martes, 2 de diciembre de 2014

CAPITULO 30





Necesitaba aire fresco, un poco complicado de conseguir en Londres, pero eso no le importaba mucho. La idea de tener un camino pavimentado infinito delante de sus pies, lo alentaba a no detener su marcha. Más tarde en el resumen de noticias, aparecería la conferencia sobre el libro. Quizás entonces la miraría, pero ahora ¿Qué sentido tenia sentarse en su sillón y escucharla hablar? No oía su voz hacia tanto tiempo, que en cierta forma estuvo tentado a pegarse la vuelta y encender la televisión. Pero se contuvo, a pesar que echaba de menos solo verla, se contuvo. Había estado pensando la cuestión de presentarse en la conferencia, pero siempre encontraba una razón lo suficientemente fuerte como para convencerse de lo contrario.


Si bien Paula no le había dicho nada más respecto a “aquel día” Pedro aun sentía que podía intentar arreglar algo. 


Obviamente no podía mover unas páginas y saltarse los capítulos hasta que la lectura se hiciera amena. Había partes de la vida real que apestaban y esas partes eran que sin importar cuanto demoraras algo, tarde o temprano tendrías que regresar para releerlo. Y Pedro lo había hecho, había repasado en más de una ocasión las palabras que se habían dirigido en aquel hotel. Mejor dicho que él le había dirigido. Recordar la canción minutos antes, le sonó como una amarga ironía.


Sus pies golpeaban el pavimento con fuerza, tal vez así descargaba la tensión o tal vez así lograba escapar de todas las mierdas que le estaban dando caza. No que en ese mes hubiese estado solo al pendiente de su colega, pero ese día veía imposible no dedicarle al menos un pensamiento. 


Bueno, él se había excedido pues llevaba en el asunto un largo rato. Las piernas le dolían, pero no tenía planeado volver o… detenerse. Aun sabiendo que el camino que acababa de cruzar lo guiaba a un lugar muy específico, no iba a detenerse. Subió las escaleras de dos en dos, sin perder el ritmo de su entrenamiento puertas afuera. El plan inicial consistía en pasar por enfrente de su edificio y esperar de alguna forma chocársela en la acera. Luego de pasar cuatro veces y comenzar a recibir extrañas miradas de la mujer que barría la calle, optó por subir y dejarse de niñadas. Vivian como a treinta calles de distancia, decir que pasaba por allí y pensó en saludarla quedaba demasiado mal. Pero no había podido idear nada mejor y para no parecer un secuestrador de viejas barrenderas, había decidido entrar en el edificio y subir hasta su piso.


Ahora estaba enfrente de su puerta y por más que le había dicho a su mano que diera los correspondientes golpecitos, ésta se negaba. Su respiración superficial lo ayudaba a creer que los enviste de su corazón contra su pecho, eran pura y exclusivamente por la reciente maratón. Pero no estaba seguro de que eso fuese tan cierto, aunque prefirió hacer caso omiso de ello y darle unas pataditas a la puerta, puesto que sus manos no estaban dispuestas a colaborar.


Aun podía correr por el pasillo y desaparecer antes de que ella abriera, pero se había golpeado mentalmente cuando ese pensamiento cruzo su mente. En teoría había dejado las tonterías en el piso de abajo, ya había corrido como idiota alrededor de su edificio. Necesitaba actuar como el hombre de veintiséis años que era.


—Por amor de Dios—musitó viendo lo ridículo que estaba siendo. Era Paula después de todo, tal vez… ¿Para qué mentirse? Seguro, estaba enfadada con él aun. Pues nunca había siquiera intentado darle un cierre a todo ese asunto. Pero ella no iba a matarlo, al menos no hasta que publicaran el libro. Noticia que en cierta forma lo relajo un poco.


—Hola—La puerta se abrió, pero la voz y la persona no eran las que Pedro esperaba. Tuvo la tentación de mirar el número, solo para verificar que había golpeado en el departamento correcto. Pero no lo hizo, pues claramente el hombre delante de él esperaba que hablara.


— ¿Paula?—Instó sin un “hola” o un “¿podrías por favor?” de por medio. Le valía un carajo ser cortes con ese tipo, no lo conocía y no le gustaba su rostro. No sabía que hacía en la casa de ella, con una cerveza en la mano y una pose tan casual. Abriendo su puerta, como si todo el derecho y la responsabilidad de hacerlo, cayera en sus hombros.


—Ella está ocupada ahora—respondió el extraño.


Pedro lo escrutó abiertamente, del mismo modo que lo hacia su par. Ojos verdes, cabello negro, metro ochenta… quizás un poco más. No muy fibroso, si tenía que romperle la cara muy probablemente ganaría. El otro se cruzó de brazos en una pose arrogante y Pedro enarcó una ceja suspicazmente, con ese solo movimiento el tipo se había autodefinido. Era un idiota en toda ley. Las expresiones corporales de intimidación eran tan burdas que por poco y casi carcajea. ¿Enserio ese estúpido pensaba que podía detenerlo allí en la puerta?


—La esperare—Pelo negro frunció el ceño, cubriéndole la entrada con su cuerpo. No demasiado fibroso de acuerdo, pero aun así bastante grande.


— ¿Y quién eres?—Notó que el extraño tenía un acento un tanto trastocado por las calles. El mismo que se le oiría a un pandillero, las frases que había soltado parecían inacabadas y Pedro pensó que ese no tenía todas las luces del candelabro firmes.


—Soy su colega—Le paseó la mirada por el cuerpo, como si estuviese sopesando aquella opción.


—No pareces un escritor—Tal como Pedro pensaba el idiota había deducido eso de mirar su ropa. ¿Qué demonios hacia Paula con este tipo?


—La asociación protectora de escritores, promueve abiertamente el individualismo. Hace tres años que el sindicato consiguió vetar los uniformes—Pelo negro no sonrió, dándole a Pedro la confirmación de que era de esos que jugaban sin jugadores, estadio, tribuna y pelota incluida— ¿Puedo ver a Paula?


—Ella…se está cambiando—Su mirada relampagueó hacia la puerta que conducía a su habitación. Pedro lo sabía, pues él había estado ciento de veces en ese departamento.


—No hay problema…—En el segundo en que pelo negro parpadeo, él se hizo un lugar en el umbral y con su hombro se abrió paso al interior—La espero—anunció aun atónito idiota…es decir, hombre. Claro “hombre”


— ¿Quieres una cerveza?


—No, gracias —No había razón para no ser amable con el tipo. Sí, estaba en la casa de Paula pero eso no significaba nada ¿verdad?— ¿De qué conoces a Paula?—Que no signifique nada, no quiere decir que este demás confirmar.


—La conozco de toda la vida…—respondió pelo negro desde la cocina, seguramente asaltando el refri de su colega. No había sido muy específico y por un segundo, Pedro sintió una punzada de rabia ascender por su garganta. El extraño regresó y lo observó desde lo alto—Es un amor de niña—Añadió dejándose caer a su lado. Su gruñido de protesta, se vio interrumpido por algo más. Algo mucho más digno de ser oído.


— ¡Leo! ¿Y mis zapatos?—Pelo negro alzó la cabeza para mirar la puerta del cuarto cerrada.


— ¿¡Ya búscate junto a la cama!?—Inquirió a grito de pulmón.


— ¡Sí!—El así llamado Leo soltó un suspiro de derrota.


— ¡Mira bien! ¡Tal vez estén debajo de mis pantalones!—Lo miró de soslayo, encogiendo un hombro como quien no quiere la cosa. Pedro se recordó la voz de su padre pidiéndole paciencia, cordura, decencia. “Yo no te eduqué así”


— ¡No están!—No podía soportar más tiempo de esa charla, Paula no sabía que él estaba sentado junto a Leo y en cierta forma la idea de confrontarla estaba marchitándose. No podía ¿Para qué? Ella estaba bien, incluso había perdido sus zapatos debajo de la ropa de Leo. ¿Por qué debería preocuparle como estuviese? Obviamente no estaba afectada, obviamente ni esperaba que él estuviese sentado en su sala. Mejor se iba. Ya casi, solo tenía que ponerse de pie y huir como el mejor imitador de James Bond. Tarde.


— ¡Busca bajo mis trusas cariño!


— ¿Cariño?—Inquirió una confundida y sonriente Paula, apareciendo en el corredor con un zapato negro y otro beige en las manos. Sus ojos fueron de Leo a un Pedro en retirada. Él tuvo que abortar la misión, sería demasiado estúpido decir que solo estaba compartiendo una copa con su… ¿Qué carajos era ese tipo de ella?— ¿Pedro?


—Hola Paula…— ¿Qué más da? Perdido por perdido.


— ¿Qué haces aquí?.


—Solo…—Observo a Leo quien parecía estar súper entretenido con la escena, Paula también lo miró.


—Leo—Chasqueó los dedos—Ve por mis zapatos—El otro parpadeó negando suavemente—Ahora, ve.


—Wouf—Ladró en respuesta como un perro obediente y Paula se limitó a girar sobre sus talones descalzos para enfrentarlo. Pedro bajó la mirada un instante y luego procuro encontrar el valor que lo había llevado hasta allí.


— ¿Así que, a qué debo el honor?—Preguntó ella dirigiéndose casualmente a la cocina, la siguió.


—Quería hablar contigo.


—Obviamente—Tras esa interrupción no dijo mucho más. Colocó agua en la estufa y sacó dos tazas del aparador— ¿Té?


—Sí, gracias—Pedro le pasó las cucharas y las bolsitas que estaban más cerca de él. Había tardado alrededor de un día, para descubrir el sistema de ordenamiento que ella utilizaba en su casa. Exactamente sabía dónde estaba todo, pero ese dato no le ayudaría en esa ocasión. Su mirada viajó hasta las tazas de igual tamaño y forma, pero de distinto color.


Un pequeño recuerdo lo golpeó sin previo aviso.




—Es la necesidad de sentirse perteneciente a algo—Paula pestañó sin entender.


— ¿No te sientes perteneciente a esta ciudad? ¿A este país? ¿O a este planeta?—No le dio tiempo a responder—Porque si es la tercer cuestión, tengo una teoría que podía ser interesante.


—No soy un de Marte, Paula.


—Siempre le quitas la diversión a la vida—Se quejó ella deteniendo su andar frente a un escaparate—Mira, es un bonito color ¿no crees?—Era una taza rosa o más bien fucsia, algo que él nunca le habría atribuido a una chica como Paula.


—Es lindo—musitó sin compenetrarse mucho en el nuevo tema. Hasta que sus ojos se posaron en la taza junto a la que Paula le había señalado—Me gusta la verde.


—Puff…a mí me gusta la otra—Sentenció como si él acabara de decirle que se llevara la verde para ella.


—Voy a comprarla—Lo miró con extrañeza—Y la dejare en tu casa, será una forma de sentirme más cómodo en ese entorno.


— ¿Comenzaras con la taza y luego voy a tener que lavar tus calzoncillos?


—Claro que no—Sacudió la cabeza sonriendo—Tengo una mujer que hace eso por mí.


—Niño rico—Se burló ella, tomándolo por el brazo para ingresar en el local—La fucsia es mía.


—Hecho.




Y ahí estaban ambas tazas ¿Qué sentido tenia pensar en el momento en que las habían comprado? Ninguno, pero vivir aquellos instantes por efímeros que fuesen, parecía mucho más tentador que el presente.


— ¿Y bien?—Por supuesto, aún estaba esa cuestión de explicarle porque estaba allí.


—Quería saber…— ¿Qué había dicho su padre? ¡Ah, sí!— ¿Qué tal lo estás llevando?—La pregunta podía significar miles de cosas, pero el trabajo de adivinar qué se lo dejaba a Paula.


—Bueno, ya me han dicho lo que tengo y no que decir. Así que no te preocupes, no diré nada sobre ti o como es escribir con Sir Alfonso—Eso no lo preocupaba en lo más mínimo y darse cuenta de ese hecho lo confundió un poco.


—No es como si hubiese mucho que decir—masculló olvidándose por un instante que estaba allí, para ondear la bandera blanca. Paula asintió dándole su taza de té. Pedro la bebió en tiempo record, quizás se había causado una úlcera en el proceso, pero la verdad es que no importaba. No podía estar perdiendo el tiempo con frivolidades—No vine a hablar de la conferencia, sé que lo harás bien…


— ¿Entonces?


—Yo…—Venga Pedro, un lo siento por ser tan idiota contigo, no es la muerte de nadie—Veras, yo…


— ¡Los tengo!—Exclamó una voz desde el quicio divisorio y la simple visión de aquel individuo, lo regresó a la realidad—Te dije que estaban entre mis trusas preciosa—La mirada de Pedro se desencajo, mientras Leo recorría los pocos metros que los separaban y cruzaba un brazo sobre los hombros desnudos de Paula. Sí, ella llevaba un vestido sin breteles.


—Oh, pues… ¡gracias!—Paula brincó en su lugar, para darle un abrazo al idiota. Pedro se tragó el veneno que estaba acumulando en su boca,aunque bien podía ser té ¿Cuál era la diferencia? Se sintió igual de destructivo.


—Ya me tengo que ir—Aseveró pasando en torno a los tortolitos que se abrazaban frente a sus ojos. ¡Mierda! La insultó mentalmente en todos los idiomas que conocía y al llegar a la puerta, se detuvo una milésima de segundos.


Pedro…—La miró por sobre el hombro, ella estaba sola observándolo fijamente desde el recibidor. Se veía hermosa y confusa, algo que le gustó más de lo que estaba dispuesto a admitir. Sonrió.


—Buena suerte en la presentación—Intentó por todos los medio sonar sincero—Solo vine…a desearte suerte—Y como en un capítulo que nadie quiere que acabe mal, Pedro dio por finalizada aquella presentación, ganándose definitivamente el título del malo de la historia.


La realidad choca, duele. ¿Para qué afrontarla entonces?

CAPITULO 29




Un mes después…


—Pedro Alfonso.


—Es bueno saber que aun mantienes tu nombre—Pedro sonrió mientras tomaba un botellín de agua de la heladera.


—Estoy algo apurado ¿Hay un motivo para esta llamada?


— ¿Necesito un motivo para hablar con mi hijo? —replicó su padre fingiendo estar ofendido.


—Tratándose de ti, sí lo necesitas —Pablo suspiró cansinamente.


— ¿Has visto las noticas ya?


—No—mintió rápidamente.


Había visto las noticias temprano y por eso había decidido salir a correr, antes de permanecer en su casa pensando.


—“Evidencias” En realidad es un bonito nombre—Pedro apretó el botellín de plástico, incapaz de contenerse. Oír el nombre del libro lo alteraba y no quería pensar en ello. No quería pensar que en unas horas, Paula estaría dando la presentación formal a la prensa.


La historia aún no estaba terminada, pero ya contaba con una portada, sinopsis y unos quince capítulos. La idea de darle promoción estaba planteada desde hacía un tiempo, pero por supuesto de eso se encargaría ella, no él. Javier le había ofrecido un lugar entre el público, al menos para ser de apoyo para Paula. Después de todo tratar con la prensa debe ser algo complicado. Pero Pedro no quería eso, en el último mes la había visto un total de tres veces, le había telefoneado cinco y le había mandado alrededor de cien emails. No había necesidad de forzar la situación, ella no quería verlo y él…él ya se había acostumbrado a ese trato.


—Si lo es—respondió tras un largo segundo de reflexión. No que le molestara el título, en cierta forma le alegraba que ella hubiese propuesto aquel nombre. De alguna manera eso le daba a entender que al menos se acordaba de él.




Se lo había mencionado una sola vez, cuando su relación estaba en términos amigables. Habían terminado de editarse entre ellos mismos unos párrafos bastante cargados y mientras ella se paseaba con una cuchara de helado en la boca pensando, él había decidido aparcar en el sofá.


— ¿Ya te pregunte si tienes calzones de la suerte?
Pedro le regaló una sonrisa y asintió. Paula volvió la cuchara a su boca y continuó nadando entre las cientos de preguntas que quería soltarle. Cuando las conversaciones casuales no funcionaban para que cada uno hablara de cosas interesantes, ella proponía jugar a las veinte preguntas. Era un método fácil de conocer a alguien, sin parecer que realmente te estas inmiscuyendo en su vida. O al menos eso era lo que Paula creía—Bien… ¿Canción favorita?


Pedro se estiró completamente en el sofá, hurgando en su cerebro una buena respuesta. Esa clase de preguntas siempre venían con dificultades, uno no puede tener una sola canción favorita es casi imposible. Se lo pensó más tiempo del que ella estaba dispuesta a esperar y tras unos minutos de silencio, comenzó a oír los golpecitos de su tenis en el piso de madera.


—Estoy pensando.


—Si puede ser para este año, por favor—Él volvió a sonreír, sabía que ella no estaba realmente impaciente. Pero lo miraba con tal anhelo en su rostro que no supo si la respuesta salió naturalmente, o solo porque sus ojos lo guiaron hacia aquel puerto.


—Evidencias—murmuró sin apartar la mirada de ella. Paula frunció el ceño un instante.


—No la conozco ¿De quién es?—Pedro sabía que no iba a conocerla, era una canción que alguien como Paula jamás oiría, al menos no sin que antes la obligaran.


—Es música brasilera—Los labios de ella formaron un bonito mohín, seguramente esperando que revelara más sobre el tema.


— ¿Y de qué va?


— ¿Qué no me toca a mí hacer la pregunta?—Era mejor evitar la cuestión de explicar porque había escogido esa canción. Fue el impulso del momento, fue verla y recordar la letra, cada parte, cada estrofa. Suena estúpido que uno sienta que una canción fue escrita para alguien en algún momento y lugar específico. Pero era difícil escuchar esa canción y no pensar en Paula.


— ¡Anda dime de que va!—Sólo faltaba que comenzara a hacer un berrinche.


—Es sobre alguien que…—Apartó la mirada deliberadamente, después de todo, los entramados de su tetera se veían más interesantes desde ese ángulo.


— ¿Sobre alguien…?—suspiró casi sin emitir sonido. Él se había metido en ese punto de aguas turbias, mejor rescatarse antes de que llegaran los tiburones.


—Un hombre que le miente a la persona que quiere, se pasa todo el tiempo diciéndole lo contrario a lo que piensa. Dice que no la quiere, que no la ama, que no quiere estar a su lado. Pero todo es una fachada, la canción revela las partes que no se atreve a decirle.


— ¿Qué cosas?—preguntó bajando el tono de su voz, tal vez compenetrada con la historia que escondía su elección.


—Que no puede imaginar la vida sin ella y que siempre le pelea y discute, pero que no quiere decirlo enserio. Una frase dice “En esta locura de decir que no te quiero, voy negando apariencias y disfrazando evidencias…” Supongo que por eso me gusta—Ella lo miró por un largo segundo y una media sonrisa se dibujó en sus labios, asintió conforme. Pedro aflojó el semblante, nunca le dijo que esa era su interpretación, porque la canción en realidad la cantaba una mujer. 





— ¿Has hablado con Paula?— Sacudió la cabeza regresando al presente, la voz de Pablo le sonó verdaderamente fuera de lugar por un corto instante. Pensó en lo que había dicho y reparó en el tono que empleaba para hablar de ella, la nombraba como si fuesen amigos de toda la vida y solo habían compartido una cena, pero él le había tomado gran afecto al parecer. ¿Y quién no lo haría? Paula es fácil de tratar, fácil de querer—Debe estar nerviosa ¿Estarás allí?


—No.


Pedro…—En una sola palabra, estaba aquel salmo que solo un padre puede decir y hacerte sentir como la peor mierda en el mundo. Ese que reza “estas equivocándote, pero aun así eres mi hijo y te quiero”


—Pablo no empieces.


—No llame para eso, sólo quería saber ¿Cómo lo estás llevando? Supuse que te presentarías y…


— ¿Y qué? Yo no trato con la prensa, ya lo sabes. Mira…voy a ir a correr, así que—Intentó llevar la conversación a aguas tranquilas, antes de que iniciara la misma discusión de todas las semanas.


Su padre sabía sobre la pelea con Paula, aun no estaba seguro como se había dado cuenta. Pero Pablo lo había visto al regresar de Bristol y lo adivinó, supo que algo no andaba bien y hasta que no se lo dijo, no paro de preguntárselo.


—No entiendo porque eres tan testarudo, yo no soy así. Eso lo sacaste de tu madre…


—Claro, cúlpala a ella. ¿Podemos hablar después?


Pedro deberías disculparte con esa chica, no entiendo qué demonios le ocurre a tu cabeza. Así no te eduqué y mira que nunca me has dado razones para no sentirme orgulloso, pero últimamente estás haciendo méritos.


—Papá…


—Sí lo sé, no es mi problema y ya eres grande—dijo antes de que Pedro pudiese pensar que responder—Pero no me gusta, no me gusta nada lo que veo. Y cuando eso pasa, tengo que decirlo.


—No has parado de decirlo Pablo, estoy seguro que ya cumpliste con tu buena acción.


—No seas condescendiente.


—Lo lamento—Esa era una de las pocas veces en que Pedro se disculpaba por ser mordaz, era el problema de hablar con su padre. Aun después de tanto tiempo de no vivir bajo sus reglas, parecía que obedecía a fuerza de costumbre— ¿Podemos…?


—Sí, sí…te llamo luego. Tal vez mientras corres consigas oxigenar tu cerebro o quizás despertarlo del coma.


—Muy gracioso.


—Lo sé—Admitió riendo suavemente—Adiós hijo, te quiero.


—Si yo también…—Posicionó el auricular en su base y se pasó una mano por el cabello, tratando de poner los pensamientos en orden. Soltando un amplio suspiro, rescató otra botella de agua y salió de su casa, antes de decidirse por escuchar los consejos de su padre.