lunes, 24 de noviembre de 2014
CAPITULO 12
Pedro estaba cómodamente recostado en su cama, llevaba la última media hora observando el cielo raso. No sabía porque le costaba tanto concebir el sueño, después de todo estaba molido. Pero algo lo incomodaba y muy en lo profundo de su ser —en la parte más perdida y olvidada— sabia la respuesta. Pero antes de admitirlo se cortaría una mano y se la daría de comer a sus pececitos.
Repentinamente algo comenzó a emitir un zumbido, bastante molesto. Se volteó buscando su celular, pero al tenerlo en la mano descubrió que éste estaba completamente calmo. Enarco una ceja mirando la pantallita, solo para confirmar que su sentido del tacto no estaba averiado. Nada.
— ¿Qué demonios?—Pregunto a nadie en particular, mientras se ponía de pie en busca del maldito celular vibrante. Él solo tenía uno ¿Acaso había alguien más en su casa? No, imposible. Incluso un ladrón no cometería la estupidez, de meterse a robar con el teléfono prendido.
Después de buscar inútilmente por largo rato, el celular fantasma dejo de hacer ruido. Pedro se encogió de hombros, dispuesto a meterse en la cama y obligarse a dormir, cuando éste volvió a importunarlo.
—Pero la pu…—Agito cojines, almohadas e incluso desarmo toda la cama. Aun así no lo hallo.
Entonces su vista se encontró con la ropa que había dejado desperdigada por el suelo, cuando había llegado. Y fue como si una lámpara chispeara en su aturdido, cansado y muy exasperado cerebro.
—Paula—murmuro, tomando su pantalón de jean y extrayendo de su bolsillo trasero el diminuto celular rosa— ¿Diga?
— ¿Paula?—Sí claro, después de su operación de cambio de sexo.
—Eh…no—Del otro lado de la línea alguien soltó un pequeño suspiro.
— ¿Puedes poner a Paula al teléfono?—Pedro analizo un segundo el pedido de la mujer y pensó en soltarle una grosería, por estar molestando a las tres de la mañana. Pero luego recapitulo, eso no sería muy cortes, él ni siquiera estaba dormido.
—Paula no está aquí, me dio a tener su teléfono y supongo que olvido pedírmelo—Hubo un movimiento como si su interlocutora, estuviese tapando la bocina.
— ¿Eres Pedro?—Ah, ella lo conocía eso lo sorprendió un poco.
—Sí.
—Mira, esto…Paula se marchó de la fiesta y no puedo encontrarla. Si llama a su teléfono, podrías decirle que se ponga en contacto conmigo. Soy Flor—No pudo evitar molestarse por la información que le daba la tal Flor.
¿Dónde podría estar esa boba? Bueno, la respuesta era más que obvia. Estaba con ese tipejo que la acaparo toda la noche.
—Seguramente esta con ese tipo disfrazado de doctor—No debió decir eso, para él había sonado como un ex celoso.
Pero le fue imposible contener esa demanda que pugnaba desde lo profundo de su garganta, amenazando con hacerlo romper su máscara de calma. Quería soltar una maldición y ni siquiera sabía porque.
—En realidad…es que él regreso a la fiesta…y dijo que Paula se había marchado.
— ¿Sin sus botas?—Que pregunta tonta, por supuesto que sin sus botas pues él las tenía también.
—No sé, estoy bastante preocupada…por favor…
—Sí, sí, si…le diré que se ponga en contacto contigo—masculló más enrabiado que antes. Maldita mujer insensata ¿Cómo se le ocurría deambular sola y ebria por las calles?
—Gracias—Tanto Florencia como él colgaron al unísono.
Pedro aun sosteniendo su pantalón con su mano libre, tiro el celular de Paula sobre la cómoda y comenzó a vestirse apresuradamente.
No estaba seguro que haría, pero antes de poder analizar nada, se encontraba detrás del volante de su Lexus buscándola por las oscuras calles de Londres. Si la encontraba la mataría y luego…y luego, bien aún no había planeado nada, pero eso no lo detendría en darle un verdadero escarmiento.
Quién podría llegar a imaginar que su casa, se había movido del lugar en donde la había dejado esa misma mañana.
Pues Paula llevaba la última hora buscándola y aun no podía dar con ella ¿Es que estaba huyendo? ¿Las casas podían hacer eso?
Suspiro y de una forma muy poco femenina, se dejó caer al costado de la acera para limpiar sus cochinos pies. No sabía dónde estaban sus botas, pero en ese momento las echaba de menos. Al igual que su casa, las botas también la habían abandonado. ¡Qué suerte la suya! Mientras ese pensamiento cruzaba su mente, un auto dio vuelta la esquina iluminándola de lleno con esas malditas farolas blancas. Paula sintió que algo comenzaba a latir en alguna parte de su cabeza y supo que allí venían las náuseas.
Se puso de pie, solo para tener algo en que entretenerse y decidida, comenzó una vez más la búsqueda. No podía ser posible que no recordara donde vivía, pero es que ella podía jurar que no estaba tan lejos. Y en tanto que debatía la mejor forma de salir de ese predicamento, sintió como a su
lado el mismo auto que la había iluminado antes, bajaba la velocidad para acompasarse a su ritmo. Paula miro sobre su hombro, el automóvil completamente negro y con vidrios tintados, no dejaba ver quien lo conducía pero ella no estaba dispuesta averiguarlo.
Apretó el paso deliberadamente y su acompañante hizo lo propio, fue entonces cuando Paula sintió como su corazón comenzaba a bombear de manera frenética. No podían robarle, no traía nada más que su dignidad encima y eso no valía mucho. Además ¿De aquí a cuando los ladrones tenían mejores autos que sus víctimas? Ella podría poner una queja, ese tipo no estaba necesitado.
—Aléjate—murmuro como si de alguna forma, el conductor pudiese oír su suplica. ¿Qué quería de ella? ¿Pensaría que es una prostituta? «Mírame bien, ni botas traigo» Pensó en gritarle, pero procuro mantener la vista al frente, tal vez si no lo miraba terminaría por marcharse.
— ¡Paula!— ¡Oh Dios! Y sabia su nombre, iba a matarla alguien que la conocía. Después de todo las estadísticas son ciertas más del noventa por ciento de los homicidios son cometidos por personas cercanas a la víctima.
Las cosas que uno piensa cuando esta ebrio y al borde de la muerte, es sorprendente.
— ¡Paula!—insistió el conductor y ella se detuvo abruptamente. Reconocía esa voz, la haría incluso en las mismísimas puertas del infierno y con Lucifer picándole el culo con su tenedor. Bien, tridente…estar ebria no la justificaba a pensar como una ignorante.
Se volteó lentamente para ver como desde el interior del fascinante Lexus, unos penetrantes ojos azules la escrutaban con enfado y... ¿Sería eso alivio? No, seguramente era el efecto de luz de la luna.
— ¿Pedro?—insto con una enorme sonrisa. No estaba perdida, Pedro la llevaría a casa. Al fin alguien venía a rescatarla, al fin alguien se acordaba de su ebria persona.
—Sube de una maldita vez—Bien, no era exactamente un caballero en su hermoso corcel. Pero estaba dispuesta a ignorar esos detallitos, él estaba allí y por primera vez se alegraba de verlo.
Corrió para montarse al auto, pero toda la agitación no fue buena para su escasa resistencia estomacal. Allí estaban esas condenadas nauseas otra vez. Sin poder evitarlo se llevó ambas manos al vientre, en un intento estúpido de recuperar la compostura. Pero sentía que hasta la última célula de su cuerpo comenzó a subir por su tráquea, para llenarle la boca de ese gusto inconfundiblemente asqueroso.
— ¿Paula?—Pedro había descendido del auto y en ese momento se acercó a ella, para intentar incorporarla de la posición semi erguida en la que parecía haber quedado congelada. Le toco el hombro y ella alzo la cabeza, escrutándolo con los ojos llenos de lágrimas— ¿Estas bien?
Lo único que pudo hacer Paula para responderle, fue soltarle todo el alcohol que venía guardando en su estómago sobre la bonita camisa de lino. Pedro retrocedió pero demasiado tarde, ella no tuvo reparos en vomitarlo y vomitarse a sí misma en el proceso.
— ¡Eres una asquerosa!—exclamó, pero Paula no atendió a sus palabras. Estaba demasiado ocupada, tratando de no perder la conciencia allí mismo. Ya no le importaba que sería de ella por esa noche, había liberado gran parte de su frustración. « ¿Y mañana?» Bueno, mañana amanecería un nuevo y brillante día. Por esa noche, todo quedaría perdido en la bruma de la borrachera, si es que Pedro le permitía alguna vez olvidar lo que hizo por ella.
CAPITULO 11
—Dios eres hermosa—Ella gimió como toda respuesta, incapaz de esgrimir un comentario coherente. El doctor la apretó contra la pared, haciéndola muy consciente de su deseo.
No habían llegado muy lejos, él se le había echado encima ni bien habían alcanzado el primer rellano de las escaleras.
Y Paula no presento objeción, le gustaba la manera casi reverente con la que se dirigía hacia ella. Le gustaba sentir sus labios surcando distintos caminos por su cuello, su boca, sus mejillas y sus parpados. No existía un punto de su rostro, que él no hubiese reclamado con su boca. Era agradable la calidez y suavidad con la que la acariciaba, esa misma cadencia con las que sus dedos acunaban sus senos. Para luego derrapar por su espalda y terminar cerniéndose con firmeza a su trasero.
Paula pego un respingo, en algún punto recóndito de su mente algo se activó, pero la pasión amenazaba con llevarse hasta ese mínimo retazo de cordura. « ¿Qué estoy haciendo?» Se preguntó, liberando su boca de los hambrientos labios del doctor.
—Si preciosa, mejor vamos a mi casa—Él interpreto aquel pequeño interludio, como una muestra de lo que vendría.
Pero Paula no estaba dispuesta a llevar las cosas tan lejos, aún tenía algo de recato y estaba obligada a ponerlo en práctica.
—No, no puedo—susurro mientras veía que sus pies no atendían a sus palabras, pues aunque una parte de ella negaba la otra seguía caminando detrás del doctor.
— ¿Cómo qué no?—inquirió él, mostrándose verdaderamente indignado.
—Lo siento, no—Y con la resolución llegando finalmente a su obnubilado cerebro, se deshizo de su amarre para terminar de una vez con todo aquello.
Ella no era esa clase de mujer, no se iba a la cama con personas que no conocía. Sí podría estar ebria, pero no estúpida.
—Mierda—El doctor no parecía nada contento—Como quieras, ni se para que me metí contigo, claramente solo eres una histérica—Ella parpadeo un tanto confundida, pero no se atrevió a decir nada. Era mejor que él pensara lo que quisiera, siempre y cuando se olvidara de la idea de llevarla a la cama.
El joven de ojos verdes, soltó un resoplido entre dientes, antes de pegarse la vuelta y desaparecer escaleras abajo.
Paula frunció el ceño, pero tras analizarlo todo un segundo, rompió en una estruendosa carcajada. Flor no se terminaría de creer lo que había ocurrido. Hablando de Flor ¿Dónde podría estar ella?
Paula dio una vuelta completa sobre su eje, sin parecer muy coherente y mientras observaba la nada con mucha atención, decidió regresar a su casa. Ahora solo le faltaba encontrarla ¿Vivía al sur o al norte? Ah bien, siempre podía pedir referencia. Tan solo debía preguntar ¿Dónde vivía esa chica llamada Claire?
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