijo nada, no quería molestar lo que sea que estuviese maquinando. Él estaba concentrado en salir de allí y al parecer concentrado en guardarse todos sus pensamientos al respecto. ¿Qué podría creer? ¿Tendría un sospechoso para todo el asunto?
Ella no.
Por una fracción de segundo, tuvo la pequeña teoría de que él quizás la culparía a ella. Pero alguien que planea echarte la culpa sobre algo, no te invita a escapar a su lado ¿verdad? Prefería no ahondar mucho por esa línea de pensamiento, prefería no hacerse ideas raras. Ellos no eran simples colegas, bueno, tampoco eran algo más. O quizás sí, en verdad esa parte aún estaba un poco confusa para ella. Cuando notó que se detenía en su ir y venir, también supo que la estaba mirando.
— ¿Qué?
— ¿Estas lista?—Ella bajó la vista a sus manos, que aun sostenían la parte superior de su vestido. Sacudió la cabeza.
—Necesito ayuda con la cremallera—Le dijo, poniéndose de pie algo avergonzada.
Él se detuvo detrás de ella y rápidamente le subió la cremallera sin emitir un sonido. Paula intentó no pensar en el momento en que Pedro le había sacado el vestido el día anterior, en los lentos que habían sido sus movimientos, sutiles, calculados, casi como si temiera asustarla. El recuerdo de sus manos subiendo por su espalda en una delicada caricia, la golpeó sin previo aviso y tuvo que hacer de tripas corazón, para contener las ansias de darse la vuelta y comerle la boca a besos.
Él ni siquiera la había rozado, incluso llego a pensar que realmente se había puesto a una distancia que parecería insultante, para el hombre que había dormido abrazado a su cuerpo toda la noche.
—Vamos—Soltando un suspiró lo siguió de nueva cuenta al piso de abajo.
Al verlos entrar en la cocina Javier se volvió hacia Pedro entregándole unas llaves.
—Mi auto está estacionado una calle abajo. Salgan por la puerta trasera y crucen por el jardín del vecino del lado izquierdo…
— ¿Solo cruzamos?—inquirió él con tono escéptico.
—Sí, al parecer ella es una gran fanática de tus libros y está encantada con ayudarles.
—Súper—masculló Pedro sin un ápice de verdadero aprecio.
—Gracias Javier—Se apresuró a gritar Paula, mientras era jalada hacia la puerta de atrás.
Sí bueno, él estaba molesto. ¿Pero tanto le costaba un poco de amabilidad? Javier y la vecina se estaban portando muy bien con toda la situación. Y a decir verdad él no era el más afectado en todo el asunto, su cara de “recién me levanto” no iba a ser la que decore las revistas de chismes la mañana siguiente.
Una vez que estuvieron en el auto de Javier, Pedro se puso en su plan de “soy piloto de fórmula uno así que no me mires y no me hables” por lo que Paula se dispuso a contar los arboles de los laterales, hasta que sintió que comenzaba a marearse. Luego de quince largos minutos de maravillarse con las formas que podía hacer con sus manos y la luz del sol que quemaba sus muslos, se decidió a romper el hielo.
— ¿A dónde vamos?—Hubo un buen momento de silencio, o él estaba decidiendo su destino aun o solo la estaba ignorando. Ella estaba debatiéndose entre esas opciones, y la segunda se llevaba las de ganar— ¿Pedro?
— ¿Qué?
— ¿A dónde vamos?
—A la casa de mi padre—Tal como se lo había figurado.
— ¿Yo también?
—Estas en el auto ¿no?—Bien, no había necesidad de emplear sarcasmo. Teóricamente ellos ya habían superado la etapa de atacarse como críos luchando por un juguete nuevo. Al parecer habían hecho un retroceso y a ella no le había llegado el memo.
—Llévame a mi casa—Pidió, cruzándose de brazos algo fastidiada con su actitud. Él la miró un instante.
— ¿Para qué? ¿Para poder regalarles otro momento Kodak?—Paula frunció el ceño y sacudió la cabeza sin comprender, o tal vez solo obligándose a ignorar la acusación implícita que llevaban grabadas sus palabras.
— ¿Qué se supone que significa eso?—Bien, quizás no estaba tan a favor del plan “ignorancia”
—Nada—respondió secamente. Pero ella no estaba dispuesta a dejarlo pasar.
—No, ahora me dices.
—No.
—Dime.
—No.
— ¡Dime!—Él volvió a clavar sus ojos azules en su persona.
Una parte de esa reacción parecía estar pidiéndole que no siguiera presionando, la otra ocultaba una emoción que le costó un poco de tiempo descifrar. Pero tras mirarlo un momento más, lo descubrió. Desconfianza.
—Piensas que yo tuve algo que ver—No lo preguntaba, ella estaba segura de que había adivinado la dirección de sus deducciones. Pedro volvió a mirar la calle y sus nudillos emblanquecieron mientras apretaba el volante con mayor vehemencia. —Yo no hice nada.
—Lo sé—Pero no creía esas palabras, al menos no del todo.
— ¿Entonces porque piensas que…?
—Porque está a la luz, el sexo vende y esa maldita foto solo acarrea publicidad. Fama…—Volvió a mirarla— ¿No es eso lo que quieres, Paula?
Ella se quedó helada, él realmente pensaba que había armado esa jugada para conseguir algo de publicidad.
Como si a ella le importaran esas mierdas, como si ella no lo hubiese defendido de los planes de Julieta. Como si realmente creyera que no respetaba su decisión de permanecer en el anonimato.
Al mirarlo, en verdad sintió que no lo conocía en lo absoluto.
— ¿Así que soy yo la única que quiere fama? ¿Qué hay de ti? ¿Por qué no pudiste tu armar todo esto?
— ¿Yo?—Él lucia desconcertado por la acusación, pero si iban a poner las cartas sobre la mesa, al menos se aseguraría de armar bien su mano. — ¿Con que propósito? Yo soy el que tiene los premios, linda.
Y tras esas palabras, la burbuja de paz que se había armado Paula se reventó en ciento de partículas diminutas.
—Que yo sepa, no todos. —Señaló irónicamente, haciendo referencia al último premio que había perdido ante ella o el más importante que había perdido, ante Mike Donelly. Pedro soltó una maldición por lo bajo y de ser posible el auto tomó mayor velocidad.
—Tus libros aumentaron sus ventas desde que se conoció nuestro trabajo en conjunto ¿Realmente piensas que no sé eso?—Ella contuvo el aliento, procurando que su corazón no se olvidara de tocar su ritmo usual.
— ¡Eso no tiene nada que ver!—exclamó realmente encolerizada y también dolida, sí, definitivamente esa sensación de asfixia se debía al dolor.
—Claro que no, no tiene nada que ver hasta que notas que el dinero extra en tu cuenta no cae para nada mal. —Frente a eso, Paula se dio cuenta de algo. No habría forma de defenderse de su acusación, él ya había tomado una decisión y había gritado a los cuatro vientos: ¡Bruja! Como en los tiempos de Salem.
—Tienes razón…—Aseguró, conteniendo las ganas de arremeterle un golpe— ¿Sabes? ¡Tienes toda la puta razón! Yo arme todo, yo hice que nos sacaran la foto y yo la vendí a la prensa. Justo en el momento en que hacíamos el amor, estaba negociando el precio. ¡Mil libras! ¿Te mando la mitad o prefieres donarla a la caridad?
Él detuvo el automóvil en ese instante, se volvió de lado para darle toda su atención. Sus ojos reflejaban cientos de interrogantes, parecía molesto, irritado, confundido y tal vez algo excitado. Ella no tenía idea de dónde provenía eso, pero tampoco estaba dispuesta a dejarse llevar por su deseo irrefrenable de arrancarle la camisa. Pedro no confiaba en ella, a pesar de lo que habían pasado juntos, él creía que se rebajaría a traiciones de ese estilo. Los escritores rara vez confían los unos en los otros, como en todo universo reducido, la competencia está a la orden del día. Escribir en conjunto es un gran salto de fe, confiar en que el otro no te intentara joder al último momento es un factor que nadie puede ignorar. Pero Paula se sintió ofendida al darse cuenta que él albergaba esa clase de dudas. Se conocían mejor que eso, o al menos eso había creído.
—Ya llegamos—Fue lo único que dijo, antes de abrir la puerta y bajarse del coche en una exhalación.
No se movió, no sabía si esa vez tenía tantas ganas de seguirlo sin chistar. Esta clase de cosas definitivamente deberían venir con advertencias. Algo como: En caso de emergencias de colega estúpido, rompa el vidrio y espere que una esquirla se le incruste en el cerebro.
CAPITULO 35
Con la vista fija en las gotas que golpeaban contra el vidrio, Pedro se mantenía absorto sin pensar en nada o quizás pensando mucho para lo que se requería en un día libre. La cafetera seguía burbujeando, mientras la línea de café lentamente aumentaba hasta el nivel de la marca blanca.
El plan era tomar un buen desayuno, pero había encontrado sus despensas completamente vacías. Seguramente Mayra no había tenido tiempo de hacerle las compras, una desgracia porque después de su agitada noche —y ¿Por qué no? también gran parte de su tarde— estaba hambriento. Luego de rebuscar por todas partes, había llegado a dos opciones: café o vino. Y en realidad pensaba que iniciar un día con vino, incluso estaba fuera de su límite.
Paula se merecía algo un poco más elaborado que un triste café, pero esperaba que una vez tuviese algo de eso corriendo por su torrente sanguíneo, encontraría el valor de salir de su casa hasta la panadería a dos cuadras.
Era una maldita aventura. Salir de su cama le había tomado una cantidad de cinco intentos fallidos. Los dos primero enteramente culpa de Paula, es que ¿Cómo se le ocurría dormir con las piernas por fuera de las sabanas? Él era un ser humano, no podía simplemente salir de la cama teniendo ese regalo a medio desenvolver. Tal vez las otras tres veces, fueron culpa de su pereza y su muy poco control sobre sí mismo.
En resumidas cuentas, había comenzado a levantarse exactamente a las ocho de la mañana, cómo demonios termino por llegar a la cocina a las 12:45 del mediodía…bueno, eso era un verdadero misterio.
La cafetera emitió un sonido y él sonrió sirviendo un poco de café, con suerte eso sería lo suficientemente fuerte como para impulsarlo el resto del camino hacia la puerta. Mientras ese pensamiento tocaba su mente, el teléfono que descansaba sobre la isla comenzó a sonar.
— ¿Diga?—Normalmente respondía con el típico “Pedro Alfonso” pero era casi comprensible que a esas horas y aun sin haber tocado su café, le fuese un tanto difícil articular frases largas.
— ¿Pedro?—Que estupidez de pregunta, como si él viviera con algún otro hombre que pudiera tomar sus llamadas. En verdad, a veces la gente lo sorprendía.
—No, habla el ladrón que entró a su casa mientras dormía. Su hijo está ahora mismo desangrándose a mis pies, pero por favor no llame a la policía…lo hare yo cuando termine aquí.
—No te pases de listo, te he llamado como diez veces ¿Por qué no contestabas?—La irritación en el timbre de su padre, lo confundió ligeramente.
—Era una broma…—Se excusó, medio arrepentido por el chiste del hijo desangrado. Pero a decir verdad, no era la primera vez que le decía alguna tontería por el estilo y él nunca reaccionaba mal. Es más, incluso le replicaba alguna tontería acorde, para seguir con el chiste.
—Escúchame ¿Has prendido tu televisor?—Lo último que había planeado para esa mañana era prender la televisión, definitivamente prefería vivir su reality que el de algún desconocido.
—No.
—Pedro…—El tono de la otra línea lo interrumpió a media frase.
—Dame un segundo.
—Pero…—Lo puso en espera antes de que pudiera quejarse.
— ¡Pedro! ¡Al fin respondes!—exclamó Javier ni bien se acercó el aparato al rostro. Era increíble que todos estuviesen con ganas de remarcarle ese detalle, no es como si se pasara sus días esperando junto al teléfono a que le llamaran.
—Sí, bueno estaba ocupado—Mientras decía aquello, notó movimiento a sus espaldas y al volverse la encontró de pie en el umbral de su puerta, mirándolo. Maldición, era más hermosa recién salida de la cama.
Paula lo saludó con la mano, al verlo hablando y con pasos lentos se dirigió a la cafetera que minutos antes él había abandonado. Pedro siguió el contoneo de sus caderas, mientras disfrutaba la vista de su trasero enfundado en bóxers de mujer. Eso y una de sus camisas, hacían de su atuendo algo digno de pasarelas. O al menos de sus pasarelas.
—Mira Pedro, estoy de camino a tu casa quiero que me esperes—No pensaba ir a ninguna parte, aunque la idea de tener a Javier por allí no le tentaba en lo más mínimo.
—Sí, claro aquí te espero—respondió vagamente, siempre podía correrlo tras oír la queja que estuviese preparándole.
Con el tubo aun en la oreja, caminó hasta detenerse detrás de ella y dejarla acorralada contra la mesada, Paula se volvió y le frunció el ceño disgustada. Pero terminó por desmentirse, cuando una sonrisa coqueta se dibujó en sus sonrosados labios. Los mismos que había devorado durante toda la noche y esos mismos que se disponía a engullir en ese instante. Se inclinó para darle un beso y ella le hizo un gesto pidiéndole silencio, mientras le quitaba el teléfono de las manos y lo dejaba a un lado de la cafetera.
—Nos va a regañar—Susurró en secreto, haciendo referencia a Javier.
Él sacudió la cabeza y comenzó a quitarle la camisa con una destreza propia de la costumbre. Muy a la distancia y casi como un molesto sonido de fondo, oía el parloteo de Javier que en algún momento lo llamaba por su nombre. Paula lo liberó un instante, para poner el teléfono boca abajo y luego le echó los brazos al cuello retomando desde donde habían dejado.
Pero el mundo parecía haberse puesto de acuerdo, para echar a perder ese encuentro en la cocina. El timbre de la puerta sonó y muy a su pesar tuvo que poner algo de distancias, claro tras un profundo y muy estudiado beso. Era increíble, la capacidad que tenía de abstraerlo de todo lo que lo rodeaba, una caricia o una sonrisa y él se volvía pura y exclusivamente dependiente de ella.
— ¿Tienes qué?—Le preguntó frunciendo los labios, molesta por las interrupciones.
—Dos segundos—Paula sacudió una mano y lo detuvo en plena retirada.
—Tú responde el teléfono, yo voy a ver quién toca la puerta.
—Debe ser Mayra con la comida—Ella asintió y sacudiendo un poco la cabeza se perdió por el pasillo en dirección a la entrada. Pedro tomó el teléfono, hasta olvidándose de porque había contestado en primer lugar.
Tendría que haber permanecido en su cama, no había razones demasiado fuertes como para levantarse. Si la comida no fuese un asunto necesario para la humanidad, él habría acampado allí gustosamente al mejor estilo de Robinson Crusoe. Aunque con el añadido de Paula, por supuesto.
— ¿Javier?
— ¿¡Escuchaste algo de lo que te dije!?
—No.
— ¡Pedro, tenemos un problema!—Frunció el ceño al oír aquello—Hagas lo que hagas, no abras la puerta. Espérame, hasta que no llegué no abras…
Sin esperar a que terminara salió disparado por el pasillo, no entendía porque no debería abrir la puerta, no entendía el porqué de la emergencia en el llamado de Javier o lo extraño que sonaba su padre. Pero lo que si sabía era que debía llegar antes que ella, desafortunadamente no fue así.
— ¡Paula, no abras la…!
Una luz golpeó sus ojos, a tiempo que otras cientos centellaban ante su anonadado rostro. Paula se quedó petrificada frente a las personas que una tras otra, le formulaban preguntas o tomaban fotografías de ella en su precario atuendo. Mejor dicho en el atuendo de Pedro.
— ¿Es verdad que Pedro…?
— ¿Hace cuánto que ustedes…?
— ¿Sir Alfonso es…?
— ¿Cuándo inicio esto?
— ¿El hombre con el que aparece en la foto…?
No fue capaz de oír más después de eso, en ese instante él cerró la puerta de un bandazo. Pero ¿Acaso no era ya demasiado tarde para eso?
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