domingo, 30 de noviembre de 2014

CAPITULO 26





Las risas pululaban en el ambiente, las palabras trilladas parecían estar incluidas en la carta y la voz maltratada por el cigarrillo del locutor, no hacía más que taladrarle los tímpanos. Como las diez veces anteriores, Pedro junto sus manos en un aplauso mientras el galardonado le dedicaba su victoria a Dios, sus padres y a quien sabe que otro método de inspiración de moda. Paula sentada a su derecha, sonreía y aplaudía con verdadera entrega.


Donelly había ganado en la categoría de mejor ciencia ficción. Era un premio cantado, todo el mundo sabía que ese tipo se la tenía en la bolsa. No solo por su estupendo último libro, sino también por su “fabulosa” personalidad. Mike Donelly tenía carisma, talento y un ego que necesitaba de su propia silla en la mesa. Y ella lo admiraba.


Por supuesto Paula no tuvo que decírselo, Pedro podía leerlo en sus ojos. Incluso se atrevía a decir que lo había votado a él como mejor escritor del año. No es que le interesara el premio, pues le daba exactamente lo mismo ganar o no. Pero estando allí presente, no tenía mucho interés de ver pasar a Donelly una vez más al escenario, para vanagloriarse de su insospechada fama. Lo único que lo fastidiaba es que ese reconocimiento interno, ayudaba a Donelly a posicionarse mejor frente a los del nobel. Era el problema de ser escritor anónimo, si bien frente a los otros era reconocido como parte del mundo literario. No podía sumarse puntos, con su rostro o su capacidad de llenar una librería en una firma de autógrafos. Pedro no tenía la posibilidad de hacerse propia publicidad y ahí Donelly le sacaba ventaja. Pero no por eso cambiaría su modo de presentarse al público, había decidido que sería su talento el que le granjeara la fama, no su rostro o una imagen creada por un profesional.


—Suerte—Una mano se aferró a su antebrazo izquierdo, y al reaccionar se dio cuenta que Julieta le estaba sonriendo. Le correspondió por mera diplomacia y entonces obligo a su distante atención a dirigirse hacia el escenario.


En ese momento el adicto a la nicotina, también conocido como “el locutor”, anunciaba los nominados para la categoría de escritores de series. Escucho su nombre, el de Paula y el de otro tres nominados. Pedro observo hacia su derecha, a la joven de cabello ondulado y rostro pétreo, casi sonríe al verla tan concentrada. Y mientras él se dedicaba a capturar en una fotografía mental su expresión, el locutor anunciaba al ganador. Pero algo no fue como lo esperaba, aun así…


—Paula Chaves.






La respiración se le atoro en una parte que desconocía de su anotomía, sus piernas se volvieron pesadas, más pesadas que todo su cuerpo en conjunto. Alguien la llamó por su nombre, alguien agitó una mano delante de sus ojos, pero ella no reaccionaba. ¿Acaso el hombre del escenario la había nombrado? ¿Acaso esa luz blanca no era Dios y solo se trataba de un reflector? ¿Debía moverse? ¿Se despertaría si lo hacía?


— ¡Paula ganaste!—Julieta la sacudía por los hombros, tratando de despertarla de su repentino estado autístico— ¡Sube! ¡Anda!


De alguna forma logró incorporarse y fue cuando se topó con unos ojos azules, fijos en su anonadada figura. Pedro se puso de pie para darle paso y ella incapaz de decir nada, tan solo camino al mejor estilo Terminator. 


Mirando a todos a su alrededor, sintiendo que parte de su cuerpo volaba hasta el escenario. No se concentró en nadie, tan solo recibió su primer y único premio, con rostro de quinceañera a la que le plantan su primer beso de amor.


 Podría parecer una estupidez, pero ni en sus mejores y más fantasiosos sueños, habría imaginado ganarle a Pedro en algo. Y allí estaba él, observándola desde la mesa con un gesto que no podría considerarse feliz, pero tampoco triste. Era difícil leer sus emociones, tal vez con eso encontraba una razón más para odiarla, tal vez encontraba una razón para admirarla. Estaban al fin y al cabo en un mismo nivel, y ahora los escritores ingleses pensaban que ella era mejor que él en algo. ¿Estúpido? Sí tal vez, pero es que ganar tiene un sabor demasiado irresistible. Estando de pie en el escenario, solo hizo lo que le dicto su alegre espíritu. Agradecer, sin importarle a quien podía molestar con ese acto. Después de todo era su momento de gloria.


Besando dos de sus dedos lo apunto justo a él, como diciendo “Toma parte de mi amor, hoy puedo ser generosa”
premiación. Incluso le había contado que los premios que ganaba normalmente se los enviaban a su casa, porque él ni se molestaba en ir a recibirlos. Debía de sentirse un poquito mal, después de haberse presentado por primera vez y no haber ganado nada.


—Este es un estupendo gran paso—Decía su agente, completamente ajena a sus pensamientos—Significa que finalmente estas obteniendo reconocimiento de tus pares. 


Claro esto tiene mucho que ver con la fusión de las historias…de alguna forma sabía que asociándote con Alfonso lograrías despegar tu carrera—En ese instante no pudo evitar, regresar su mirada hacia Julieta tratando lo humanamente posible de no sentirse ofendida.


Le fastidiaba que hablara de ella de esa forma, no es como si no existiera para el resto de los escritores antes de relacionarse con Pedro. Si bien su fama estaba más ligada a la fidelidad de sus lectores, también tenía algo de peso en el mundo literario. De apoco se estaba ganando el respeto que sus escritos merecían. Tal vez no al mismo nivel que Pedro o incluso Donelly, pero tampoco era tan patética como para no haber ganado sin esa asociación ¿verdad?


—Espero que Pedro no este molesto.


—No digas tonterías, es perfecto para ambos—La acalló Julieta sonriendo casi con diablura—Javier hará que esta derrota, se vuelva algo como… una muestra de caballerosidad—Una vez más Paula tuvo que sostenerse de su silla, para no mandar a su bocona agente al demonio—Esto nos sirve a ambos, te lo aseguro.


—Si…supongo—Sabia que si cedía a esa charla, terminaría diciendo una grosería y luego se vería en la embarazosa tarea de disculparse por algo en lo que llevaba la razón. Era irónico, pero así funcionaba la relación entre ella y su agente. Paula era consciente de que Julieta le tenía mucha paciencia, pues había que ser atrevido para mancharse las manos con sus escritos. Algo que ya de por si era difícil de vender, incluso a las feminista más orgullosas de todo Inglaterra.


Julieta la había rescatado del poso de los don nadie, Julieta le había abierto las puertas a su sueño. Por eso Paula podía pasar por alto, tonterías como comentarios que solo parecían ataques continuos a su escaso talento.


—Tenemos que avanzar lento, pero pienso que la presentación a la prensa será todo un éxito. Si tan solo pudiésemos lograr que Pedro se presentara…


—Él es un escritor anónimo, sabes que no da conferencias o lecturas…—Ann sacudió una mano en el aire, como si ese detalle fuese ínfimo para sus maquiavélicos planes.


—Oh no creo que este feliz con la victoria de Donelly, seguramente después de esto Javier lo hará entrar en razón.


— ¿A qué te refieres?—instó confusa. Julieta se inclinó ligeramente, como si estuviese por compartirle el secreto de su sonrisa eterna y ese carmín a prueba de licores.


Pedro ha cosechado fama con todo el asunto de Sir Alfonso, pero con esto vera que el anonimato solo lo está limitando. Admito que en parte es culpa de Javier, siempre lo deja hacer lo que quiere…como agente debe mostrarle cual es el camino correcto hacia la fama—hizo una mueca
desdeñosa, antes de continuar—Pero en fin, es un escritor demasiado bueno como para vivir en la sombras. Si tan solo fuese más dado al contacto con otros seres humanos, seria nominado al nobel de literatura, al de medicina, al de la paz. Te lo aseguro…solo necesita del estímulo adecuado.


Por alguna razón no le gusto la malicia que decoraba los ojos pardos de Julieta, a veces podía ser bastante obstinada cuando se le metía algo en la cabeza. Un rasgo estupendo en un agente que busca una editorial para vender una obra, pero no tan bueno cuando se trata de inmiscuirse en la privacidad de las personas.


—Entiendo lo que dices, pero eso es asunto de ellos—Julieta la miró con la sonrisa helada en el rostro, seguramente no se esperaba una respuesta…o al menos no esa.


—Por supuesto que lo es—rió brevemente—Yo solo digo lo que me parece seria lo adecuado. Ya sabes, tú también podrías intentar mostrarle a Pedro el camino…


— ¡No!—La detuvo, cuando hubo conectado cada pieza de ese puzzle—No pienso interferir, si Pedro es escritor anónimo sus razones debe tener y eso no nos concierne.


—Paula ¿Acaso no lo ves? Podrías llenar Waterstone's, si tan solo lo instaras a que te acompañara en la promoción del libro.


—Yo no necesito de él, para promocionar el libro. Además así lo habíamos acordado desde el principio—replicó algo afectada por sus argumentos—Julieta, nunca necesite de alguien más para llegar a mis lectores.


—El problema es que ya no te dirigirás a tus lectores, te dirigirás a los de él también. Sus fanáticas, están comprando tus libros porque esperan conocer a la perfección a la mujer que ganara el corazón de James.


— ¿Qué demonios estás sugiriendo?—La increpó exaltada.


—No te alteres Paula, solo estoy señalando lo obvio. Desde que el rumor corre en la red, las ventas de tus libros han ido en aumento. Esto no tiene nada de malo…


—Claro—Interrumpió con sarcasmo—Solo me aconsejas sabiamente, el camino que debo tomar para colgarme de la fama de alguien más.


—Yo no…


—Déjalo Julieta, simplemente dejémoslo ahí—Se puso de pie y tomo su premio con las manos temblorosas.


Se sentía insultada en su gran noche, Paula sabía que había ganado porque lo merecía y no tenía nada que ver con una estrategia publicitaria de Julieta y Javier. Al menos quería creer con todas sus fuerzas que así había sido.


Caminó por los pasillos abrazada a su pequeño libro de bronce en su delicado pedestal. Se dijo una y mil veces que no debía dejarse afectar por lo que dijera Ann, seguramente no intentaba ser malvada. Eso era algo que le salía tan natural como respirar, o las flatulencias. Sus palabras apestaban como las ultimas y aun así, nadie podía condenarla por ello. Pues al fin y al cabo era algo involuntario.


—Ese es el rostro de una campeona—Paula dio un respingo buscando al emisario de ese comentario.


Y tras escudriñar el pasillo en penumbras, logro divisarlo de pie junto a la puerta de las escaleras de emergencia


—Hola…—Saludo, tratando de no hacer evidente su malestar en su rostro.


— ¿Qué pasa?—Pedro avanzó hasta detenerse a pocos centímetros de ella, por un instante Paula pensó que la tocaría, pero su mano termino por caer a un lado de su cuerpo como un peso muerto.


—Nada…—mintió con poca convicción. La idea de que no hubiese sido por su talento y que solo había ganado por mera planeación, le estaba estrujando las entrañas.


—Ok, ahora vamos con la verdad— Ella sonrió muy a su pesar.


—No importa…esto, no es importante—Se evadió, pidiendo en silencio que no la interrogara.


—Bueno, si no me quieres decir lo comprendo—Paula clavo la vista en uno de los botones de su camisa, incapaz de mirarlo a la cara—Pero… ¿Qué te parece si festejamos?


— ¿Qué festejaremos?


—Tú victoria.


—Pero…—Se detuvo un segundo, cualquiera creería que para pensar sus siguientes palabras, obviamente ese cualquiera no conoce muy bien a Paula—Te gané —Pedro sacudió la cabeza y al mirarla nuevamente, una centellante sonrisa decoraba sus labios.


—Sí, creo que eso lo sabemos todos.


— ¿Y no estas molesto?


— ¿Molesto?—Si estaba actuando, ella iba admitir que el tipo la tenía bien ensayada. Pues por un instante, realmente se creyó que él no comprendía la razón de su pregunta— ¿Por qué iba a estar molesto?


—Bueno…—Lo miró con cierto grado de desconfianza—Estábamos nominados para el mismo premio—Realmente la risa de Pedro podía curar el cáncer, en eso iba darle un punto a Julieta. Si lo escucharan reír, seguro le dan el nobel de medicina.


—Soy consciente de eso y creo que ha ganado el mejor—Admitió sofocando aun su risilla.


— ¿Estas drogado?—Debía preguntar, una nunca podía descartar ninguna hipótesis.


—Vamos Paula, intento ser un buen perdedor ¿Por cuánto tiempo seguirás humillándome? —Poniéndolo de ese modo, ella casi se sintió como el lobo que se comía a Blanca nieves. Aunque…el lobo, se comía a la de vestido rojo ¿o esa era la de la manzana? ¡Demonios! Debía darle una repasada a sus cuentos de princesas.


—Ok…—Y hasta ahí llegaba su raciocinio, más cuando cierto escritor de ojos azules ponía carita de cachorrito regañado.


—Entonces…tengo un Champagne en mi habitación—Con un ademan de su mano le apunto el elevador. Ella dudo un segundo, solo un segundo antes de seguirlo.


—Soy más dada al Cabernet.


—Veremos que podemos conseguir—Las puertas del elevador se cerraron y ella se permitió analizar aquello un instante.


¿Estaría bien subir a su habitación? ¿Los dos solos? ¿Otra vez? Paula sabía las respuestas a todas esas preguntas y aun así, no le importó. Quería en su noche de victoria, ganar de todos los modos posibles. Y con todo el calor del momento por la discusión con Julieta, la presencia de Pedro en ese diminuto ascensor y la promesa de su vino 1986 a punto, esperando ser puesto en la mesa. Ella no sentía que algo estuviese mal, aunque muy probablemente las cosas cambiarían cuando las puertas del cuarto 38B la transportaran a un mundo solo habitado por ellos. Pero ¿Para qué cuestionarse antes de tiempo? Todavía quedaban seis pisos, antes de llegar a destino.

CAPITULO 25




Paula tomo asiento en un escalón, dejando que su cabeza descansara sobre las palmas de sus manos. Él se quedó de pie a su lado, observándola. Parecía un niño pidiendo limosnas con esa chaqueta negra y los pantalones de chándal de su pijama. Se quedaron en silencio por largo rato, Pedro no se hacía una idea de lo que ella pudiese estar pensando y a decir verdad no quería saberlo. En algún momento un hombre pasó a su lado y ella lo detuvo para pedirle algo, él no logro oír el rápido intercambio pero cuando el extraño se metió en el hotel, ella tenía un cigarrillo en la mano.


—Pensé que no fumabas.


—Adquirí el mal hábito de escucharte—hizo una pausa dando una calada—Si puedo manejar eso, te aseguro que puedo manejar esto—Pedro presionó la mandíbula para guardarse una réplica mordaz. Tenía la intención de explicar el pequeño incidente de la mañana y sabía que peleando no conseguiría nada.


—Paula…tenemos un trabajo que nos liga, en el evento de mañana habrá escritores y editores que esperan vernos juntos—No la miraba, pero sabía que ella tenía los ojos fijos en su perfil—Aunque estés molesta conmigo, deberás superarlo para mañana en la noche.


Ella soltó un silbido entre dientes que claramente denotaba su ira, él continuó hablando antes de que decidiera ignorarlo nuevamente.


—No tiene que gustarte, no tiene que hacerte feliz. Pero bien sabes que no todo es como nosotros queremos…—Paula no dijo nada y él no se atrevió a enfrentar su escrutinio—Estamos juntos en esto, lo quieras o no. Mañana te pasare a buscar por tu habitación a las ocho y espero que estés lista para montar nuestro número.


—Eres un imbécil—No iba a negar aquello, no podría aunque así lo quisiera.


Metió las manos en los bolsillos de su sudadera y volvió la mirada al piso, a la pequeña mujer que le hablaba desde las escaleras.


—Ya te dije que no me importa si te agrado o no, tenemos que…


— ¡No tenemos nada!—exclamó poniéndose de pie repentinamente. Pedro le sacaba varios centímetros de altura, pero a pesar de ello Paula casi lucia imponente—No puedo…


—Paula, tienes un contrato…tenemos un contrato.


—No me importa, no quiero trabajar contigo. ¡No puedo! —Ella lo miro con la desilusión trasluciendo en sus ojos. Y él tuvo que admitir para sus adentros que estaba haciendo todo mal. Pero ninguna palabra salía de sus labios para redimirlo, era como si algo lo detuviera, lo censurara. Paula sacudió la cabeza y se dio la vuelta para entrar en el hotel.


—Olvídalo todo, olvida lo que dije y lo que hice—Ella se detuvo pero sin volverse—Eso…eso ya no importa. Empecemos de nuevo, solo…—Caminó hasta posarse a su lado—Olvidemos esta mañana


— ¿El beso? ¿O lo idiota que fuiste después? —Pedro suspiro pesadamente, pero de alguna forma sabía que debía tomar ese camino.


—Ambos.


Paula proyecto la mirada al frente y tras lo que pudo ser un eterno minuto, asintió.


—Entonces, ambas cosas están olvidadas—Su voz fue el reflejo de la suya propia, carente de entonación o emoción.


— ¿Mañana…?—Comenzó y ella lo interrumpió antes de que lograra exponer su duda.


—A las ocho, estaré lista para la ceremonia.


La vio alejarse a paso rápido por los amplios corredores del hotel, hasta que comprendió que de alguna forma volvían a cero. Pero ¿Qué tanto se podía olvidar algo así?






— ¡Pasa! ¡Aun me falta!—Sonrió casi con ironía, con o sin modo de predicción sobrenatural, Paula ya se había vuelto alguien demasiado familiar para él.


Entró en la habitación esperando encontrar un desorden y eso fue exactamente lo que lo recibió, en un momento ella paso pitando en dirección a la habitación. Pero su silueta se perdió tan rápido que Pedro, no pudo precisar su atuendo o nada más que una sombra medio roja huir en dirección sur.


—Ya son las ocho—Le informó, aunque estaba seguro que ella lo sabía.


—Lo sé.


— ¿Entonces?


—Solo un minuto—Paula saco una mano marcándole el pedido y un segundo después toda ella emergió de la habitación. Pedro abrió los ojos sin atinar a decir o hacer más—Aun me falta el cabello—Decía conforme se colocaba una gargantilla con las manos temblorosas por la urgencia— ¿Puedes creer que esta maldita cosa no funcione? —Alzo unas pinzas que posaban inocentemente en un tocador y luego volvió a dejarlas con enfado. Él no se fijó que era aquello, tan solo la veía a ella ir de aquí para allá, con ese vestido rojo, con esas zapatillas de tacón y el vaivén de sus deliciosas caderas bajo la tela de satén.


Al admirarla tan endemoniadamente hermosa, las palabras de la noche anterior le cayeron como un golpe en el hígado. 


¿Por qué quería olvidar la sensación de tener ese cuerpo entre sus brazos? ¿Por qué dijo tremenda idiotez? ¿Por qué no se cortaba la lengua y hacia un bien al mundo?


— ¿Qué hago?—Él pestañó con fuerza, obligando a ese pequeño pensamiento traicionero a meter reversa.


— ¿Con qué?—inquirió al notar que ella lo miraba en busca de una respuesta.


— ¡Con mi cabello! ¿Qué no me ves?— ¡Sí por Dios! Eso era lo único que podía hacer, mirar, solo mirar. Se condenaría, pero estaba a nada de arrancarle ese vestidito de coctel y mirar lo que realmente le interesaba ver.


— ¿Qué tiene de malo? —Paula puso los ojos en blanco, como si en verdad lo creyera estúpido. «Pues ya somos dos»


— ¡Es un desastre! No puedo plancharlo ¿Ves esto?—Alzo un bucle entre sus dedos para sacudirlo antes sus ojos— ¡Mira! Parece que me di una descarga eléctrica—Frente a esas palabras, no pudo más que reír. Claro que ella no pensaba igual y le envió una mirada de advertencia, que tuvo el efecto contrario en él.


—No veo cual es el problema, te queda muy bien—Se acercó para fingir analizarlo en detalle. Pero solo aprovecho aquella cercanía para emborracharse de su aroma, no sabía que Paula tenía el pelo rizado y a decir verdad le gustaba más de ese modo. Lo tenía húmedo, quizás acababa de ducharse. Y esa idea trajo consigo, unas imágenes pecaminosas que mejor prefirió patear al lado oscuro de la fuerza.


— ¿Esta de broma? ¡Agg! ¡Lo odio! ¡Odio mi cabello!—Paula se le escapo, al momento que él decidía despachar toda la puesta en escena del día anterior y reclamar sus adictivos besos.


— ¿Qué quieres hacer entonces? Si tu cosa no anda… ¿No puedes llevarlo simplemente así?


—No uso el cabello de este modo, desde que algún buen samaritano invento el alisador. Salir a un evento público luciendo así, es como si el Homo Sapiens volviera a su etapa de Neandertal ¿Le pedirías un salto de ese tipo a la historia? ¿Lo harías?


Como escritora ella sabía defender sus posiciones con argumentos bastante contundentes, aunque no veía la relación entre el cabello de una mujer y la evolución del ser humano.


—No tengo idea de lo que estás hablando—Y era honesto al decir aquello—Luces preciosa, tal y como estas…—Ella alzó las cejas hasta el nacimiento de su ondulada caballera y Pedro se mordió la lengua demasiado tarde—Digo…


—No, esto…gracias—Paula intentó pasar el comentario por alto, pero el sonrojo que cubrió sus acaloradas mejillas pareció solo caldear más el tenso ambiente— ¿Realmente piensas que no me veo ridícula?


Él sonrió de medio lado y con cautela, volvió a observar cada hebra y mechón que enmarcaba su rostro de rasgos delicados.


—Te ves muy bien—Aseveró y ella le correspondió con una dudosa sonrisa. Pedro le extendió una mano, pero Paula decidió entrelazar su brazo al de él.


—Terminemos con esto.


—Estoy de acuerdo.


Y aunque no se dijeron más que eso, ambos sabían que no se referían al evento.






sábado, 29 de noviembre de 2014

CAPITULO 24




Evento parte 2



— ¿A quién votaste como mejor en ciencia ficción?


—A nadie—Ella lo observó de soslayo sin comprender del todo su respuesta.


— ¿A nadie?—repitió incrédula.


—Pienso que nadie se merece el premio—Paula rodó los ojos incapaz de seguir su razonamiento, e intentando parecer normal alzó una mano para saludar a alguien en la mesa de junto. No que lo conociera pero sin sus lentes, esa persona podía ser un desconocido como también podía ser uno de sus hermanos. Y como bien dice el dicho: mejor prevenir que...bueno, lo que sea. Ella sabía que no podía “curarse” la vista, así que ese estúpido dicho, no cuadraba en esa escena.


—Había muy buenas historias nominadas en esa categoría ¿Cómo es que ninguna consiguió tu aprobación? —Pedro se encogió de hombros, volviendo el rostro unos milímetros para murmurarle la respuesta.


—El mejor era Donelly, pero como ser humano me desagrada y no pienso darle mi voto a un idiota egocéntrico como él—Tuvo que ahogar una carcajada irónica al oír aquello.


—Claro, tú solo aceptas que tu ego sea el que se infle por los aires, pero no el de los demás.


—Exacto.


—Estúpido—Pedro la miró frunciendo el ceño.


— ¿Acaso esperas que lo ayude a ganar un premio? Él no va a votarme a mí.


— ¿Cómo lo sabes?


—Solo lo sé —Eso no era una respuesta. Paula se cruzó de brazos indignada por lo lento que avanzaba todo, por la horrible comida que les habían servido y porque Pedro no estaba siendo amable con ella— ¿Tú votaste por mí?—Ella no respondió.


No le daría el gusto de oírla admitir que sí lo había hecho.


 Pues sí, podía haber ciento de disparidades entre ellos, pero ella aun pensaba que era un excelente escritor y sabía que ganaría aquel evento. Sabía que no era competencia para Pedro, quien tenía más premios que la selección brasileña de futbol.


—Estos mariscos huelen raro.


—Es pescado ¿De aquí a cuando el pescado huele bien? —De acuerdo, el cambio de tema había sido patético. Hablar de comida o del clima, es como caer en el más ridículo de los cliché cinematográficos.


Pero no es como si su coprotagonista se la estuviese haciendo fácil, Pedro se había comportado extraño todo el camino al gran salón de eventos. Y una vez que ocuparon su mesa, no dejo de mascullar comentarios mal logrados para cada escritor que veía. “Ese se acostó con la mujer de aquel” “Esa le robo la idea a su hermana…ahora es tan rica que da asco y su hermana está desaparecida o muerta” Y así fue toda la maldita velada, era como si necesitara llenar el silencio entre ambos con sandeces. Ella sabía que Pedro no quería contarle aquellas cosas, pero no encontraban nada más que decirse. Como si de alguna forma cualquier otro tema que tocaran, pudiera ser potencialmente peligroso.


Para cuando Julieta y Javier dejaron de repartir besos y halagos, ellos dos parecían niños impacientes por comer algo de azúcar. Sacudían las piernas por debajo del mantel, golpeaban cucharitas y bebían agua con excesiva urgencia. Estaba fluctuando entre ellos esa necesidad invisible de mantenerse ocupados, pero ¿Para qué? ¿Para no mirarse? ¿Para no decir algo que los comprometiera? ¿Para no despertar al fantasma de la carretera? Cuando había aceptado dejar todo en el olvido, no reparo en el detalle de que debería pasar los siguientes meses de su vida, padeciendo el recuerdo de algo que tenía enfrente. Era como darle una botella de vino a un alcohólico y golpearlo en las manos, cada vez que intentara bebérsela.


En este caso Paula se sentía como la persona en abstinencia, mientras que su Cabernet Sauvignon cosecha 1986, parecía ponerse más delicioso conforme pasaban los segundos.


— ¡Esto se pone mejor cada año!—Ni ella ni Pedro, fueron capaces de añadir algo a esa aseveración. Julieta se dejó caer en la silla junto a él y lo miró con una enorme sonrisa en sus labios rebosantes de carmín—Aunque no se vería mal, que salieras a socializar un poco—Ahora la sonrisa se posaba en ella.


Paula frunció el ceño, pero no replicó. Prefería dejar las tonterías de falsas amistades a Julieta, ella era perfecta fingiendo admirar a alguien, parecía que en la escuela de agentes la materia “besar culos” se dictaba en tres niveles distintos. Y ella se había graduado con honores.


Pedro nunca ha sido muy dado a hablar con otros escritores—Ambos miraron a Javier, quien siempre parecía hablar de Pedro como si se tratara de un pequeño mimado y consentido.


—No se me dan las adulaciones—Corroboró éste, mareando a su bebida dentro de la copa. Paula seguía los movimientos de sus manos como hipnotizada, estaba segura que en cualquier instante le fallaría y terminaría volcándola sobre el mantel.


—No por supuesto, algunos escritores solo esperan recibir halagos hacia su trabajo. Es comprensible que alguien con tu talento, se reserve dar a conocer sus gustos específicos.


Ella miró a su agente tratando de cuadrar aquel comentario. ¿Qué se suponía que significaba? ¿Si se poseía el talento de Pedro uno tenía derecho a ser desdeñoso? Paula no estaba segura de que él hubiese aceptado las palabras de Julieta, pero como siempre fingía ante ella le obsequio una sonrisa cortes, antes de volver su atención a la copa.


Lo que había podido deducir de ese intercambio; fue que era correcto ser antisocial e incluso algo antipático, si eres un gran escritor que no necesita de la aprobación del resto del mundillo literario para sobresalir. Pero en cambio, si eres una escritora que apenas llega a pagar la renta de su departamento en el centro y que aun esperas por ganar la lotería para poder comprar tu primer automóvil, entonces tu anti sociabilidad es una patología que debe ser curada.


 Curioso que dicho razonamiento, haya sido traído a colación por su amigable agente. Seguramente también había sobresalido en la clase “Como hacer sentir igual que una mierda a tu escritor de turno”

CAPITULO 23




Evento parte 1.



Se suponía que el baño de asiento con burbujas la relajaría, pero no había surtido efecto. Probó tomando una de esas siestas que compiten con la hibernación de los osos, pero al despertar se sentía igual de vacía. En un acto desesperado por no sucumbir a los reclamos de su cerebro, rebusco en el mini refrigerador de su habitación algo de alcohol. Las muestras de licores finos, no eran suficiente para ponerla ebria. No lo comprendía realmente ¿Por qué dejaban botellas tan pequeñas? Eso no pondría ebrio ni a un Liliputiense.


Molesta con la administración de ese condenado hotel y con la asociación de escritores, se embutió en sus botas de montañés y se calzo una de sus chaquetas con capucha. Al subir en el elevador, se observó en el espejo del interior y de la impresión tuvo que contener el chillido en la garganta. No se había molestado en alisarse el cabello y como pocas veces, lo llevaba al natural. O sea una maraña de risos chocolate, que si se lo observaba de distintos ángulos conseguía emular la silueta de animales salvajes. Paula conocía a centenares de mujeres que sabían lucir sus rizos, pero ella no era una de esas. Nunca había tenido la habilidad de mostrarlos y presumirlos. No es como si hubiese mucho que presumir de todas formas. Se encogió de hombros y se tiró la capucha encima de su puercoespín muerto para no asustar a la gente, no estaba de humor para traumar niños. Solo iba al bar de la planta baja a pedir alcohol, no a encontrarse un magnate griego que la secuestrara para casarse. Eso era algo que nunca había entendido ¿Por qué griego?


Hasta la fecha, no había conocido a ningún griego que fuese capaz de causarle un orgasmo con la mirada. Y ella no exageraba, las novelas casi eróticas de los griegos, siempre los ponían en un maldito pedestal. Los griegos que ella conocía eran vagos, flojos, dormilones y bastante cabrones. ¿Dónde estaban los de las novelas románticas? ¿Acaso estaba buscando en el lado incorrecto de Grecia? 


Era de no creerse que las mujeres fantasearan con griegos, Pedro era un maldito inglés y estaba más bueno que comer con las manos. Pero no, no iba a pensar en Pedro. Eso era mal karma. Necesitaba alcohol, nunca en su vida llego a pensar cuanto necesitaría distraer su mente. Pero esa noche lo requería, era casi una exigencia fisiológica.









Jerry, el hombre de la barra, tenía alrededor de sesenta años, las manos temblorosas y una paciencia que rayaba en lo absurdo. Paula llevaba los últimos quince minutos viéndolo limpiar una copa, escuchándolo hablar sobre sus nietos y aguardando por ese milagroso Manhattan del que tanto había presumido. Pero ni la bebida inexistente, ni el parloteo hacían nada por mejorar su situación mental.


 Aunque Jerry pareciera amable y ella en cualquier otra ocasión hubiese disfrutado de su conversación, ésa noche no se sentía capaz de fingir.


—Y debería verlo correr, si hasta hace unos días no se separaba de los brazos de su madre…ahora parece todo un rebelde—Ella asintió ausente, al parecer uno de sus veinticinco nietos había aprendido a caminar.


—Sabes, puedes darme un tequila—El hombre mayor la miró, como si por primera vez cayera en cuenta de que debía atenderla.


— ¿No va a querer el Manhattan?—Tal vez lo tendría más rápido, si se hacía una escapada hasta esa ciudad.


—Con el tequila estoy bien—respondió dócilmente, a sabiendas que Jerry no tenía la culpa de su mal humor. Tan solo esperaba que pedir una bebida Mexicana, no le acarreara una espera más larga.


—Tequila entonces—Aceptó de muy buen grado, dándole la espalda para dirigirse a sus botellas.


Paula tamborileó los dedos en la barra de madera lustrosa y con un suave movimiento de su cabeza, inspecciono a los pocos comensales que decoraban el bar. A esas horas la mayoría estaba en sus habitaciones, aunque aún prevalecía el hombre con el periódico del día, abierto sobre sus manos. La pareja que nunca parece poder separarse más de diez centímetros el uno del otro; y la mujer de la esquina oscura esa que a más de un escritor, provoca investigar con el estigma de que en su memoria guarda una gran historia.


El diminuto vaso de tequila golpeo su mano y ella se volvió exaltada hacia Jerry, él le obsequio una sonrisa antes de dejarla a solas con su bebida. Era tan pequeño ese vaso que provocaba carcajear por lo absurdo de su poder, ella sabía que con dos de esos quedaría de cama. Y era exactamente lo que quería, olvidar, distraerse, no pensar, no planear, no especular, no nada. Solo quería que ese día, esa mañana nunca hubiese ocurrido. Pero como eso solo pasaba en las novelas, ella debía recurrir a cosas un poco menos eficaces.


Alzo el vasito en el aire y le dedico un brindis a la chica del espejo que la enfrentaba, esa que parecía una criminal convicta con su capucha y su cabello queriendo escapar por las esquinas.


—Mala idea—Su vaso se alejó al momento en que sus labios, rozaban la superficie cristalina.


Una oleada de indignación, corrió por su torrente sanguíneo hasta agolparse con furia en su corazón. La respiración se le enturbio tan solo de sentir su tacto, posándose sobre la mano que aferraba el vaso. Se apartó, como si el tequila estuviese maldito. Y lo estaba.


— ¿Qué quieres? —Lo increpó poniéndose de espaldas e intentando una vez más entrarle un buen trago a su bebida.


—Deja eso—Él volvió a detenerla a medio camino.


—Tú déjame en paz—Y tras luchar a los jalones por el pequeño vaso, el contenido termino vertiéndose en cada parte de la barra, menos en su boca. Paula casi llora por el camarada caído—Mira lo que has hecho.


—Solo evitándote el ridículo, no sabes manejar el alcohol—Pedro la tironeó de un brazo hasta lograr sacarla de su taburete.


— ¡Oye! No me toques.


—Necesito hablar contigo.


— ¿Si? Pues yo necesito un tequila, las desilusiones abundan—Él la miró con un amago de sonrisa y ella se limitó a bufar como un animal encabritado—Suéltame Alfonso, no tengo ganas de verte.


— ¿Y crees que me importa lo que tengas o no ganas de hacer?


Paula frunció el ceño antes de fulminarlo con la mirada ¿Acaso tenía el letrero de jódeme pintado en la frente? Sacudió el brazo por el cual aún la sostenía y con toda la clase que fue capaz de emular, se alejó de él airosamente.


—Cárgalo a mi habitación—Oyó que Pedro murmuraba por detrás, Paula estuvo a punto de detenerse para gritarle que no necesitaba una mierda de él. Pero lo pensó mejor y continuó su camino, sin inmutarse. Si podía sacarle dinero, lo haría ¿Qué más daba? Él se lo debía de alguna forma.


Y no, no estaba resentida por el acercamiento fallido en la carretera. Estaba molesta por la manera que tuvo él de afrontar las cosas, podía e incluso soportaba que Pedro no la encontrara atractiva. Pero ¿tenía que ser tan hijo de puta?


 No se conformó con denigrarla, sino que también admitió que solo su cuerpo reaccionaba a su cercanía. Había expuesto la problemática, como si se tratara de una enfermedad que solo se podía curar si se la tiraba. No, ella no estaba resentida. Pero ¿Quién no se molestaría si alguien la trata como un objeto? Como un método para calmar una irracional necesidad. «No me agradas, pero mi cuerpo reacciona solo» Era como si un asesino le dijera; no quería matarte, pero el arma se me dispara a voluntad. En cierto punto, hasta casi causaba risa.


Bueno quizás no en ese instante, pero ella estaba casi segura que Flor moriría de risa al oír aquello.


— ¿Quieres escucharme un segundo?


Ella seguía caminando por el lobby sin un destino aparente, tan solo quería dejarlo rezagado o de lo contario le gritaría algunas verdades y por extraño que sonora, no quería rebajarse al papel de chica lastimada. ¿Por qué? ¿Es que acaso Pedro siquiera merecía su enfado? Ella no merecía su cortejo, entonces lo justo era que él no esperara nada a cambio. Ni resentimiento, ni indignación o molestia. Solo indiferencia, la misma que Pedro le mostraba con sus desdeñosas maneras. Pero a pesar de que se había convencido de eso, su mente obraba sin su consentimiento. 


Y por un mísero segundo, creyó comprender lo que él le decía. Pero lo desecho rápidamente, no quería comprenderlo quería ignorarlo.


—Lárgate.


Pedro masculló algo que Paula prefirió pasar por alto y cuando finalmente logro divisar las puertas de entrada, corrió hacia ellas como si del otro lado la esperaran todas sus mascotas de la infancia. Sí, había tenido varias mascotas antes de los hermanitos, esos eran los métodos con los que su madre le mostraba afecto.Salió al exterior y el aire húmedo de Bristol la abrazó por unos segundos, robándole el aliento y los pensamientos. Una pena que la sensación fuese tan efímera.