miércoles, 3 de diciembre de 2014
CAPITULO 32
Tercera Persona.
—Eso no salió tan mal—Paula sonrió en acuerdo, mientras enlazaba su brazo al de Leo y se encaminaban hacia el auto en el estacionamiento—Creí que vomitarías o algo así.
¿Recuerdas cuando vomitabas en las presentaciones en la escuela?
—No vomitaba—Se defendió malhumorada. A veces le daban náuseas y siempre repetía su discurso tres veces, como un disco rayado… pero no vomitaba.
—Ah no, tú te desmayabas—Paula puso los ojos en blanco, una se olvidaba de desayunar un día en la secundaria y el mal momento la perseguía hasta su tumba. — ¿Y este qué quiere?
Ella siguió la dirección de la mirada de su hermano, para encontrarse con Pedro reposando tranquilamente contra una camioneta negra. No tenía idea como había descubierto el auto de ellos, pero se encontraba de pie justo a un lado del mismo. Leo se puso en modo de ataque y ella sonrió para sus adentros, al verlos más cerca Pedro también se incorporó demostrando que su metro ochenta, valía tanto como el de su hermano. «¡Hombres!»
—Paula—La saludó ignorando por completo a Leo.
— ¿Pasa algo?—Inquirió mientras aferraba con más fuerza el brazo de su hermano. Éste la miró de soslayo y tras un corto enfrentamiento, reculó en su actitud de perro guardián protector de virtudes.
—Pensé que podíamos…—Se detuvo para enviarle una miradita agria a Leo, estaba claro que a Pedro no se le pasaba por alto la pose arrogante que decoraba su lateral izquierdo—…hablar un momento.
—Sí, claro—Aceptó tranquilamente, buscando un lugar más apartado de los ojos verdes que acusaban cada uno de sus movimientos. Pedro se le adelanto en la idea, aparentemente con un plan ya trazado.
—Tal vez yo podría llevarte a tu casa—Ofreció como quien no quiere la cosa, Leo avanzó para mostrar que aún estaba allí y que no la dejaría ir con cualquiera tan fácilmente.
—Yo la llevare, así que no será necesario. Gracias—La tomó de la mano y comenzó a jalarla al auto.
—Aguarda—Le pidió en voz baja, volviéndose para hablar calmadamente con él. —Leo no pasa nada, sé que intentas ser un buen hermano pero es mi colega, no va a matarme y desperdigar mis restos por la carretera. Míralo…—Él le dirigió una fugaz mirada. — ¿Crees que se tomaría todo ese trabajo? —Se encogió de hombros, dando a entender que no lo veía muy probable.
—Flor dijo…
—Flor dice muchas cosas y yo soy una chica grande, dame un poco de crédito—Leo enarcó una ceja confundido, le tenía un miedo de muerte a Flor o quizás el temor se lo inspiraba Fer, fuese lo que fuese no deseaba ir en contra de sus órdenes. —Solo me llevará a casa y si quieres puedes esperarme allí, si se pasa de listo te daré permiso de que patees su trasero. —Sonrió y fue entonces cuando Paula supo que lo había convencido.
—De acuerdo—Aceptó apartándola un poco para enfrentar a Pedro —Mantén tus manos en los bolsillos ¿oíste?—El aludido tenía las manos en los bolsillos en ese momento, por lo que la observación fue un tanto hilarante. Aun así ella hizo acopio de su autocontrol, para no sonreír y quitarle crédito a la amenaza de su hermano. —Te veo en casa, hermanita—Leo besó su mejilla y se alejó a paso lento hacia su carro. Pedro no se movió hasta que él hubo desaparecido de su campo visual.
— ¿Hermanita?—murmuró con un deje de ironía, ella lo observó arrogante.
—Sí ¿Qué pensabas?—No respondió, pero aun así Paula no necesitaba oír lo que pasaba por su cabeza. Sabía muy bien lo que Pedro se había figurado y se sentía orgullosa de por primera vez habérsele adelantado. — ¿Nos vamos?
—Por favor—Con una seña de su mano le apuntó el camino a seguir y en silencio, ambos se subieron al carro que una vez ella supo robar.
Recordando aquel incidente, varias veces se preguntaba ¿Cómo había sido capaz de cometer tremenda locura? Y alguna parte consiente de su mente, pensaba ¿Qué habría ocurrido si él no volvía a hablarle después de eso? No podía contestar dichas preguntas, no podía darse una idea de cómo todos los sucesos entre ellos los habían llevado a ese punto. En donde parecían conocerse pero no respetarse, donde pretendían ser amigos y aparentaban todo lo contrario. Donde ella quería besarlo y al mismo tiempo patearlo, enfadarlo y reírse más tarde rememorando las discusiones. Todo entre ellos era demasiado bizarro, a veces uno llegaría a pensar que de telenovela. Y si bien se encontraban con los clásicos problemas, muchas veces ella terminaba por creer que el final feliz no estaba ni remotamente cerca o siquiera fuese posible. Aun y con todos esos factores, no pensaba detener lo que ocurría. Ya no podía, Pedro le despertaba sentimientos que prefería ignorar y no quería pensar lo que ella hacía en él. Porque la había buscado ¿no? Se había disculpado ¿Eso significaba que también la necesitaba a pesar de todo?
—Cuanto silencio—El sonido de su voz, la obligó a poner pie en tierra.
—Pensaba.
— ¿Puedo saber en qué?—Lo miró, no tenía problemas en decirle la verdad, en ocasiones le contaba cosas que ni en sueños habría planeado. Pero eso era lo bueno de Pedro, no debía planear nada de antemano con él. Las cosas normalmente salían sin filtros, incluso uno llegaría a creer que demasiado puras para el común de las personas.
—En la vez que te robe el auto.
—No es un lindo pensamiento—masculló él pisando el acelerador deliberadamente. Al parecer aun le incomodaba la idea de que ella pudiese lastimar a su preciado Lexus.
— ¿Y cuál sería un lindo pensamiento?—Se volteó lo suficiente para que notara el destello pícaro en sus ojos, pero por el bien de sus mejillas prefirió no ahondar en ese tema. Si podía adivinar el hilo de su razonamiento, diría que Pedro estaba rememorando su encuentro previo a la conferencia—Cerdo…—Aun intentándolo, no pudo evitar que el calor cubriera su rostro.
Era tan adolescente su reacción, que estando así tenía sus dudas de no estar en una parodia de su vida escolar. Ahora solo faltaba que él la llevara a un lugar apartado y comenzara a besuquearla en el auto. El punto alto de la ciudad con un nombre tonto como “la colina de los besos” o “valle el apapacho”.
—Así que…ese es tu hermano—La casualidad se la había dejado en el estacionamiento, para Paula fue más que obvio que Pedro albergaba sus dudas al respecto.
No podía culparlo ella y Leo no tenían similitudes físicas, y nadie en su remota existencia pensaría que Paula es hermana mayor de tremendo individuo. Pero así era, no había mentiras de por medio. Los pocos recuerdos que tenia del padre de Leo, le daban el suficiente respaldo como para decir que su hermano no tenía una pizca de su herencia irlandesa.
—Uno de ellos, sí.
—Parece simpático—Y él parecía el peor mentiroso del mundo, pero ¡Hey! ¿Quién era ella para juzgar?
—Es bueno, simplemente no confía en ti—Pedro se volvió rápidamente en su dirección, como pidiendo una explicación a eso. Paula asintió suavemente pasando de responder, pues ¿Qué sentido tenia echar sal a la herida aun a medio cerrar? Él suspiró regresando su atención a la carretera.
—Creí que me habías disculpado por eso…—Ella frunció el ceño, también fijándose en las casas que dejaban atrás, en los transeúntes en las aceras, en los remotos arboles sin flores. En todo… menos en el hombre a su derecha.
—Yo…—Pero no fue capaz de continuar.
Lo había disculpado o al menos eso creía, en ese instante tan solo quería dejar todo atrás. No pensar en Julieta o en lo que ellos pudieron haber hecho en ese hotel, pero la imagen aún estaba nítida en su mente. Y aunque no quería verlo como una traición, le costaba trabajo no sentir un nudo en la garganta cada vez que pensaba en ello. ¿Acaso una disculpa era suficiente? ¿Acaso siquiera merecía una disculpa? Él no era su novio, él no era nada de ella.
—Paula.
—Ya olvidemos eso, Pedro—Sonrió, pero el gesto le sentó más desalentador que cualquier otra cosa—No hablemos…de eso.
—Pareces molesta.
—No lo estoy—Se apresuró a responder, aunque quizás demasiado pronto.
—Está bien, no lo estás.
—Bueno ¿Y qué esperabas? ¿Pastel y globos? ¡Dios!—Odió su reacción, odió haber dicho eso pero no pudo callarlo. Se cruzó de brazos, obligando a su vista a no abandonar la ventana.
El silencio se levo entre ellos, como la espesa niebla de las mañanas invernales. Había mucho por decir pero ninguno parecía dispuesto, las palabras solo los metían en problemas, las acciones incluso más. Tal vez simplemente no estaban en condiciones de ser amigos, colegas o cualquier otra cosa. Era triste saber que como escritores podían armar un mundo ideal, pero que no eran capaces de alterar nada en el suyo propio. Paula quería perdonarlo, pero se ponía trabas que para ella sonaban lógicas. No sabía lo que quería Pedro, pero estaba casi segura que nada de lo que les ocurría estaba siendo como él lo esperaba.
— ¿Recuerdas que me dijiste que no eras mi personaje?—Él asintió tenuemente, Paula decidió mirarlo. —Si fueses mi personaje, te haría sufrir mucho.
— ¿Por qué?
—Porque me gustaría devolverte el golpe, no sé hacerte sentir al menos una pequeña parte de lo que tu…—Se detuvo antes de terminar de firmar su título en estupidologia.
Por un segundo pensó que no le respondería, pero al cabo de unos minutos él pareció entender algo.
—Si fueses mi personaje, te daría algo de empatía—No le agrado oír eso, pues no se consideraba poco empática. —Y te recordaría la bondad que mi personaje te fue robando capítulo a capítulo. Algo así como un momento de superación, en el que comprendes que eres mejor que yo y que por eso debes apiadarte de mí estupidez.
—Es una pena que no pueda escribir tus líneas, a decir verdad te borraría la arrogancia y te pondría más humildad, tal vez entonces mi personaje estaría dispuesta a pensarse eso de tu estupidez innata. Ah y también quizás te haría rubio—Pedro sonrió a pesar de sí mismo y ella fue incapaz de no copiar ese gesto. Casi y comprendió el propósito de emplear la empatía que él había mencionado.
— ¿Qué tiene de malo mi cabello?—Paula lo miró analizándolo brevemente, también quizás tomándose la libertad de verlo en profundidad después de tanto tiempo de abstinencia.
—No tiene nada de malo—Dijo casualmente, para luego tomar una de sus hebras con confianza—Pero supongo que algunos mechones rubios, te darían personalidad.
—Si vamos al caso, puedo pedir que ya dejes de plancharte tu cabello ¿no?—Paula respingó como si acabaran de pincharle las posaderas con un alfiler.
— ¿Estas demente? Si tan solo lo dejara libre, se cobraría la vida de pájaros indefensos que lo confundirían con un nido.
— ¿No crees que exageras? —Le regaló una media sonrisa, típica de un Don Juan consumado—A mí me gustan tus rizos.
—Serás el único—replicó tratando de pasar por alto el cumplido.
Pedro extendió una mano dejándola caer suavemente sobre la suya. Paula sintió sus dedos cerrándose entorno a su palma y casi por inercia, le devolvió el apretón. Él sonrió cuando notó que le concedía aquel acercamiento, pues tenía que ser honesta, no podía estar molesta con ese hombre mucho tiempo. Era desquiciante, pero sin ese rasgo sería un completo extraño. Así lo había conocido y como una tonta aceptaba que así… le gustaba.
—Este no es el camino a mi casa—Espetó repentinamente, sin reconocer las calles a su alrededor.
—Es que no vamos a tu casa—Lo miró contrariada, él no se dio por enterado.
— ¿Y a dónde vamos?
—A mi casa.
— ¿Por qué?
—Porque tenemos que hablar—Con el ceño fruncido apretó aún más la mano de Pedro, logrando que le diera su atención al instante—No te preocupes, mantendré mis manos en los bolsillos.
Ella soltó una breve carcajada, por extraño que sonase eso había sido lo último en lo que había pensado. No sabía cómo reaccionar frente aquel razonamiento y como pocas veces le ocurría, decidió que era lo mejor. ¿Cuántas veces se había detenido a pensar y terminaba echando todo a perder? Si realmente actuara como un personaje, ese sería el momento preciso en que debía mandar todo al diablo y esperar que producto de un milagro o la mano amiga del escritor, las cosas para variar le salieran bien. Y si no siempre podía, cambiarse el nombre e iniciar una vida nueva bajo el mar.
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