miércoles, 19 de noviembre de 2014

CAPITULO 2




Ella sola se había metido en ese dilema, no tenía sentido resistirse por más tiempo. Aunque en un principio la idea de escribir una historia en conjunto, con el más misterioso y talentoso escritor de los últimos años, la había seducido por completo. En ese instante en lo único que podía pensar, era en abandonar cuanto antes la silla de ese coqueto café. 


Mientras Julieta, su agente, se pavoneaba de un lado a otro con el móvil pegado a la oreja y la agenda electrónica en la mano, Paula preponderaba con mayor entusiasmo la posibilidad de hacerse humo. No había necesidad de conocerlo, no tenía qué, después de todo nadie los obligaba. Pero irse no entraba entre sus opciones, a pesar que él estuviese mortalmente retrasado para su cita. Era un trato descortés, iba a admitirlo, pero en cierta forma se lo perdonaba. Cualquier cosa se le perdonaba al creador de James Alfonso, después de todo era un genio y a un genio cosas como la hora, pueden llegar a pasársele.


Era obvio que Paula admiraba por completo a Sir Rhone, aunque ni siquiera sabía quién era o su nombre real para el caso. Había muchos escritores que preferían mantener el anonimato, utilizando como nombre de publicación a alguno de sus personajes. Y como James Alfonso era el único personaje famoso que él poseía, había optado por presentarse a sus fanáticas como “Sir Alfonso”. Por supuesto que ella era una de las tantas tontas que esperaban con ansias sus publicaciones, pero bien, ella no iba a menospreciarse. Sabía muy bien que ambos habían competido en más de una ocasión, por alcanzar el primer puesto en los best seller, pero Sir Alfonso siempre la superaba. Paula no se molestaba por ello, sabía que él tenía más talento que ella. Incluso a pesar que ella llevaba más tiempo en el negocio que él.


Alfonso tenía tan solo cuatro años publicando, mientras que Paula había utilizado los últimos seis años de su vida soltando libros al mercado y aguardando porque alguno la lanzara a la fama. Y finalmente su recompensa llegó, cuando la primera historia de Charlotte logró tocar el corazón de una gran audiencia. Paula entró entre los más vendidos por primera vez, hacía dos años. Desde entonces siempre tuvo que luchar por mantener una posición, más o menos digna. Algo difícil considerando contra quien competía, nada más y nada menos que con su escritor favorito. Por eso cuando una semana atrás, revisaba ociosamente las críticas de internet, descubrió una curiosa encuesta. El sexto libro de Rhone había sido un éxito, pero varias fanáticas habían quedado disconformes en una sola cuestión. El amor.


James el eterno soltero, aventurero y donjuán había recorrido un largo camino en busca de proteger a su gobierno. Una vez alcanzada su meta, todos se preguntaron lo más obvio ¿Eso es todo? Paula no iba a negar, que su voz también se alzó en demanda. Su personaje favorito, debía tener un verdadero romance. Y por extraño que sonase, incluso más extraño para ella, las fanáticas habían escogido a Charlotte Bourette como la mujer perfecta para James. Por supuesto al leer esto, Paula casi se orina de la euforia. Charlotte ¡Su Charlotte! Había arrasado con la encuesta y ella con las emociones a flor de piel, no tuvo mejor idea que llamar a su agente para darle la noticia. En un principio, aunque se sintió muy halagada por la propuesta que hacían los lectores, ni siquiera le puso marcado interés. Varios opinaban que los escritores, debían emitir un libro en el que los personajes pudieran concretar un romance. Paula supuso que sería hermoso e incluso se había tomado el atrevimiento, de esbozar algunas líneas para compenetrarse con el personaje de James. Pero nunca espero que Julieta, increpara al agente de Alfonso pidiéndole que efectivamente se llevara a cabo aquella locura. Ella nunca había escrito en conjunto con nadie y no se sentía calificada, para discutir ideas con el creador de James.


Por eso estaba a un suspiro de salir corriendo de allí, no tenía que conocerlo, no había razón para echar a perder la hermosa imagen que había forjado de él.


¿Cómo podría ser realmente? Ella en un momento de fantasía, incluso lo había visualizado como al mismísimo James. Pero eso era un tanto irreal, pues James era joven, atractivo hasta cortar el aliento y pertenecía a la ficción. El verdadero Alfonso, debía ser un hombre entrado en edad, pues a ella se le hacía difícil congeniar su persona con un inexperto escritorcillo de sonetos. Debía ser experimentado y seguramente en sus mejores tiempos, había sido un dandi.


 La facilidad con la que describía escenarios, le daba a entender que era un hombre de mundo. De esos que se pasan la vida buscando como saciar su deseo de descubrir la belleza que esconde el más mínimo de los detalles. Sí, Alfonso sin duda estaba fuera de su liga. Ella tenía veinticinco años y aún no había logrado salir de su condado, jamás en su vida visitó la playa y tenía una vaga idea de cómo debían verse las montañas. Nadie podía negar que ella fuese una escritora de imaginación ávida, pues todo su mundo se ve reducido a las imágenes que logra descargar de internet. Un tanto patético, pero Dios que ella si sabía escaparse de aquella realidad.


—Ya no tardan—Le informó Julieta tomando asiento y sin despegarse el teléfono del oído. Paula se preguntaba con quién podría estar hablando, dudaba mucho que fuese con Javier, el agente de Alfonso, pues a él le hablaba en un tono más sosegado. Era como si de alguna forma, Julieta también estuviese buscando razones para justificar la amplia demora de los otros dos. —Porque no pides algo en la barra—Apuntó, sonriendo tan rápidamente que ella casi y pierde de verse sus brillantes dientes.


Julieta normalmente no la relegaba de esa forma, pero en esos momentos estaban bastante atareadas. No solo era su agente, también tenía otro cinco escritores bajo su ala. Sin duda las cosas se le ponían pesadas, cuando se abría “la carrera”. Lo que en la jerga significaba, que los escritores más calificados ponían sus mejores escritos a disposición de los jueces, buscando la tan anhelada nominación al nobel de literatura. Paula no apuntaba tan alto, era consiente que su talento e incluso su imaginación y sus sueños tenían sus límites.


— ¿Te traigo algo?—La otra negó sacudiendo la mano y ella soltó un suspiro poniéndose de pie.


En la barra recorrió con la mirada las distintas botellas en exhibición, pero ninguna logró despertar su sed. A decir verdad tan solo quería un café o quizás diez, por si Alfonso decidía que el “elegantemente tarde” se extendiera por unas horas.


—Bien, hay que buscarlas—Oyó que una voz trémula murmura a sus espaldas.


Paula se volvió ligeramente sobre su hombro, para notar a dos hombres que estudiaban a la concurrencia, deslizando la vista de una punta a la otra de una manera un tanto arrogante. No lograba ver sus rostros, pues estaban de espaldas a ella, pero uno de ellos; el más bajo llevaba un traje de corte italiano impecable. El otro, alto y de cabellos cenizos vestía informal, jeans a la altura de las caderas, camisa negra, zapatos náuticos y extrañamente; no lucia muy interesado por permanecer allí.


— ¿Tenemos qué?—preguntó entonces el alto, con un tono sosegado pero implacable, que por un instante incluso logró estremecerla. Jamás había oído una voz tan profunda y arrolladora, al menos no de tan cerca.


—Vamos Pedro, no te pongas en ese plan. —El así llamado Pedro, se limitó a chasquear la lengua y mientras le dirigía una burlona sonrisa a su compañero, captó por el rabillo del ojo su presencia. La miró por un corto instante y Paula se paralizó bajo el fiero escrutinio de esa mirada azul. Guapo le quedaba corto, ese hombre era asfixiante, pues al verlo ella hasta olvido que debía respirar.


Él parodió una sonrisita, antes de devolverle la atención a su acompañante. Si Paula no se orinó, fue porque aún no había bebido nada.


—Deben estar por aquí.


— ¿Al menos sabes cómo luce la solterona?


— ¿Cómo diantres esperas que lo sepa?—Ella fiel a su curiosidad, no pudo apartar el oído de aquellos dos. 


Mientras que en algún instante el camarero le exigió pedir algo, de alguna forma logró ordenar un café antes de que Pedro respondiese.


—Javier, estoy a un segundo de pegarme la vuelta. —Advirtió aquel demonio de ojos azules, soltando un cansino suspiro.


—Aguarda, la llamare.


— ¿Para qué? Ahórranos a todos el suplicio, no pudimos encontrarlas eso debe de ser una señal. Charlotte y su amargada creadora, no tuvieron el coraje de abandonar su helado y pañuelos descartables. Démonos por bien servidos.


Paula se vio obligada a hacer un alto en ese instante ¿Acaso él había dicho Charlotte? ¿Y qué demonios significaba eso de “amargada creadora”? No podía estar refiriéndose a ella, por más sexy que fuese no tenía derecho a hablar de ese modo. Menos sin siquiera conocerla.


Pedro prometiste comportarte. —Advirtió Javier y fue cuando Paula tuvo un golpe de realidad. Javier era el nombre del agente de Alfonso. Oh no, no podía ser cierto. ¿Ese tipo era Rhone? ¿Ese que podía ser modelo de Playboy y el personaje principal de más de una fantasía erótica? ¡Que la parta un rayo!


—No puedo comportarme, ni James ni yo estamos dispuestos a relacionarnos con viudas negras— ¿¡Viudas negras!? Había oído a la crítica llamarla así, por las extrañas tendencias de Charlotte a ser un tanto fría con los hombres. Pero ese apelativo estaba muy fuera de lugar, en ese punto la cabeza de Paula estaba a un instante de estallar por combustión espontánea. Los miró con los ojos en rendijas, pero ninguno de los dos hombres se volvió en su dirección. —Acéptalo Javier, la solterona no tuvo el coraje…—Y con eso, la fina línea que separaba su cordura de su insensatez, se esfumó.


—Pues déjame decirte amigo, que la solterona a veces reemplaza el helado por el café. —Masculló con la voz al borde de la ira, ellos se giraron al unisonó para verla con la sorpresa escrita en el rostro. Paula aprovechó aquel instante de desconcierto, para fingir una cordial sonrisa. —Mucho gusto, soy Paula Chaves. —dijo, extendiendo una mano en dirección hacia un perplejo Pedro.


Él frunció el ceño y en algún momento, ella escuchó el claro bufido que dejó ir Javier. Pero por alguna extraña razón, le fue imposible apartar la mirada de esos profundos ojos azules.


Pedro no le correspondió el saludo, sino que una vez que se hubo recuperado de la primera impresión le expuso una media sonrisa, paseando con su mirada por toda la longitud de su cuerpo. Paula sintió como sus mejillas ardían frente a ese descarado gesto, pero luego se dijo que solo había sido la ira. Nada más que la ira.

4 comentarios:

  1. Muy buenos capítulos! q manera de encontrarse! comenzaron con el pie izquierdo!

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  2. Qué geniales los 2 caps. Nada afortunados los dichos de Pedro jajajajaja. Empezaron para atrás jajajaja

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  3. Buenísimos los primeros capítulos!!!

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