lunes, 1 de diciembre de 2014

CAPITULO 28




Realidad vs Ficción.


A las nueve en punto de la mañana golpearon su puerta para despertarla, no que fuese necesario tal cosa, ella llevaba despierta desde las cinco o quizás de antes. Había estado pensando y tal vez, también reprochándose un poco a sí misma. Cosa habitual en ella. No se arrepentía de la decisión que había tomado la noche anterior, buena…tal vez un poco sí. Pero a decir verdad no sabía que pensar al respecto. Últimamente todo lo referido a Pedro la confundía sobremanera, pero de algo estaba segura; las cosas no podían permanecer de ese modo. La idea de estar enfrentados en una guerra sin cuartel, le parecía estúpida algo completamente infantil. Ambos eran adultos (al menos en apariencia) y ella la noche anterior había actuado como una adolescente boba y hormonal. Una cuestión bastante tonta, teniendo en cuenta que él no le había propuesto dinamitar el Palacio de Buckingham y ella había huido como si eso efectivamente hubiese pasado. Pedro había sido honesto con respecto a lo que quería y a Paula no le molestaba eso en sí, le fastidiaba que cuando él se la acercaba ella perdía todo control racional sobre su persona.


 No pensaba como debía y actuaba atropelladamente, estúpidamente, uno llegaría a pensar que como alguien enamo…Bien, mejor ni transitar esos caminos. Era lo suficientemente perturbador que ese pensamiento hubiese tocado su mente, como para intentar analizarlo y eso la aterrorizaba, porque sabía que para él no era igual. Pero no por eso debía enfadarse, nadie tenía la culpa de que ambos vieran lo mismo de formas diferentes.



Le había tomado muchas horas de insomnio llegar a esa conclusión, y teniendo en sus manos la botella de Champagne que había pedido a servicio al cuarto, estaba más que decidida a terminar con ese absurdo. Se disculparía por su actitud de niña de preescolar y de alguna forma, esperaría hacer las paces con ese brindis que habían dejado en stand by la noche anterior.


Luego de una ducha rápida y un cambio de ropa relativamente decente, Paula tomó la botella y salió de su cuarto con paso seguro. La habitación de Pedro se encontraba al final del pasillo, a la distancia justa para que ella se replanteara su idea unas diez veces. Tal vez una persona normal solo lo pudiera hacer cinco, pero ella era un tanto obsesiva. Por eso cuando se encontró de pie frente al 38B, tenía alrededor de quince teorías distintas para pegarse la vuelta y olvidar toda esa puesta en escena. Pero no, ella había tomado una decisión, además que el Champagne le había costado sus buenas libras. No que renegara del gasto, pero aún tenía ese lema familiar tatuado en la mente, el mismo que la atacaba en la fila del supermercado “hay que exprimir cada centavo”


Sacudiendo la cabeza y antes de que algún pensamiento impuro volviera a importunarla, Paula llamó a la puerta. Él se demoró su tiempo para atenderla, tanto que ella comenzó a dar repetidos golpecitos en el piso alfombrado. No estaba impaciente ¿Cómo creen? Ese movimiento constante era una pose de yoga, solo que una no muy famosa.


— ¿Si?—Pedro la observó con gesto incierto al encontrársela del otro lado de la puerta, pareció por un instante confundido. Pero su desconcierto fue breve, Paula sonrió tenuemente obligando a su mirada a no apartarse de sus ojos. Una tarea complicada, teniendo en cuenta que su interlocutor no llevaba camisa y que de cintura para abajo, solo lo cubría un pantalón corto de deporte— ¿Paula?


—Hola—Saludó antes de darle la oportunidad de que la despache por idiota bipolar.


—Hola…—Pedro se volvió en un rápido parpadeo y luego se adelantó cubriendo el paso al interior del cuarto. A Paula no le llamo la atención su actitud recelosa, de alguna forma se lo había esperado.


—Sé que esto te parecerá extraño, pero veras estuve pensando y en verdad que ayer me porte muy mal contigo. Yo no quería…ya sabes…no era mi intención…—Las palabras comenzaron a enrollársele en la lengua de manera atropellada y un tanto vergonzosa, para una escritora que se valía de ellas para vivir. Debía decirlo de una vez o todo se le iría irremediablemente al carajo. Tomó una bocanada de aire y procuro calmar sus nervios… ¡Dios! ¿Cuántos años tenía? ¿Trece? —Pedro, lo que te quiero decir es que…


— ¿Pedro por qué tardas tanto?—La puerta se abrió por completo entonces, y unas manos con una excelente manicura de salón, envolvieron el pecho desnudo de él desde su parte trasera.


Paula fue ascendiendo lentamente con la vista por esos brazos, hasta que su mirada termino por colisionar con un rostro femenino, demasiado familiar para ella.


—Oh…—Julieta la miró, su sonrisa podía pasar por avergonzada pero Paula también pudo ver el triunfo que destellaba en sus ojos pardos—Hola Paula—Inicialmente no pudo hablar, su atención iba de Pedro hacia Julieta en cortos lapsos de un silencio asimilador. Se sentía incapaz de hilvanar sus pensamientos con la imagen que tenía frente a su rostro. Por un segundo hasta casi se echa a reír por la ironía del asunto, aunque nada allí invitaba a hacerlo.


—Julieta…—dijo en un susurro, procurando que su voz no se quebrara patéticamente.


—Paula…—Quizás Pedro continuo hablando, a ella no le importó. Lo único en que podía pensar en ese segundo, era en desaparecer de ese hotel y tratar lo humanamente posible de mantener el desayuno en su estómago.


—Yo…disculpen, no quería molestar—Se sorprendió a si misma diciendo.


Paula se volteó sin pensarlo dos veces, la botella en su mano había cobrado un peso descomunal. Pero no la dejó caer, no les daría el gusto de que la vieran afectada o superada por la situación. Aunque la fría sensación que recorría su espalda amenazara con tirar su fachada a pique, ella no sucumbiría a la necesidad de romper en llanto. No lloraría ¿Por qué lo haría? ¿Por qué él había pasado la noche con Julieta? ¿Por qué la había remplazado con una velocidad digna del Guinness? ¿O porque le había hecho caso muy a su pesar y se había buscado otra? No, no iba a llorar. Aunque doliera, aunque no supiera la razón de ese malestar en el pecho. No, por él. Ese puerco vil y traicionero, no lo valía.


— ¡Paula!—Nada, ella no oía nada más que el sonido de su sangre hirviendo por dentro.


Siguió avanzando por el pasillo con pies de plomo y pasos decididamente inciertos. Solo quería alejarse, sentía el corazón retumbando con violencia en su pecho y las lágrimas…«¡Oh malditas y desubicadas lágrimas!» No podía dejarlas rodar por sus mejillas, porque ella podía controlar su cuerpo, podía controlar sus emociones tan contradictorias. Incluso podía pretender que la frustración no la estaba tomando prisionera, podía, pero cuando su mano la detuvo por el brazo…ya no estuvo tan segura de querer hacerlo.


Si esto fuese un libro, esta sería la escena en que la protagonista huye sin un destino aparente y descubre al final del corredor las escaleras, las toma pensando que son su última salvación. Y llegando al piso intermedio, tropieza con sus propios pies y termina con la cabeza rota contra el piso. El protagonista a quien todos odian por haberla llevado a esa situación, hace todo en su poder para salvarla y estando en el hospital esperando noticias, descubre que esta perdidamente enamorado de ella. Le pide a Dios el milagro de que su amada despierte y por supuesto, esto ocurre. Se disculpa, le jura su vida y un poco más. Se casan y viven felices para siempre. ¡Mierda! ¿No son los libros algo hermoso?


Pero la vida real no es así, Paula descubrió eso de la manera dura. Los felices para siempre están muy sobrevalorados últimamente, los felices para siempre fueron inventados para no revelar la verdad de lo que ocurre después. Nadie dice que a los tres años de matrimonio él la engañó, nadie dice que ella subió más de quince kilos antes del primer embarazo. Nadie, nunca nadie revela que él ahora es alcohólico, que ella ve en su mejor amiga algo más que un amiga y que muy probablemente ellos; ya ni comparten la misma cama.


Esa es la hipocresía de los libros y ésta, ésta es la verdad que los escritores nunca quisieron contar.


—Suéltame Pedro—Ella se sacudió el brazo, procurando no volver la vista atrás.


—Espera ¿Quieres?—No le puso atención, Paula comenzó a luchar con la tarjeta que abría la puerta y se sintió estúpida, por no lograr calzarla en la ranura adecuada.


Podía sentirlo a él parado a sus espaldas, podía sentir como la bilis le subía hasta la garganta. Las manos le picaban, quería golpearlo. Quería estrellarle la botella de Champagne en la cabeza. Pero matarlo no le serviría de mucho, luego ella tendría que soportar la cárcel por la simple razón de haber sido crudamente traicionada. ¿Traicionada? Pues sí, Julieta era su agente y un hombre decente no se revuelca con la agente de su colega solo por… ¿Por qué?  ¿Diversión? ¿Qué demonios lo había llevado a ser tan hijo de puta?


La puerta se abrió.


—Lárgate—Le dijo a tiempo que intentaba empujarlo fuera. Pedro le cogió ambas manos y la detuvo con fuerza.


— ¡Detente!


— ¡Muérete! —Paula siguió luchando, nunca antes se había sentido así de idiota. Nunca antes, se había puesto territorial con un hombre. Pero así lo sentía, porque Pedro de alguna forma le pertenecía. O ella había querido creer eso. 


Encontrarlo con una mujer fue demasiado perturbador, aun necesitaba tiempo para asimilarlo. Y para eso tenía que estar sola—Por favor, solo márchate—En esa ocasión su voz fue un leve susurro, al instante las manos de él perdieron fuerza.


—Paula…—Ella miró al piso, no iba a llorar.


El tiempo pareció detenerse en el umbral de su habitación. 


El suave murmullo de la respiración de ambos, prevaleció por sobre cualquier otro sonido. Paula giró las muñecas hasta que su tacto le fue ajeno y dando un paso hacia atrás, le dirigió una sonrisa sin un ápice de humor.


—Sera mejor que regreses, a ella no le gusta esperar. Se pone de mal humor cuando la ignoran.


—No es…—Sacudió una mano para silenciarlo.


—No tienes que decirme nada Pedro, fui en un mal momento y realmente lamento haberlos interrumpido—Lo lamentaba de formas inimaginables, pero no le permitiría saber cuánto. Él frunció el ceño y soltó un suspiro bastante audible.


—Claro ahora hagamos de cuenta que somos personas superadas ¿no?—Paula se encogió de hombros, su expresión tranquila, ilegible. Cualquiera pensaría que se encontraba en un spa—Bien Paula ¡Como sea! No hice nada por lo que tener que sentirme mal…—Ella presionó las manos en puños, pero resistió la urgencia de replicar con una variada lista de adjetivos para ese…hombre—Hice lo que me dijiste.


— ¡Con Julieta!—Eso fue todo lo que se pudo contener, hasta ella tenía sus límites— ¡Te acostaste con Julieta! Eres…no puedo verte siquiera, me repugnas.


— ¿Por qué? ¿Por qué no estoy persiguiéndote? ¿Acaso rompí tu bonita burbuja? Discúlpame quieres, disculpa por no estar rogándote que me miraras, disculpa por seguir de ti. Disculpa por no hacer mi parte en tu historia de amor y mostrarme completamente a tu disposición.


— ¡Eres un idiota! ¡Lárgate de aquí!


— ¡Claro que me voy a ir! Ni por un segundo pienses que tienes algún control sobre mí. Hago lo que se me dé la gana, tú no quisiste ser parte de esto así que supéralo. No soy tu personaje Paula, no hace nada de lo que tú esperas. No puedes controlarlo todo ¿lo ves? ¡Este fue el gran giro en la trama! ¿Qué te parece? ¿Sera que después de esto me puedo reivindicar?


Y sin decir más se dio la vuelta, dejándola en un estado de completo enmudecimiento. Paula observó la puerta cerrada, y una a una las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas. No fue consciente de ello, pues aun las palabras de Pedro seguían clavándose en su pecho como puñales. 


Lo odiaba. Se limpió el rostro con furia, y no, no iba a llorar.

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