jueves, 27 de noviembre de 2014

CAPITULO 20




Media hora después se encontraban camino a Bristol, había sido algo difícil dejar atrás el ajetreo de Londres, pero eso no preocupo a su compañera de viaje en lo más mínimo. Al momento en que posicionó su trasero en el asiento de cuero y colocó la frente en la ventanilla, comenzó a roncar como si se le fuese la vida en ello. Pedro puso algo de música relajante para tapar el concierto personal de Paula y se dispuso a conducir en silencio, su bella durmiente no dio señales de vida hasta un cuarto de hora más tarde, cuando al parecer la naturaleza la reclamó.


—Detente.


Él se volvió hacia su derecha, sorprendido de oír su voz después de tanto tiempo de monotonía.


— ¿Qué? —Ella lo miró con los ojos muy abiertos.


— ¡Detente!—repitió, Pedro observó los alrededores, no había más que campo y alguna que otra vaca adornando los páramos.


— ¿Aquí?—inquirió extrañado.


—Por el amor a Dios Pedro, detente o tendrás un nuevo decorado en tu tapicería—No necesito oír más, aparcó el auto en la calzada y destrabó las puertas en un santiamén. 


Paula brincó del interior a la carrera y él la siguió con la mirada, hasta que su silueta se confundió con los árboles que decoraban los laterales.


En un instante, vio a una vaca escapar en dirección contraria y se escucharon los gritos de Paula diciendo « ¡Fuera! Largo de aquí o te hago barbacoa» A lo que la vaca respondió con un ofendido ¡Mu!


Cinco minutos después, ella regresaba caminando con la misma dignidad que la reina mostraba al recorrer el palacio, arreglándose la falda metódicamente y alisando las invisibles arrugas de su blusa. Mientras a sus espaldas las vacas volvían a sus antiguas posiciones, observando fijamente a la mujer que había alterado su paz amenazándolas con echarlas a la parrilla.


— ¿Todo en orden?—Preguntó cuándo ella hubo cerrado la puerta del auto. Paula lo miro y asintió con una sonrisa.


—Perfectamente—respondió cruzando las manos sobre su regazo, mostrándose lista para continuar con el viaje.


Pedro sacudió la cabeza ahogando las ganas de reír, esa mujer era increíble.






Paula lo miró de soslayo mientras le daba arranque al automóvil, una música como de pianos y violines inundo el ambiente. No recordaba haberla oído antes, seguramente él había puesto el Cd mientras ella dormía. En verdad la música invitaba a más de uno a pegar las pestañas, pero Pedro parecía muy enfocado en la carretera, con el rostro fresco y completamente despierto. Comparado con ella, él parecía salido del salón de belleza…peor, si alguien los detenía en ese instante él estaría listo para salir en la portada de una revista. Y ella… ella estaría lista para ser desechada en el próximo vertedero.


Lo malo es que Pedro ni se esforzaba en lucir bien, estaba vestido con ropas que en cualquier hombre lucirían insulsas, pero no en él. Las camisas que usaba Pedro, parecían hechas a medida, incluso Paula aventuraba que las mandaba a confeccionar y todo ese royo de los hombres ricos.


Porque Pedro tenía dinero, no que ella fuese pobre, pero él tenía más dinero que ella. Lo había descubierto de una forma muy chistosa, cuando una tarde después de todo un día de trabajo, ambos salieron a comprar comida. Ella quería algo rápido, como un McDonald o una salchicha en algún puesto callejero. Pero él no, Pedro quería comer en verdad y la arrastró a un restaurant que expedía finura por cada esquina perfectamente amueblada. Paula se había sentido una intrusa, casi como una mendiga en busca de unas migajas. En tanto que su compañero, saludaba al cantinero y al gerente como si tuvieran años de trato de por medio. Ella le había preguntado si acostumbraba ese sitio y él todo sarcasmo, le respondió que ese sitio era suyo. Por supuesto que no le creyó, hasta que le trajeron la carta, una carpetita de cuero en la que se encontraban grabadas dos letras. PA.


— ¿Pedro Alfonso?—inquirió jugando con él. Porque no podía ser cierto ¿Qué? ¿Era escritor y camarero a medio tiempo?


—Pablo Alfonso—La corrigió y fue como si con esa simple frase despertara al gigante dormido, un hombre de contextura robusta y barba blanca se volvió automáticamente para mirarlos. Fueron dos segundos, los
que tardo en atravesar las cortas distancias que los separaban para luego plantarse a su lado y sonreírle afablemente.


— ¿Me llamabas?—Preguntó a Pedro, aunque no apartaba sus destellantes ojos azules de ella.


—Paula, Pablo…—hizo una pausa, observando ceñudo al hombre mayor. Este pareció notar su firme mirada, pues tras otro segundo de escrutarla sin reparos, le devolvió la atención—Papá ella es Paula— ¿Papá? ¿Ese era su papá? ¡Momento! ¿Pedro tenia familia?


Bueno claro, no había nacido de un repollo…pero, ese hombre de barba chistosa y sonrisa amigable no podía ser su pariente. No encajaba en la imagen que ella se había hecho, porque sí, se había hecho una imagen de los padres de él.


—Oh ¿Con que tú eres la famosa Paula?—El hombre le tomó una mano y le plantó un beso en el dorso, ella rió por ese teatral gesto y él le devolvió la sonrisa—Es un placer conocerte, he oído mucho de ti.


— ¿Ah sí?—No se lo creía ¿Por qué Pedro le hablaría de ella a su padre?


—Por supuesto—Y cobrando más confianza se inclinó para hablarle al oído—Aquí entrenos, eres más bonita de lo que mi hijo presumió.


Paula echó una rápida miradita en dirección a Pedro, éste enarcó una ceja como preguntando que tanto se secreteaban y ella solo se sonrojó sin quererlo realmente.


—Es difícil hacerlo decir la verdad—Comentó en un susurro, logrando que Pablo se incorporara soltando una risa medio ronca pero muy contagiosa.


—Ponte a trabajar hombre—Lo reprendió Pedro aun con el ceño fruncido.


—Tranquilo muchacho, solo vine a conocer a tu amiga…a ti no te molesta ¿verdad Paula?—Ambos fijaron la vista en ella, Pedro pidiéndole que no le diera razón, Pablo instigándola a seguir con el juego.


—No, por mí no hay problema.


Y eso fue estimulo suficiente, para que el hombre tomara un lugar en su mesa y compartiera la cena con ellos. Pablo se dedicó a contarle un poco de todo, como había iniciado en el negocio de la gastronomía, también que tenía restaurantes en los hoteles más caros de Londres e incluso que recientemente, se había extendido a Paris por la buena calidad y variedad en su cartilla de vinos. Le dijo que Pedro era un excelente catador y que cuando era más joven, se dedicaba a pasearlo por Italia para que escogiera de las mejores cosechas.


A todo esto él solo respondió con un encogimiento de hombros y pasó de decir algo cuando Pablo, le preguntó cómo iba el libro.


Paula no entendía porque, después de todo el libro iba de maravilla, a decir verdad no podía ir mejor. Ella aun no caía en cuenta de cómo las cosas fueron encajando en su lugar por si solas. No es que ahora fuesen los mejores amigos, tampoco había que exagerar. Pero ya no se peleaban por cualquier tontería, tras la noche del helado ambos parecieron pactar algo sin necesidad de dejarlo explícito en palabras. Iban a trabajar juntos, y entre los dos sacarían lo mejor de esa historia. Teóricamente era la despedida de James y Charlotte, ambos personajes merecían que ellos se dejaran de chiquilinadas y se pusieran serios.


Estaba claro que ninguno iba a desistir y como el viejo, y tan conocido refrán dice: cuando no puedes con ellos, úneteles. Y así lo habían hecho, se habían unido.


No, no en los términos que están pensando, pervertidos.


Su unión era estrictamente profesional, sí bromeaban y a veces jugaban de mano pero algo era diferente entre ellos. 


Quizás solo eran imaginaciones de Paula, aunque lo dudaba. Después de todo, Pedro ya no se le acercaba tanto como antes, ahora guardaba una respetuosa distancia. Como si de alguna forma, temiera romper el fino hilo de confianza que ambos habían tejido. Pues claro, ella también temía que de momento a otro, uno enseñara las garras y ¡puf! fin de la sociedad. Por eso se iba con pasos de ceda, pensaba bastante bien las cosas que le decía, más cuando eran referidas a su modo de escribir.


Pedro, como cualquier hombre nacido bajo la estrella de Sirio (por supuesto que ella creía en la astrología), era un tanto melindroso. No le gustaban las críticas, no le gustaba que le dijeran que hacia algo mal, no le gustaba equivocarse y ¡oh Dios! Cuando tenía que darle la razón a alguien, parecía que lo enfrentaban a un regimiento entero con una gomera como única arma de defensa. Y sí, no se puede pedir que fuese perfecto. Tenía cerebro, buen físico y unos ojos que mataban, pero ¡venga! Seamos realistas, un defectito debía tener. Y este era ni más ni menos, que su fantástico (sarcasmo) carácter.


Pero ya se había acostumbrado a él, cinco semanas de trabajo juntos la habían hecho tolerable a Pedro y a la lactosa. Demostrando así que los milagros podían ocurrir.


— ¿En qué piensas?—Su voz la catapultó lejos de sus recuerdos, lo miró un segundo y apartó el rostro rápidamente, al notar que él también la miraba.


—No, en nada—Aunque pasara cinco años o cinco milenios a su lado, aun continuaría sonrojándose cada vez que él fijara la vista en sus ojos. Pues, era un ser humano después de todo y Pedro era Pedro.


A pesar que en esos momentos estuviesen en los términos más amistosos del mundo, a pesar de que él le dijera que mañana mismo se casaría con alguna mujer, a pesar que él le confesara que era homosexual (cosa que dudaba mucho), ella seguiría viéndolo con ojos soñadores. Porque, número uno era su escritor favorito, numero dos estaba de muerte, número tres… ¿Acaso necesitan un punto tres? El uno y el dos son justificaciones más que suficientes.


Suspiró casi con pesar, de tanto en tanto la atacaban esas infantiles fantasías del príncipe azul con su lindo corcel. Pero no podía evitarlo del todo, las fantasías son gratis. Es como la tontería de esperar encontrarse a George Clooney en el elevador, Paula sabía que las posibilidades eran remotas, cuando no imposibles. Pero aun así las esperanzas prevalecían y siempre que tenía la chance se tomaba cualquier elevador, ya saben por si acaso.


Si bien las posibilidades de que algo ocurriesen con Pedro, eran tan improbables como que ocurriera lo de Clooney, ella seguía pensando que tal vez…algún día…Bueno sí ¡Que va! Honestamente esa idea ya la había achacado, a lo más profundo de su pervertido subconsciente. El hombre era su compañero de trabajo, un tanto atrevido cuando lo deseaba, pero compañero de trabajo al fin. Además ¿Quién no ha tenido alguna vez una idea poco apropiada para hacer con el hombre guapo de lo oficina? Como atraparlo en la sala del café, o acorralarlo junto a la maquina copiadora y obsequiarle una copia autografiada de tu trasero. Pero eso era lo gracioso del asunto, todo quedaba en eso, proyectos, teorías y planeaciones que nunca se concretaban. Era divertido echarse una que otra fantasía con Pedro, porque al final de cuentas nada pasaría en realidad. Él no la veía de ese modo, no estaba segura como la veía pero de ese modo no.


Habían hablado de tantas cosas en las pasadas semanas, que Pedro tal vez la conocía mejor que su propia madre. 


Bueno el “tal vez” esta demás, él la conocía mejor que su madre y punto, incluso el carnicero la conocía mejor que su progenitora. Su madre ni siquiera recordaba su fecha de cumpleaños, eso debería decirlo todo acerca de la relación entre ambas.


Aun no podía recordar cómo habían empezado a hablar de ese asunto y por más que repitiera la conversación una y otra vez en su cabeza, no podía hacerse una idea de porque le contó todo aquello a su compañero escritor. No esperaba su compasión o su apoyo emocional, tan solo confió como pocas veces lo hacía y para ser honesta consigo misma, la respuesta de Pedro la había puesto triste y feliz al mismo tiempo. Y todo por una inocente que pregunta que nada tenía que ver, al menos a primera vista: ¿En quién te inspiraste para hacer a Charlotte?


En un principio ella le había echado una evasiva, como “es una mezcla de muchas personas” Pero él continuó examinándola como típico médico forense, metiendo la mano en los lugares más incómodos y sin esperar quejas por su parte.


— ¿Para qué quieres saber?—Le había recriminado, en un intento de apaciguar su trabajo detectivesco.


—Tenemos que saber todo de los personajes, eso hace más sencillo manejarlos…si sé su procedencia…—No terminó la frase, pero ella se dio una idea bastante clara de para  donde quería ir.


—Es…—vaciló, siempre vacilaba cuando le tocaba hablar de sí misma. Porque Charlotte no era ella, claro está, pero era una parte de su vida. La parte más molesta, la parte que más detestaba, la parte que muchas veces deseó borrar de un pincelazo—Está inspirada en mi madre.


La frase quedó suspendida en el aire, cualquiera que hubiese leído uno de sus libros sabría que Charlotte no era precisamente una mujer virtuosa. Lo que hacía de sus historias algo tan controversial, era la personalidad y modo de vida poco ortodoxas de la protagonista. Muchos odiaban a Charlotte porque en sí, hacia todo lo que las buenas personas no deberían hacer. Era detestable y en su fuero interno, Paula también la odiaba de algún modo.


—Ya veo—susurró él después de un incómodo minuto de silencio. Ella le sonrió sin ánimos de mostrarse afectada.


—Puedes preguntarme—Lo apremió, sabiendo que Pedro sentía curiosidad. Lo veía en sus ojos, aquella chispa danzante de descubrir algo más de su monótona existencia.






Paula se cuidaba mucho al momento de dar a conocer información sobre su persona, Julieta le había aconsejado que era mejor no cargar con historias de vida complicadas. 


Por alguna razón pensaban que le daría una mala imagen, por eso ella no usaba su apellido legal y utilizaba el que nunca había podido heredar de su padre. No es que su madre fuese una asesina en serie o ladrona de alto renombre, solo era…especial.


Pedro se había quedado en silencio, revisando los papeles que tenía en la mano como si fuesen de gran importancia. 


Ella tomó los que debía leer y se dispuso a fingir que aquello no había ocurrido, que no habían hablado de nada, que él no sabía que su madre era una puta sin paga. 


Porque ¿Para que engañarse? Básicamente eso era Charlotte, una mujer molesta con la vida, molesta con el destino. Alguien que al encontrarse sola en el mundo, optó por la salida fácil. Optó por irrespetarse e irrespetar a los demás, tal como lo había hecho su madre tras la muerte de su padre.


—Siempre me pregunté ¿Por qué carga las cenizas de su esposo de un lado a otro?—Prorrumpió él repentinamente, Paula lo miró y soltó una breve carcajada.


—Eso es un simbolismo…como un recordatorio—Pedro enarcó una ceja no muy seguro de comprenderla.


— ¿Recordatorio de qué? —Paula se dejó caer a su lado en el sofá y cruzó las piernas como los indios.


—De que los hombres, siempre terminan en un polvo—Él se limitó a sacudir la cabeza en respuesta y ella escondió un suspiro de alivio, al menos no lo había atosigado con preguntas. Al menos parecía no juzgarla por lo que le había contado, al mirarlo de soslayo supo que a Pedro no le importaba como fuese su madre y eso le infundio coraje.
»Mi papá murió cuando yo era un bebé, creo que nunca lo superó—Bajó la mirada a su regazo y las palabras brotaron de su boca, sin ninguna clase de filtros. Era como si necesitara que él supiera, por qué y cuándo fue la primera vez que pensó en Charlotte—Yo tenía como cuatro años la primera vez que vi a una de sus… “citas”—Así los llamaba ella, citas, amigos de mamá o Papá Noel—No es que vendiera su cuerpo, ni nada por el estilo…simplemente parecía querer llenar algún vacío con la presencia de otros hombres. Supongo que era su forma de sobrellevar la perdida—Se encogió de hombros, ella habría preferido que llorara, que comiera kilos de helado o que al menos la tomara de la mano de vez en cuando y le recordara que estaba para ella—No me gustaba cuando se iba por días, no me gustaba estar sola y cuando se lo dije, me comenzó a recompensar.


— ¿Cómo?—Paula se sobresaltó, por un instante hasta se había olvidado de su presencia.


—Bueno me regaló un hermanito—A decir verdad seis—Por cada ruptura, ella se quedaba con un suvenir


Finalmente lo miró, esperaba que le dijera algo, pero él se limitó a asentir y volver su atención a las hojas. Ella suspiró quedamente, por extraño que sonase se sentía más liberada.






Ahora que rememoraba aquella charla, se sonrojaba pensando las posibles maquinaciones de Pedro mientras le permitía ese desahogo. Ella nunca se quejó directamente con su madre, nunca le dijo lo que las personas la llamaban en la calle, ni tampoco le exigió que actuara como corresponde para sus hermanitos.Paula se limitó a humillarla en la ficción, quizás nadie supiese la razón de ser de Charlotte pero ella sí, ella y sus hermanos sabían muy bien a quien representaba esa mujer.


—La ruta esta despejada.


— ¿Vas a dejarme conducir? —Él se levantó los lentes de sol que ella no tenía idea en qué momento se había colocado, y le hizo un gesto que cortaba de raíz la posibilidad de que tomara el timón— ¿Por qué eres tan egoísta? Es solo un carro ¿sabes?


—No, no es solo un carro…es el mío.


—Sigue siendo un artefacto—Pedro masculló algo que ella no logró entender, aunque apostaría sus bragas a que no era un salmo.


— ¿Acaso tú compartirías tu cepillo de dientes?


—No, qué asco.


—Exacto—Paula frunció el ceño ¿De dónde se parecía un cepillo de dientes a un auto?


—No hay punto de comparación.


—Para mí sí.


Pedro, yo tengo un nombre para definir lo tuyo—Él volvió a subirse los lentes, mostrándole sus encantadores ojos azules. Sí, encantadores. A las cosas hay que llamarlas por su nombre—T.O.C o lo que en la jerga común se conoce como, trastorno obsesivo compulsivo.


—Yo no estoy obsesionado—Se defendió, aunque su tono fue levemente un murmullo—Solo quiero a mi auto.


—Ah haberlo dicho antes, entonces la definición correcta de tu afección es objetofilia…o lo que en la jerga común…


—Se conoce como amor a un objeto—Completó él con un deje burlón—No necesito que me eches definiciones de diccionario, te recuerdo que me han premiado por mi estupenda sintaxis más veces de las que tu pusiste en práctica tu psicología barata—Ella abrió la boca para responder, pero él alzó un dedo para detenerla—Ni se te ocurra decirme vanidoso.


—No iba a decirte vanidoso…—Se mordió el labio ofendida—Te iba a decir narcisista.


—Gracias.


—No fue un cumplido.


—No entiendo que tiene de malo tener algo de amor propio, yo solo reconozco lo que todos ven—Paula puso los ojos en blanco, sabía que él no hablaba enserio, a decir verdad Pedro pocas veces se ponía realmente serio—El narcisista no ve a nadie por encima de sí mismo, pero admite que hay muchos por debajo…—Y con una desdeñoso ademan la señaló como si ella fuese de ese montón.


—Eres un estúpido—Pedro sonrió al verla reír y rápidamente fijó la vista en la carretera— ¿Cuánto falta? —Él consultó su reloj.


—Como dos horas…


—Uf…al descender van a tener que hacerme un trasplante de trasero—Paula se abanicó con la mano, a pesar que se estaba bien fresco en el auto. Su repentino aumento de temperatura no tenía nada que ver con el calor, no, el de ella estaba pura y exclusivamente relacionado con el hombre a su derecha—Dos horas de tortura...


— ¿Qué?— ¿Cómo? ¿Qué? Diablos, lo dijo en voz alta.


—No nada…—maldito sonrojo «no me mires, por favor no me mires» Paula le echó una rápida miradita, por supuesto él tenía los ojos sobre su persona—Es que…—Si ¿Qué? No sabía cómo seguir después de eso—Me…—«¡Condenado, deja de mirarme!» — ¿No deberías ver la carretera?


—Dejamos la civilización atrás, hace una hora… ¿Contra qué puedo chocar? Ya le dejaste bien claro a las vacas que no se metan en nuestro camino—Y con comentarios como ese, ella no acabaría bien ese viaje. Sin civilización, sin vacas que atestiguaran nada…las cosas que podría hacer en ese auto.


Teniendo en cuenta que podían meter un pequeño spa en el maletero, ya deben imaginarse como es el asiento trasero. «Paula, esto se te está yendo de las manos» A decir verdad, esto se le había ido hace mucho tiempo de las manos, pero teniendo la sociedad de por medio se modulaba. ¿En qué demonios pensaba al aceptar ir con él en ese viaje? Podría haber llegado más tarde con Julieta, no había necesidad de que ellos se aislaran en una carretera durante cuatro horas, no había necesidad de estar confinada a ese carro de estupendo clima. No había necesidad y aun así, allí estaba.


Se había levantado temprano, se había depilado las piernas (no sabía porque), se había cepillado el cabello con todos los productos alisadores que encontró en su tocador y se había metido en su coche. Se estaba intoxicando con su aroma, incluso había dormido para evitar tener que hablarle mucho. Pero ¿Por qué se ponía tan nerviosa? Habían estado solos antes, habían pasado noches enteras escribiendo. Pero eso era. Cuando estaban juntos siempre tenían algo que hacer, siempre existía la distracción. ¿Qué distracción encontraba en la carretera? ¿Contar vacas?
Los silencios entre escritores que trabajan son comprensibles, pero los silencios entre dos seres humanos sentados uno junto al otro, son…molestos, extraños y la sacan de quicio. Y aún faltaban dos horas, el único consuelo que tenía era que ese auto nuevo no se averiaría a mitad del camino ¿verdad?


—Mierda.


— ¿Qué?—inquirió viéndolo con sorpresa, mientras por alguna razón desconocida iban bajando la velocidad.


—Creo que es el neumático—«No me dejes caer en la tentación» —Ven ayúdame—«Líbrame del mal» —No se ve un alma—«Amen, amen… ¡Amen!»


—Voy…—Y abrió la puerta resignada, después de todo Dios actúa de maneras misteriosas, pero que no se pueden y no se deben cuestionar—Vas a ensuciarte la camisa—Le apuntó al verlo remangarse las mangas blancas, dejando al descubierto esos antebrazos fuertes y bronceados.


— ¿Me la quito?—El condenado lo preguntaba con toda la inocencia del mundo. «Quítatela» pensó Paula «No me hago responsable de lo que te ocurra luego» Aunque debía recordarse que ese era su compañero de trabajo y que las fantasías debía guardárselas para sus viajes en elevador, para su posible encuentro con Clooney. Debía recordárselo, pero… al demonio no lo recordaba.

3 comentarios:

  1. Cómo me gusta esta novela. Me re divierte. Geniales los 2 caps

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  2. Geniales los 2 capítulos!!!! Me encanta como se histeriquean!

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  3. Que lindo capitulo, me divierte mucho la historia.. son geniales los dos ¡¡

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