miércoles, 3 de diciembre de 2014
CAPITULO 33
Si bien la casa de Pedro no era extraña para ella, aun entrar en ese lugar le sentaba un tanto raro. No había grandes recuerdo allí, tan solo esa vez que se dio a la fuga con el Lexus y tal como él había dicho antes, no era un lindo momento para traer a colación. Se encontraba en su cocina, esperando que su anfitrión decidiera que le ofrecía para tomar. No habían hecho un tour o recorrido las distintas alas de esa enorme casota, contando anécdotas de la infancia o viendo fotos en las paredes. Él no había crecido allí y hasta donde ella sabía, el padre de Pedro vivía en la otra punta de la ciudad y todo ese sitio estaba tan vacío como su despensa en época de poca inspiración. Paula no veía el propósito de tener tanto espacio en desuso, pero estaba casi segura que ese era razonamiento de gente rica y por supuesto era algo que escapaba a alguien con sus ingresos anuales.
— ¿Quieres vino?
— ¿No es temprano para vino?— «¿Y demasiado sugerente?» Pensó esa pregunta, pero el pequeño sector neuronal que aun funcionaba en su cráneo la persuadió de soltarlo así sin más.
—Nunca pensé que existían horarios—Reflexionó él pasándose una mano por la nuca, como si realmente aquello lo sorprendiera.
—No esperaría menos de un catador de vinos—Pedro le regaló una radiante sonrisa, antes de acercarse a ella y tomarla por la muñeca repentinamente.
—Ven conmigo.
— ¿A dónde?—La miró por sobre el hombro mostrándose misterioso.
—Ya verás.
Y sin decir más la guió por un escueto pasillo que terminaba frente a una poca iluminada, puerta de madera. Paula aguardó a que él abriera, comenzándose a sentir verdaderamente curiosa al respecto.
— ¿Vas a mostrarme tu colección de muñecas inflables?—Pedro soltó una carcajada fresca, sin un ápice de la común ironía o burla.
—Entra—Ella intentó espiar a través de la barrera de su cuerpo, pero no logró ver mucho del interior. La oscuridad del pasillo, se extendía a ese cuarto también y por un segundo casi pequeñito, se pensó mejor la posibilidad de que Pedro decidiera solucionar todo cortándola en pedacitos. Sacudió la cabeza, casi sorprendiéndose del rumbo que toman los pensamientos de uno, cuando se encuentra frente algo nuevo y oscuro.
— ¿Sabías que el miedo es una respuesta sensible a una situación desconocida? —Él se giró para ofrecerle la más confundida, pero hermosa mirada que ella pudiese esperar de alguien. —Olvídalo—dijo admirando su rostro en las penumbras.
Pedro tenía defectos, Dios sabía que eso era cierto pero cortar a la gente en pedacitos no parecía ser uno de ellos. Paula lo siguió aferrándose a su camisa y entonces notó que debía bajar unas escaleras. La estaba llevando a un sótano.
—Aguarda aquí—Él se le escapó antes de que pudiera pensar algo ingenioso que replicar y para cuando su vista comenzaba a acostumbrarse, las luces en el techo ¿o seria el piso? Bueno en fin, comenzaron a parpadear hasta iluminar el sótano de punta a punta. — ¡Helo aquí!
Ella abrió los ojos como plato, repasando cada esquina elegantemente decorada, con los centenares de botellas acomodadas en precisa concordancia una con otra.
—Este sería el paraíso de mi tío Carlos.
—Por esto compre esta casa, era el lugar perfecto para colocar cada uno de mis vinos como se merecían.
—Podrías embriagar a medio Londres con todo lo que tienes aquí—Él se encogió de hombros, emulando por primera vez un gesto honestamente humilde. Ella no se lo podía creer, porque ni siquiera relatándolo con sus propias palabras, habría sido capaz de mostrar correctamente esa parte de Pedro.
—La mayoría fueron regalos y no sé cómo… todo se convirtió en un verdadero reto para mí, tengo vinos de casi todas las épocas. Y algunos de los que vez aquí…—Abrió unas pequeñas puertas de madera a su derecha—Tienen más historias que cualquiera que los haya tocado.
Paula observó las botellas con la misma admiración que decoraba el timbre de Pedro, y sintiendo algo de confianza comenzó a trazas con su índice líneas sobre las etiquetas que la rodeaban por todos los flancos.
—Me gusta…—susurró siguiendo un caminito imaginario, hasta que terminó por toparse con algo que llamó su atención— ¿Esta fecha que significa?—Pedro se aproximó para ver lo que le señalaba y tomó el vino de la pequeña bodega para mirarlo.
—Es el año de cosecha. —Le informó, tras quitarle algo de tierra propia del encierro. —1986…
—Ese quiero beber—Espetó con la decisión ya tomada, pero entonces reparó en que quizás era un vino que él no deseaba abrir, después de todo era parte de una colección.
— ¿Podemos?—preguntó algo avergonzada.
—Sí, claro que podemos—Paula sonrió alegremente y él volvió a tomarla de la mano haciendo que un escalofrió corriera por todo el largo de su brazo, como si acabara de soplarle la nuca o susurrado su nombre al oído. Y aunque nada de eso había ocurrido, la sensación estaba allí presente, aun erizándole cada vello del cuerpo.
Por un miserable instante, la idea de solo sentir el calor de su tacto la embriagó. Le gustaba y le desagradaba en dosis similares ponerse de esa forma, pero las malditas palpitaciones de su corazón no querían hacer nada para solucionar su situación. Su presencia la alteraba de formas que no debería y el placer que sentía al pensar en cada uno de sus besos, despertaba como un monstruo dispuesto a devorarse toda su calma. Ya no estaba segura de que aquello fuese tan buena idea, ya no estaba segura de porque repentinamente solo podía pensar en poner algo de distancia.
De regreso en la cocina, ella había adoptado una posición más cautelosa y podía jurar que Pedro había notado aquello. Le entregó la copa sin decir nada y ella bebió incapaz de dirimir un sabor en medio del caos que se desataba en su interior.
Jamás había sabido como relatar esos momentos, aquellos que parecen ser decisivos entre los personajes. Cuando verdaderamente se notan, más allá de sus diferencias, más allá de los sentimientos y solo son ellos como seres humanos corrientes. Desprovistos de armas o argumentos de los cuales valerse, cuando cada frase ya parece haber perdido cualquier significado y todo se reduce a un encuentro de miradas, a una sonrisa o a cada detalle que hasta entonces nunca importó.
—Tal vez…—Y allí estaba, la pequeña conexión tan anhelada.
Pedro la observó esperando a que dijera algo, pero Paula sacudió la cabeza encontrándose en blanco. Quería decirle que mejor se marchaba, que lo perdonaba por todo y que estaba dispuesta a reanudar su amistad. Pero no lo hizo.
—No quiero que te vayas aun—Él leyó sus intenciones en sus ojos y antes de que pudiera responderle, caminó la distancia que los separaban y colocando la frente contra la suya le susurró—: Aun no…
—Pedro…—Pero él selló sus labios imposibilitándole seguir aquella línea de protesta.Paula intentó resistir la urgencia de responder a su demandante beso, pero finalmente terminó por fracasar y dejando ir un suspiró, enlazó sus brazos alrededor de su cuello para permitirse degustar el momento.
Él la tomó por la cintura en un intento de acoplar su altura a la propia, Paula se puso de puntillas incapaz de romper el contacto de sus bocas y Pedro deslizo sus manos inocentemente, hasta terminar su viaje en la curvatura de su trasero. Él la alzó en vilo subiéndola a la encimera y ella sonrió cuando su cuerpo golpeó algo que termino por estrellarse contra el piso. Ninguno puso marcada atención a lo que ocurría más allá de ellos mismos, las manos de Pedro jugaban por sus pantorrillas mientras su boca paseaba por su cuello y de regreso a sus labios, bebiendo de ellos hasta la última gota de vacilación.Paula hundió las manos en su cabello, deteniéndolo el tiempo suficiente para saciar sus propios apetitos. Delineó los contornos de su rostro palmo a palmo, como si esperara grabar con su boca cada expresión suya y lo escuchó gruñir cuando esquivo uno de sus besos. Pero no pensó en mucho más, había perdido la capacidad de decidir qué camino tomarían las cosas. Y por esa vez le permitió al destino jugar su carta.
Un escritor relataría la escena centrándose en lo que cada uno de los personajes siente. Pero ¿Cómo hablar de un sentimiento que es más piel que otra cosa? ¿Cómo decir que sus caricias prendían fuego cada parte que tocaban? ¿Sería eso incluso suficiente? ¿Sentiría el que lee la pasión que dos cuerpos despiertan? ¿La compartiría?
Pedro no solo la estaba besando, la estaba animando a dejar sus inhibiciones a un lado. Ella no solo lo acariciaba, le estaba demostrando que la confianza podía ganarse. Y más allá de eso que no se decían, estaba lo demás. Los besos pausados en la tráquea, la suave caricia que se colaba por el bajo de su vestido como un investigador silencioso. Las manos ansiosas que buscaban liberar un botón o romperlo de ser necesario, la presión de un cuerpo contra otro, la necesidad y la urgencia de mandar al último pensamiento coherente a unas largas vacaciones.
—Vamos arriba—Paula asintió y ayudada por él descendió de la encimera, con las ropas a medio sacar o a medio poner, dependiendo de cómo se lo mire. Se dejó abrazar por su colega y con una pequeña sonrisa, enlazó el brazo alrededor de su cintura para encaminarse juntos por las escaleras.
Si fueran sus personajes, este sería el momento en que les otorgaría su instante de privacidad. «¡Sí, ya!»
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