jueves, 4 de diciembre de 2014
CAPITULO 35
Con la vista fija en las gotas que golpeaban contra el vidrio, Pedro se mantenía absorto sin pensar en nada o quizás pensando mucho para lo que se requería en un día libre. La cafetera seguía burbujeando, mientras la línea de café lentamente aumentaba hasta el nivel de la marca blanca.
El plan era tomar un buen desayuno, pero había encontrado sus despensas completamente vacías. Seguramente Mayra no había tenido tiempo de hacerle las compras, una desgracia porque después de su agitada noche —y ¿Por qué no? también gran parte de su tarde— estaba hambriento. Luego de rebuscar por todas partes, había llegado a dos opciones: café o vino. Y en realidad pensaba que iniciar un día con vino, incluso estaba fuera de su límite.
Paula se merecía algo un poco más elaborado que un triste café, pero esperaba que una vez tuviese algo de eso corriendo por su torrente sanguíneo, encontraría el valor de salir de su casa hasta la panadería a dos cuadras.
Era una maldita aventura. Salir de su cama le había tomado una cantidad de cinco intentos fallidos. Los dos primero enteramente culpa de Paula, es que ¿Cómo se le ocurría dormir con las piernas por fuera de las sabanas? Él era un ser humano, no podía simplemente salir de la cama teniendo ese regalo a medio desenvolver. Tal vez las otras tres veces, fueron culpa de su pereza y su muy poco control sobre sí mismo.
En resumidas cuentas, había comenzado a levantarse exactamente a las ocho de la mañana, cómo demonios termino por llegar a la cocina a las 12:45 del mediodía…bueno, eso era un verdadero misterio.
La cafetera emitió un sonido y él sonrió sirviendo un poco de café, con suerte eso sería lo suficientemente fuerte como para impulsarlo el resto del camino hacia la puerta. Mientras ese pensamiento tocaba su mente, el teléfono que descansaba sobre la isla comenzó a sonar.
— ¿Diga?—Normalmente respondía con el típico “Pedro Alfonso” pero era casi comprensible que a esas horas y aun sin haber tocado su café, le fuese un tanto difícil articular frases largas.
— ¿Pedro?—Que estupidez de pregunta, como si él viviera con algún otro hombre que pudiera tomar sus llamadas. En verdad, a veces la gente lo sorprendía.
—No, habla el ladrón que entró a su casa mientras dormía. Su hijo está ahora mismo desangrándose a mis pies, pero por favor no llame a la policía…lo hare yo cuando termine aquí.
—No te pases de listo, te he llamado como diez veces ¿Por qué no contestabas?—La irritación en el timbre de su padre, lo confundió ligeramente.
—Era una broma…—Se excusó, medio arrepentido por el chiste del hijo desangrado. Pero a decir verdad, no era la primera vez que le decía alguna tontería por el estilo y él nunca reaccionaba mal. Es más, incluso le replicaba alguna tontería acorde, para seguir con el chiste.
—Escúchame ¿Has prendido tu televisor?—Lo último que había planeado para esa mañana era prender la televisión, definitivamente prefería vivir su reality que el de algún desconocido.
—No.
—Pedro…—El tono de la otra línea lo interrumpió a media frase.
—Dame un segundo.
—Pero…—Lo puso en espera antes de que pudiera quejarse.
— ¡Pedro! ¡Al fin respondes!—exclamó Javier ni bien se acercó el aparato al rostro. Era increíble que todos estuviesen con ganas de remarcarle ese detalle, no es como si se pasara sus días esperando junto al teléfono a que le llamaran.
—Sí, bueno estaba ocupado—Mientras decía aquello, notó movimiento a sus espaldas y al volverse la encontró de pie en el umbral de su puerta, mirándolo. Maldición, era más hermosa recién salida de la cama.
Paula lo saludó con la mano, al verlo hablando y con pasos lentos se dirigió a la cafetera que minutos antes él había abandonado. Pedro siguió el contoneo de sus caderas, mientras disfrutaba la vista de su trasero enfundado en bóxers de mujer. Eso y una de sus camisas, hacían de su atuendo algo digno de pasarelas. O al menos de sus pasarelas.
—Mira Pedro, estoy de camino a tu casa quiero que me esperes—No pensaba ir a ninguna parte, aunque la idea de tener a Javier por allí no le tentaba en lo más mínimo.
—Sí, claro aquí te espero—respondió vagamente, siempre podía correrlo tras oír la queja que estuviese preparándole.
Con el tubo aun en la oreja, caminó hasta detenerse detrás de ella y dejarla acorralada contra la mesada, Paula se volvió y le frunció el ceño disgustada. Pero terminó por desmentirse, cuando una sonrisa coqueta se dibujó en sus sonrosados labios. Los mismos que había devorado durante toda la noche y esos mismos que se disponía a engullir en ese instante. Se inclinó para darle un beso y ella le hizo un gesto pidiéndole silencio, mientras le quitaba el teléfono de las manos y lo dejaba a un lado de la cafetera.
—Nos va a regañar—Susurró en secreto, haciendo referencia a Javier.
Él sacudió la cabeza y comenzó a quitarle la camisa con una destreza propia de la costumbre. Muy a la distancia y casi como un molesto sonido de fondo, oía el parloteo de Javier que en algún momento lo llamaba por su nombre. Paula lo liberó un instante, para poner el teléfono boca abajo y luego le echó los brazos al cuello retomando desde donde habían dejado.
Pero el mundo parecía haberse puesto de acuerdo, para echar a perder ese encuentro en la cocina. El timbre de la puerta sonó y muy a su pesar tuvo que poner algo de distancias, claro tras un profundo y muy estudiado beso. Era increíble, la capacidad que tenía de abstraerlo de todo lo que lo rodeaba, una caricia o una sonrisa y él se volvía pura y exclusivamente dependiente de ella.
— ¿Tienes qué?—Le preguntó frunciendo los labios, molesta por las interrupciones.
—Dos segundos—Paula sacudió una mano y lo detuvo en plena retirada.
—Tú responde el teléfono, yo voy a ver quién toca la puerta.
—Debe ser Mayra con la comida—Ella asintió y sacudiendo un poco la cabeza se perdió por el pasillo en dirección a la entrada. Pedro tomó el teléfono, hasta olvidándose de porque había contestado en primer lugar.
Tendría que haber permanecido en su cama, no había razones demasiado fuertes como para levantarse. Si la comida no fuese un asunto necesario para la humanidad, él habría acampado allí gustosamente al mejor estilo de Robinson Crusoe. Aunque con el añadido de Paula, por supuesto.
— ¿Javier?
— ¿¡Escuchaste algo de lo que te dije!?
—No.
— ¡Pedro, tenemos un problema!—Frunció el ceño al oír aquello—Hagas lo que hagas, no abras la puerta. Espérame, hasta que no llegué no abras…
Sin esperar a que terminara salió disparado por el pasillo, no entendía porque no debería abrir la puerta, no entendía el porqué de la emergencia en el llamado de Javier o lo extraño que sonaba su padre. Pero lo que si sabía era que debía llegar antes que ella, desafortunadamente no fue así.
— ¡Paula, no abras la…!
Una luz golpeó sus ojos, a tiempo que otras cientos centellaban ante su anonadado rostro. Paula se quedó petrificada frente a las personas que una tras otra, le formulaban preguntas o tomaban fotografías de ella en su precario atuendo. Mejor dicho en el atuendo de Pedro.
— ¿Es verdad que Pedro…?
— ¿Hace cuánto que ustedes…?
— ¿Sir Alfonso es…?
— ¿Cuándo inicio esto?
— ¿El hombre con el que aparece en la foto…?
No fue capaz de oír más después de eso, en ese instante él cerró la puerta de un bandazo. Pero ¿Acaso no era ya demasiado tarde para eso?
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