jueves, 11 de diciembre de 2014

CAPITULO 51





Con los ojos fijos en la calle, Paula tuvo que pestañar varias veces ante la escena que la recibió.


—Su carruaje la espera, madame— Javier movió su mano apuntando la enorme—y quitadora de alientos—limusina, que cubría dos espacios de su precario estacionamiento.


Nunca ni en sus mejores sueños había visto una, mucho menos montando en uno de esos tributos al lujo. Mientras se arreglaba para el evento, pensó que quizás Flor había exagerado escogiendo un vestido tan ostentoso. Pero ahora que veía a Javier en su esmoquin, la limusina, al chofer y su gorro, sentía ganas de besar los pies y el buen gusto de su amiga. Por primera vez, estaba acorde a los acontecimientos. Y por primera vez, realmente se sintió merecedora de ese agasajo.


—¡Carajo, Javier! ¡Sí que te luciste!—Él le enseñó una radiante sonrisa.


Paula podía estar metida en las telas mas finas, pero eso no le quitaba su espontanea simpleza.


Le abrió la puerta para ayudarla a entrar, y fue cuando una pequeña vena de impaciencia la embargó sin previo aviso. 


No tenía que ser un genio, para saber quién estaba en el interior de su “carruaje”. Pero tras repetirse mentalmente que no importaba, al menos unas diez veces, dibujó una sonrisa en su rostro y entró.


Pedro estaba sentado contra la ventana del lado derecho, su traje negro brillaba bajo la tenue luz de la limusina y su cabello estaba mas largo de lo usual. Algunas ondas se deslizaban por detrás de su oreja, en donde el color se tornaba mas claro. Algo de su tono rubio de la infancia, el mismo que se veía oscuro siempre que lo usaba al ras. 


Paula, tuvo que admitir que el cabello largo lo hacía ver más joven y apuesto.


Maldito fuera.


—Buenas noches—Saludó, pues su educación la obligaba a mostrarse cortes, incluso con personas que no merecían ni una pisca de tales tratos.


—Buenas noches —respondió él, sin apartar los ojos de la ventana.


Como si a ella le molestara tener o no su atención ¿Quién se creía? Mejor que se quedara viendo la ventana, no había nada en esos ojos que tuviera ánimos de contemplar. Esa era una gran noche, no había necesidad de agriarla desde tan temprano.


—Sí, esto será fascinante. —Tanto Paula como Pedro, volvieron la mirada hacia Javier. Sólo él podía catalogar ese ambiente como fascinante, faltaban que saltaran chispas entre ambos y ellos serían fuente de iluminación propia.


La limusina se puso en movimiento y mientras llevaba su atención a ningún lugar especifico, el tiempo pareció momentáneamente estático. Pensaba que tenerlo frente a frente sería algo demasiado difícil, se equivocaba. No era la indiferencia que Pedro mostraba hacia su persona, ni siquiera era la necesidad de obtener al menos una palabra de arrepentimiento. Ya ni esperaba que eso ocurriese, si bien en un libro todo sería llanto, disculpas y abrazos, en su historia solo había un gran y enorme vacio. El mismo que al parecer, ninguno de los dos tenía ánimos de cruzar. 


¿Esperanza? Esa no tenía la capacidad de vivir, luego de tres meses de ser ignorada. Paula no guardaba siquiera el consuelo de sentir esperanza, aun y con todo eso, estaba feliz.



La entrega de premios se llevaba a cabo en un gran teatro del centro de la ciudad, al cual las personas parecían llegar en tropel. Todos vistiendo sus mejores accesorios y deslumbrando con sonrisas de quien ya se siente ganador. 


La antesala estaba atestada de escritores, algunos conocidos por ella, otros que en su vida había escuchado nombrar. No era algo digno de las premiaciones a películas, pero teniendo en cuenta el poco amor que se le profesa a la literatura, ella no podía quejarse de la concurrencia. Javier se había hecho de unas copas de champagne, al momento de cruzar la puerta principal y ella bebía intentando lucir un rostro calmo. Mientras esperaban por ser llamados hacia el salón de conferencias, los agasajaban con alguna bebida fina y uno que otro manjar. La muchedumbre se reunía en pequeños grupos, discutiendo asuntos que podían ir desde política, hasta un chisme fresco. Nada que le interesara mucho oír, pero que por el bien de la socialización, debía fingir escuchar.


Pedro se había apartado de ellos y en algún momento lo había perdido de vista, en tanto que Javier aprovechaba su estado catatónico y la hacía estrechar tantas manos como dedos tenía ella en todos sus miembros. Se sentía abrumada, impaciente y algo nostálgica, aunque no sabía el por qué. O quizás sí, pero decir que le encantaría reírse de todas esas personas con alguien en especial, no sería justo para su recientemente adquirida “independencia de idiotas” ¿verdad? Y como una respuesta que llega cuando nadie la pide, él entró en su campo visual.


Sostenía su copa con dos dedos, tal y como solía hacerlo al remover sus vinos, antes de paladearlos con su experta boca. Parecía que había nacido con dicho artilugio en la mano, no que fuese alcohólico pero Pedro jamás se veía mal sosteniendo una copa. La mano derecha en el bolsillo del pantalón negro, el saco abierto y la camisa desabotonada, lo suficiente para crear el efecto esperado por cualquiera que quisiera disfrutarlo. A simple vista, nadie podría atinar a decir que él tuviese algo malo. Lastima que enamorarse de una fotografía, tuviese el mismo efecto desolador que hacerlo de Pedro. Lastima.


—Tienes que conocer a…


—En realidad, necesito ir al tocador —Cualquier excusa le valía, para recuperar su tranquilidad, su cordura o cómo osen llamarla hoy en día. Ella necesitaba sacarse esa fotografía de la mente, lo necesitaba tanto como concentrarse en el premio de turno, y quizás también como conseguir un bronceado para el verano.


—De acuerdo, no te demores en nada entramos al salón.


Asintió y prácticamente en voladas se dirigió al cuarto de baño, o al que ella esperaba lo fuese. No que importara en realidad, pues jamás llegó a enterarse si la puerta de madera con la pequeña mujer en un recuadro, era o no el cuarto de baño.


—Paula.


Se detuvo y no porque estuviesen diciendo su nombre, cosa que haría a cualquiera volverse y mirar al ejecutor del llamado. No, ella se detuvo por otra razón. La misma que la obligó a sacudir la mano y liberarse del calor de unos dedos que minutos antes, se aferraban a una copa con toda naturalidad.


—Podemos…—Lo miró —. ¿Cómo estas?


—Bien. —Silencio — ¿Tú?


—He tenido mejores días.


—Claro —Pedro se acercó un paso, desviando la vista al piso y luego a su mano que parecía suspendida en el aire en un pedido mudo. —Voy a…


—Ya no trabaja contigo.


—¿Qué?—inquirió confusa.


—Julieta, ya no trabaja contigo.


—No.


Le habría gustado decirle el porque, también le habría gustado contarle el modo en que la había corrido, tal vez incluso reír con el recuerdo. Pero no podía, porque eso no importaba. No importaba, porque a Pedro no le importaba.


—Fue ella —Eso significaba que Javier había abierto la boca, ella asintió sin agregar nada de por medio. —No me lo dijiste. —Paula frunció el ceño, por un instante creyendo que él le reprochaba aquello. — ¿Por qué?


—Porque tenía mis dudas de que tu contestador fuera a darte el mensaje.


—Paula…—En esa ocasión la mano, llegó a rozarla. Se apartó.


—Necesito ir al tocador, si me disculpas.


—Aguarda—Pedro se cruzó frente a ella, impidiéndole avanzar. Alzó el rostro pidiéndole que se quitara, él la ignoró como quien ignora a crio caprichoso. —No lo sabía.


—Me doy cuenta —respondió renuente a seguir por ese rumbo.


—Podrías habérmelo dicho, yo…


—¿En que hubiese cambiado, Pedro? —preguntó, comiéndose su replica. — ¿Acaso eso hubiese evitado que te marcharas?


—No, es que…


—Está bien, sabes, lo entiendo.


—No, no entiendes.


Paula le sonrió, procurando mantener las lágrimas a raya. 


Había llorado por él, porque bien, no iba a negar que su rechazo no le hubiese dolido. Pero eso representaba el pasado y no había motivo de hurgar en la herida, sanaría, como todo en la vida eso también sanaría.


—¿Qué importa? Entenderlo o no, eso no cambia nada.


—Si tan solo me escucharas un segundo…


—Vale ¿Y qué me dirás? ¿Qué lo lamentas? ¿Qué tu intención no era echarme la culpa a mi? ¿Qué en verdad solo ataste cabos y la mejor salida que encontraste fue desaparecer? —No dijo nada —Esto no tiene que ver con Julieta, Pedro —Le palmeó el hombro con tranquilidad —. Y está bien, realmente lo entiendo.


—No está bien…Paula…


—¡Aquí están! ¡Vamos! Esta comenzando— Javier pareció materializarse de la nada y ella agradeció internamente su interrupción.


Los amigos intercambiaron una mirada cargada de significado, pero ninguno abrió la boca. Javier la tomó por el brazo para escoltarla al salón de conferencias, mientras Pedro caminaba a un metro de distancia. Sus ojos en la punta de sus zapatos y el cabello cayéndole en cascadas sobre la frente. De haber deseado dar un aspecto más desolador, seguramente no lo habría conseguido. Pero Paula se obligó a ignorarlo, a esa altura ella podía darse el lujo de tratarlo como se merecía. Después de todo, en verdad se lo merecía ¿cierto?






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