miércoles, 10 de diciembre de 2014

CAPITULO 48





Las tres I


«Ella mantuvo la cabeza reposada sobre su pecho, el aroma de su cabellera inundaba sus fosas nasales, como una fresca fragancia primaveral. No importaban las circunstancias, por alguna razón se sentía agradecido de que finalmente se rindiera a ese momento, juntos.


Deponer las armas, así era el modo en que comenzaron a llamarlo. Parecía un juego para ambos.


Ayúdame y te ayudaré, traicióname y olvídate de tu existencia, bésame y perderás la conciencia. Tan infantil y tan genuinamente adulto a veces.


James se preguntaba por qué todo siempre era tan complicado con Charley, divertido pero endemoniadamente complicado. Tanto que en ocasiones sentía el impulso de meterle un calcetín en la boca y esperar a que ella captara la indirecta. No, no es que la quisiera sumisa todo el tiempo, sabía que eso era imposible. Pero ¿Era mucho que pedir algo de paz?


Habiendo resuelto su pasado, habiendo dejado atrás aquel asesinato que marcaba su futuro de un modo tan turbio—una marca que ella no merecía cargar—habiendo logrado eso, debería ser capaz de ahuyentar hasta el último de sus fantasmas y solo disfrutar el momento ¿verdad?


Pero no lo hacía por completo, ella no estaba presente en ese abrazo. Y aunque su cuerpo permanecía pegado al suyo, el calor que normalmente vendría acompañado de dicho contacto, parecía más bien vacio. Distante, solitario, frío, sobre todo frío.


—¿Qué va mal?


Ella negó sin despegar el rostro de su camisa, James acarició su cabello y sacando fuerzas de un deseo marchito, la apartó.


—Mírame, Charlotte ¿Qué pasa contigo?—Alzó la mirada casi mostrándose avergonzada, casi era la palabra clave en esa oración. —¿Aun tienes miedo?


Estúpido de él por pensar que estaba asustada, una mujer como ella no experimentaba miedo, lo inspiraba o caso contrario lo producía.


—James…—Siempre que pronunciaba su nombre, se humedecía los rojos labios de una forma seductora. A decir verdad, siempre que pronunciaba el nombre de cualquiera de género masculino, lo seguía dicha acción. No es que él no lo hubiese notado antes, pero esa vez le fue incluso un tanto más evidente.


—Estamos bien ¿verdad, Charley?


—Siempre estaré en deuda contigo, lo que hiciste por mi…—Bajó la vista un instante. Creadora de suspenso y de escenas perfectas hasta el final, debía aplaudirle aquello. —Me has regresado mi libertad.


—Nunca perdiste tu libertad, solo perdiste la estima de los que te rodeaban. Pero prometí solucionarlo, prometí hallar al culpable y lo hice.


—Cierto.


—¿Entonces?—Debía haber una razón por la cual ella había retrocedido tres pasos, desde que él la hubiera soltado minutos antes.


—Estoy feliz, James. —Una genuina sonrisa surcó su hermoso rostro y parte del peso en sus hombros remitió. Un peso que hasta el momento de esa sonrisa, él ni siquiera era consiente de estar cargando.


Se acercó tomándola por la cintura, ella se perfiló para besarlo pero él prefirió retenerla por la barbilla y observarla. Sus gestos calculados, sus ojos seductores y su sonrisa aniñada, a la vez traviesa, a la vez desafiante. Todo ella era una delicia, Charlotte no tenía más defectos que el ser un alma dolida. Tan golpeada por la vida y los desgraciados, que en cierta forma hasta inspiraba nostalgia.


—Entonces yo soy feliz con tu felicidad.


—No tienes que ser feliz con mi felicidad, tienes que buscar la tuya propia.


—Tienes una lengua de víbora ¿Lo sabes?—Ella enarcó una ceja.


—Creo que lo he oído antes. —James la besó, sin importarle nada la conversación. Y por un eterno y glorioso momento, eso fue lo único que ambos se permitieron disfrutar.


Que cortos, que tontos e inútiles son los lapsos de felicidad.


La felicidad no debería existir, es mejor vivir la miseria. Pues es estúpido dedicar una vida a un sentimiento que se evoca, en aquellos instantes en que menos eres consiente de que se te será arrebatada.


—Debo irme.


Palabras que no significarían nada cualquier otro día, pero allí algo volvía a estar fuera de contexto.


—¿Irte?—inquirió algo renuente a perder su resquicio de gloria. —¿Cuándo regresas? —Entonces lo patético hace acto de aparición, haciendo a uno lucir mas estúpido que de costumbre y piensas ¿Realmente no lo entiende? ¿O le gusta alargar la agonía?


—Lo siento, James.


—¿Qué sientes?—Le gusta alargar la agonía.


—Sabías que esto no sería para siempre. —Ella se desenredó de su abrazo ¿Por qué el vacio era ahora más doloroso que frío?


—¿Esto? —Y la búsqueda por el más idiota agonizante, parece ser algo inacabable.


—Me devolviste mi libertad.


—No, Charlotte. No te devolví absolutamente nada…—Ira—Resolví el caso, lo que pasa entre nosotros, no tiene nada que ver…—Negación.


—Siempre tuvo que ver. —Compasión. —Y por eso te reservo un lugar en mi alma


—Pero…no puedes huir, no puedes sacarme de un hoyo y hundirme en otro mas profundo. —Desesperación. —¡Dime! ¿Qué demonios pretendes con eso? ¿Acaso te excita o te divierte que te ruegue? No voy a seguir de este modo, ya no.


—No quiero que lo hagas. En realidad, no pretendo tal cosa de ti. Hasta el momento ha sido fascinante, esto, nosotros…pero es mejor…


—¿Arruinarlo antes de que duela?—Lo miró con una imperceptible vacilación en sus ojos.


—Así es.


—Perfecto, entonces. Lo has arruinado. Desde el mismo momento en que cruzaste esa puerta, lo supe. Echarías mi vida a perder y yo iría gustoso detrás de ti ¡Que estúpido he sido!


—¡Verdaderamente estúpido! —Reclamó, como si parte de ella estuviese ofendida por sus palabras.


—Pude haberte dado todo lo que merecías, sabes que me entregaría en cuerpo y alma…


—No necesito tu alma, James. No necesito nada de nadie, el problema es que te empeñas en intentar arreglarme. —Alzó los brazos. —¡Mírame! Soy malditamente perfecta, no hay nada que puedas hacer por mí.


—No, no hay nada. Hace mucho tiempo que no eres más que un recipiente, sin contenido.


—Pero me amas.


—El amor se pasa.


—No el que sientes por mí.


—Te matare en mi corazón.


—No puedes —Él se dio la vuelta, ignorando en vano su presencia—.Yo tengo tu corazón.


—Pues mejor aun—respondió lacónico—. Sera tu responsabilidad de ahora en adelante.


—No deseo tu amor.


—Y yo no deseo amarte, al parecer ambos tenemos que lidiar con lo que nos toca.


—James…


—Los gastos del caso, corren por mi cuenta. No debes pagarme nada, ha sido un placer conocerte. Si me disculpas…—Le envió una mirada de reojo a la puerta, aun así ella no se movió.


—Escúchame.


—¿Con qué propósito? Hay cosas que es mejor ignorarlas, ya sabes…duele menos cuando están ausentes.


—¿Eso es lo que quieres? ¿Ausencia?


—Es lo único que pido a cambio.


El viento de la puerta al azotarse, se arremolino a través de los papeles que descansaban en su escritorio. James tomó una nueva carpeta, otro caso de desapariciones o muerte sin resolver lo esperaba, pero aquella vez las ansias de atrapar al culpable no surgieron al instante. En cambio se permitió fantasear con otro posible final.


Lo intentó con vehemencia, hasta que comprendió que con ella el final siempre se dirigía al mismo sitio. Un abismo. Y en esa ocasión, no se sentía lo suficientemente fuerte como para brincar una vez mas. Los últimos saltos lo habían cansado y la ultima caída había sido la mas dura ¿Para qué seguir causándose heridas? Primero debería dejar que la sangre mermara en todo su ser, entonces quizás el siguiente golpe lo sentiría menos o acabaría por matarlo. Al caso era lo mismo, aunque quizás, quizás se merecía la agonía previa al deceso. Eso es algo en lo que seguramente, ambos habrían estado de acuerdo. »







No sabía si reír o llorar, no, definitivamente allí estaban las lágrimas. Sin duda alguna, esto se iba por el camino acuoso. Paula presionó los papeles que sostenía entre sus manos y tomando un suspiro, volvió a revisarlos. No había posibilidades de error, esa era la letra de 
Pedro. Por desgracia, tampoco podía negar que el final para la historia que le había enviado, era un mensaje directo para ella. Algo como “quiero distancia”. Y si el contenido de la carta no fuese suficientemente claro, el remitente desde donde la enviaba no daba pie a discusiones.


—¿Y bien?—Ella alzó la vista lentamente y la sonrisa que llevaba Leo, se extinguió en su propio nacimiento. —¿Tan mal?


—Peor que mal—Él suspiró dejándose caer a los pies de su cama.


—Pensé que la carta traía buenas noticias.


Paula no respondió, no podía negar que cuando Leo llegó con su correspondencia y le enseñó una carta de Pedro, parte de ella también se llenó de esperanza. Infundadas, por supuesto, pues él no le hablaba desde hacia una semana. En teoría no parecía tanto tiempo, en la práctica parecía una eternidad. Luego de aquella, poco comprensible discusión en la que ella no había tenido ni oportunidad de abrir la boca, Pedro había literalmente desaparecido. Desde ese día hasta dos horas atrás, ella se había puesto en la tarea de localizarlo. Llamadas telefónicas no respondidas, emails ignorados, visitas a su casa, su estudio y a la casa de Pablo, que también terminaron por ser callejones sin salidas.


Él nunca regresó luego de su pequeño ultimátum, y ella resignada había telefoneado a Flor para que la recogiera. 


Pensaba que si le daba la posibilidad de calmarse, podrían hablar como seres civilizados. Después de todo, no era la primera vez que Pedro decidía ignorarla. Paula aun tenía fresco el recuerdo de la vez que le había robado el auto. Él sólo regresó cuando ella vio todas sus posibilidades muertas, pero en esa ocasión las cosas eran diferentes. Ella no podía explicar lo ocurrido en un maldito mensaje en su buzón de voz, tampoco le parecía correcto hacerlo por email. ¿Pero cuáles eran sus alternativas? Él le estaba aplicando su famosa ley del hielo. Y era tan estresante, tan infantil e inmaduro que ella realmente quería mandarlo al diablo.


Pero no iba a hacerlo, porque ante los ojos de Pedro, Paula había cometido un error. A pesar de que ese error fuese tan estúpido, como intentar proteger a su hermano.


—Lo siento mucho, Paula, todo esto es mi culpa.


—No importa—Aunque sí importaba, por más que ella quisiera convencerse de lo contrario.


Leo no había actuado con malicia, sus intenciones no habían sido impulsadas por el deseo de echar a perder su relación o la carrera de su colega. Y ella no veía una razón por la cual él debiera disculparse. Pedro no quería escucharla, si le diera la oportunidad de explicarse quizás las cosas no tendrían ese color tan oscuro. Aun así sobre su cama, tenía las hojas garabateadas por su propio puño en donde claramente le pedía que lo dejara en paz. No había mensajes subliminales, Pedro había sido concreto y conciso. ¿Tenía caso seguir intentando contactarse con él?


—Es que no entiendo como las fotos llegaron a esa revista. Me crees ¿verdad?


—Sabes que sí, cariño.


Él se veía tan frustrado como ella, quizás el hecho de no tener respuestas era lo que la hacía sentir fuera de sí. 


Porque eso significaba que al presentarse ante Pedro, tampoco tendría nada con que respaldar la palabra de Leo. 


Por supuesto que ella creía en su hermano, pero Pedro no sería tan indulgente. Hasta la fecha, le llamaba la atención que no les hubiese puesto una demanda. Tal vez parte él, también estaba esperando que alguien echara algo de luz en esa maldita tormenta.


Pero Paula estaba tan ensimismada ante la negativa de su “novio” que ya no le veía propósito a buscar un culpable. 


¿Con qué objeto? ¿A Pedro le importaría que fuese o no ella culpable? ¿Tener a quién apuntarle con el dedo, cambiaria el hecho de que una vez mas él prefería tenerla como primera sospechosa? No, no lo haría.


Entonces ¿Para qué molestarse? Ahora restaba terminar de escribir ese estúpido libro, entregarlo a los editores y callar para siempre todo eso que habían compartido. Que para el caso, no había sido mucho ¿cierto?


Sólo una persona verdaderamente masoquista, buscaría arrastrarse ante un ser vil y cruel que no confía en ella. Y ella no sería la estúpida en esa escena.


—Voy a preparar algo de té—Leo se puso de pie y lentamente salió de la habitación.


Paula se echó las mantas sobre la cabeza, pateando a un lado el manuscrito de Pedro. Él y esa estúpida novela podían irse al diablo. Mañana la terminaría, mañana le agregaría algunos párrafos mas desoladores que los de él, mañana haría evidente en su libro que el amor era una mierda. Y que sentirse enamorado, era lo peor de los tormentos. Después de todo, no había nada malo en reflejar algo de realidad. Si Pedro pensaba que podía desintegrar su relación en tres hojas, ella le iba a enseñar que podía desintegrar su falso amor en tres líneas.


—Tock, tock…—Nada la haría emerger de su capullo de mantas, ni siquiera esa voz tan irritante. —Paula…tu hermano me dejó entrar. —Leo merecía la horca por eso. 


—Sé que estás un poco susceptible, así que seré rápida. —Esa era una frase cantada. —Tengo tu agenda electrónica aquí, ya te organicé todo tu programa para que lo único que tengas que hacer, es asistir.


—Genial—masculló aun sin mostrar la cara.


—Estuve hablando con Javier, él dijo que se pondría en contacto con Pedro.


—No será necesario. Ya me envió su parte.


—¡Oh! ¿En serio?—¿Podía ser que ella sonara un tanto burlona?—O sea que ustedes dos ya están hablando…


—No, solo me envió su parte—No quería darle explicaciones ¿Por qué no se largaba de una buena vez?


—Ok…mira cielo, comprendo que en este momento te sientas desdichada. Y sí, Pedro es un hombre entre pocos…—Se descubrió la cabeza y la fulminó con la mirada.


—No necesito oír esto de ti, mañana te enviaré el capítulo terminado. Ahora me gustaría estar sola. —Julieta sonrió, tratando de no mostrarse afectada por lo cortante de su tono.


—Está bien—Se alisó una arruga imaginaria de su falda—Aun es demasiado pronto, pero veras que en unos meses nos reiremos juntas de esta tontería.


Sabrá Dios a lo que ella llama tontería ¿Acaso compartir a un mismo hombre entraba en la categoría? No podía asegurarlo, los confines de la mente de una arpía escapaban de su conocimiento.


—Bien, adiós.


Julieta abrió la puerta y antes de tener que apreciar el movimiento detallado de su culo de pasarela, Paula volvió a echarse la manta sobre la cabeza. No era nada positivo que esa zorra la hubiese visto de ese modo, toda sufrida y acongojada por Pedro. Porque ¡Vamos! Es Pedro, debía recordarse que era un hombre insufrible, odioso, maleducado y un…excelente cocinero, amante, amigo.


—¡Demonios!


Sacudió la cabeza y evitó seguir pensando, salió de su cama dispuesta a olvidar cualquier cosa relacionada con su vida amorosa. La cual, dicho sea de paso, estaba comenzando a caducar. No podía lamentarse eternamente, ni tampoco podía rogarle a un hombre. O sea ¿En que momento los roles se invirtieron? ¿Acaso no era el hombre el que volvía desolado y perdidamente enamorado a pedir una segunda oportunidad? ¿Es que su romance era tan poco común que ni siquiera en eso irían con la corriente?


Tomó las hojas que descansaban en el piso y las acomodó tranquilamente, luego las dejó sobre su cómoda y se observó en el espejo. Su reflejo era triste. No que tuviera lapsos de descomunal belleza, pero lo que veía en ese instante era lamentable. Se sonrió así misma y masajeó sus parpadas, tras un largo momento de silencio, volvió a la acción. Cogió la agenda electrónica, preguntándose que tantas basuras le habría programado Julieta.


Lecturas, presentaciones, visitas a librerías, nada fuera de lo usual eso no la emocionó ni un poquito. Habría sido súper, poder hacer aquello con Pedro. Pero… ¡No! Nada de PedroPedro era pasado, Pedro estaba muerto. Bueno, vale, un tanto extremista. No muerto, pero definitivamente era agua de otro caudal.


—Uh…esa es una buena analogía. —Abrió la aplicación para escribir, pero como era propio de ella y la tecnología, tocó todos los botones hasta que hubo encontrado una hoja en blanco. Lo que más le llamó la atención fue que era una hoja de email y no el bloc de notas en donde acostumbraba a plasmar ideas espontaneas.


Frunció el ceño y revisó el aparato con mayor detenimiento, ni siquiera recordaba que se podía acceder a su cuenta de mails desde la agenda. Pero vagamente a su mente se asomó aquel día en que paso horas configurando esa porquería, fue la emoción del momento pero luego lo relegó por completo.


Se mordió el labio, dubitativa, observó la pantalla en donde le pedían un remitente y lentamente la presión de sus dientes aumentó. Algo…


—¡Leo! —Paula no esperó respuesta, fue hasta la cocina aun viendo su casilla de emails en la pequeña pantalla. —¡¡Leo!!


—¿Qué?—Él parecía un tanto intranquilo por su apresurada entrada. —¿Estas bien? ¿Qué pasa?


—Dijiste que…—Una mirada rápida a la pantalla, las cosas simplemente eran de no creerse. —Tu dijiste que las fotos, me las mandaste a mi…


—A tu email…—Completó él, al notar que Paula parecía eclipsada por el aparato que llevaba en sus manos. —¿Qué va mal?


—¿Me las mandaste a mi email?—inquirió, sin mirarlo.


—Sí, ya te lo dije. Era una broma…


—¿Qué fue lo que pusiste en el mensaje?—Leo se detuvo a pensar un momento, después de todo había pasado un tiempo desde aquel día.


—Pues…que si no te comportabas con tu amiguito, le enviaría las fotos a mamá.


—¡Oh por Dios! —Paula se pegó la vuelta y con la cara encendida en rabia, salió de la cocina.


—No entiendo nada ¿Qué ocurre?—Por cada paso que daba detrás de ella, sus ideas cobraban distintas y mas retorcidas direcciones. —¿Paula?


—¡Fue ella!—Con un ademan apuntó la puerta cerrada. 


Leo siguió el movimiento de su mano y luego regresó la vista hacia su hermana.


—¿Ella? ¿De qué demonios hablas?


—Ella…—Paula sacudió un puño en el aire, como si no pudiera terminar de digerir sus propias palabras. —Vio tu mail antes que yo, imprimió las fotos y las vendió. Las vio a través de esto…—Alzó su agenda frente a sus ojos. —¡Esa puta! ¡Maldita puta resentida! ¡¡Golfa arrastrada!!


—¿Hablas de Julieta?—Ella le ofreció una mirada agria.


—No, Leo, hablo de miss universo.


—Vale, eso no era necesario.


—¡Lo que no es necesario es esta conversación! —Fue su turno de fruncir el ceño.


—¿Qué tienes en mente?—Paula sonrió de medio lado, una chispa poco usual pareció encender sus ojos chocolate.


—Lo que tengo en mente, es patear un culo esquelético hasta dejarle tatuado mi talle de zapato ¿Te apuntas?


—¿No es eso ilegal?


—Lo que ella hizo es doblemente ilegal—Leo asintió ligeramente en acuerdo, mientras la puerta de entrada se abría de un golpe repentino.


—¿Mis oídos pitaron o acabo de oír que patearían un trasero?


—Flor, esto puede llevarnos a la cárcel. —Su amiga sonrió con regocijo.


—Me importa una mierda ¿A quién apalearemos?


—A su agente—respondió Leo, dispuesto a afrontar la cárcel o lo que fuera por la felicidad de su hermana. Paula le guiñó un ojo sabiendo que él la seguiría sin importar qué.


—¡Entonces iré a ponerme un sostén!


—¡No!—La detuvo Paula, con vos firme. —Es una causa feminista, sin sostén.


—Sin sostén, será. —Accedió Flor, mientras le lanzaba una chaqueta a su hermana para salir.


—Ustedes están locas. —murmuró medio en broma, logrando que ambas le sonrieran maliciosamente.


—No tienes idea.


Y sin decir mas, los tres se dispusieron a solucionar una de las tantas fallas en la vida de Paula. Primera parada, deshacerse de la zorra traicionera, segunda parada encontrar a su hombre y hacerlo entrar en razón. Sin duda alguna, esa sería una semana ajetreada para ella.

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