miércoles, 10 de diciembre de 2014

CAPITULO 49





3 Meses después.


Las campanas retumbaban en todas partes, la gente sonreía, ella se veía hermosa, él resplandecía y las campanas seguían retumbando. ¿Cuántas campanas eran las adecuadas? ¿Es que acaso alguien iba a detenerlas? 


Una por cada año juntos, una por cada pelea, esto debía de ser una broma…


Despertó.


—¿Qué mierda?—gruñó de forma poco femenina, cuando hubo conectado el teléfono a su oído. Campanas, que ironía.


—Bonita forma de responder.


—¿Qué hora es?


—Hora de sacar el trasero de la cama. —Paula se volvió para observar el reloj en su cómoda, eran las siete de la mañana. Las siete, en un puto sábado. Esto no tenía perdón de Dios.


—Muérete.


—Venga Paula, esto es importante. —Ella movió los labios, insultándolo de todas las formas que mejor se sabía, pero obviamente sin emitir sonido.


—En diez minutos—intentó negociar.


—Busca tu correspondencia, ahora. —Órdenes, solo sabía dar órdenes. —Y llévame contigo.


Se embutió en sus pantuflas y se echó la bata más descolorida que halló a los pies de su cama. No había ninguna fuerza que la hiciera moverse mas rápido, pero ya se había levantado así que por el bien de la paz mundial, haría lo que pedía. Comenzó a ojear las cartas ociosamente.


—¿Por qué supervisas mi correo? ¿Acaso planeas pagar mi renta?


—Sigue buscando—Se limitó a responder él, con una leve nota de humor en su voz.


Paula continuó pasando los sobres, buscando algo que fuera remotamente de importancia. Si tenía segundo vencimiento, eso quería decir que podía esperar al menos un mes mas.


—Mm… ¿Ahora fumigas termitas?


—Muy graciosa.


—¿Así que la de las termitas no es tuya?—Él se mantuvo en silencio. Y fue en ese momento en que sus ojos se toparon con una carta poco usual, tal vez era su consistencia o tal vez ese algo que te advierte cuando has dado en la diana. 


Sea lo que fuese, ella tuvo que hacer un alto y detallarlo con la mirada.


El sobre era blanco y un poco más grande que sus compañeras “cuentas”, eso significaba que no era una de ellas. Le dio la vuelta buscándole el remitente y de ser posible sus ojos se abrieron un poco más.


—¿Esto es…?


—Ábrela. —No necesitó ninguna otra instrucción, con manos temblorosas rompió una de las esquinas procurando no dañar el contenido. Había un montón de hojas que nunca dicen nada relevante y luego…


“Estimada Señorita Chaves:
Por medio de la presente, nos es sumamente grato informarle que la novela escrita en conjunto con Pedro Alfonso, Evidencias, ha sido nominada por el comité ingles del Premio Nobel. En el cual muchas…”


—Ay ¡Santa mierda!


—Así es. —Ella no respiraba, las palabras aun seguían dando vueltas en su cabeza, ni siquiera había sido capaz de terminar de leer el primer párrafo. Pues temía de un momento a otro, perder el conocimiento. —¿Paula? ¿Estas ahí?


—Aguarda, solo permíteme…— ¿Qué le permitiera qué? ¿Morir? ¿Volver a nacer?


Ella estaba nominada al Premio Nobel, si cruzaba la calle y la arrollaba un automóvil, moriría como una leyenda. Bueno, ganar sería el sueño hecho realidad, pero una nominación era incluso igual de estupendo. Eso significaba que su escritura servía para algo, eso significaba que no apestaba tanto y eso significaba más ventas. Aunque, por supuesto no era la esencial, pero al demonio. Ahora tenía una nominación al Nobel en la bolsa, podía permitirse un poco de egocentrismo ¿cierto?


¿Y por qué les pregunto a ustedes? Ninguno tiene una nominación, pero ella sí.


—¡¡Soy tan malditamente afortunada!!


—Por supuesto, pero intenta no gritarlo en el auricular. —Ella rió apartando el aparato.


—Lo siento. —Abrazó la hoja y por puro instinto brincó como una niña sorprendida en su cumpleaños con un nuevo poni. La gloria tenía forma de papel y entonces al igual que un balde de agua fría en invierno, le cayó la primera línea de pensamiento disconforme. —¿Él lo sabe? —Silencio. — ¿Javier?


—Hablé con Pedro hace unos minutos, me dijo que la carta también llegó a su casa.


—Ah…—No supo que decir por un instante. —O sea que… ¿Está en su casa? —No le importaba, definitivamente no quería saberlo ¿Para qué lo había preguntado?


—Sí, regresó hace una semana.


—Por supuesto.


—Paula ¿Estas bien con esto?


—¿Yo?—Preguntó incrédula. —¿Por qué no estaría bien? Fuimos nominados, eso era lo que queríamos ¿cierto?


—Cierto. —Se aclaró la garganta, todo estaba en orden.


Sí, Pedro finalmente se había dignado a regresar a Inglaterra, pero eso no cambiaba nada. El libro estaba hecho y ellos no tenían motivos para verse, todo seguía el curso normal.


—¿Asistirá…?—Todo seguía su curso normal, todo seguía su… «¡Demonios!» Con una mano espantó una escurridiza lágrima de su mejilla ¿Qué tan patética podía ser? Lo bueno es que nadie podía verla.


—Lo hará y tu también ¿verdad? No hay nada que impida que pasen unas horas en un mismo salón.


—Claro, Javier, por mí no hay problema.


—Ese es el espíritu. —Su agente guardó silencio una vez más.


Paula pudo notar que a pesar de la euforia de tener a dos de sus escritores nominados a un Nobel, había algo que lo incomodaba. Lo mismo que la incomodaba a ella, lo mismo que tal vez incomodara a Pedro. ¿Quién sabe? Con él nada es lo que se supone debe ser.


—Gracias por todo, Javier.


—No te ponga sentimental, pequeña, aun tenemos que ganar.


—Por supuesto. —Sonrió.


—Mantente fuerte, Paula—Y con eso ultimo, colgó.


Ella llevó la carta apretada en sus manos, aun oyendo la voz de Javier en su cabeza. Fuerte. Algo que había aprendido en esos meses, era a ser fuerte. Podría soportarlo, es mas iba a soportarlo y a demostrarles a todo mundo en esa competencia que era una mujer orgullosa de sus tres I.


Independiente, inteligente e intrépida.


Sin importar qué, Paula iría preparada y por supuesto que sacaría sus mejores armas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario