miércoles, 10 de diciembre de 2014

CAPITULO 47




Ella lo notó sin duda lo había notado, Pedro no podía borrarse de la mente la expresión de su rostro cuando no le sonrió. Era un juego estúpido, era como una promesa muda en la que él dejaba claro sus intenciones de solo permanecer a su lado. En donde estipulaba que salía de la casa a fuerza, cuando bien preferiría quedarse allí y hacerle el amor. Era su juego, era su promesa y él acababa de romperla. Y ella… ella lo había notado.


Pero por más que quiso aparentar calma, no pudo atraparla por completo o siquiera mantenerla por mas tiempo. En lugar de verla y pensar toda clase de cosas sin fundamentos, había optado por salir a correr. Poner distancias y aclarar sus pensamientos.


Por un lado tenía a su culpable, Pedro suponía que con eso todo su mundo comenzaría a recobrar su calma habitual, pero ahora parecía que su universo se sacudía como en una maldita tormenta. No encontraba a qué aferrarse. ¿A Paula y sus muestras de afecto? ¿O a esa maldita sensación incomoda en su pecho?


No podía ser posible que desconfiara de ella, no de Paula. 


No cuando todo parecía estar bien, no cuando habían logrado concretar algo tangible. ¡No!


¿Por qué tenia que haber sido Leo? ¿Qué demonios ganaba él? Pedro no lo comprendía, pues viéndolo desde cualquier ángulo no había motivos que hicieran de Leo el culpable. Y aun así allí tenia su número telefónico, aun atestiguando su golpe, grabado en la piel de su muñeca.


Ella no tenia nada que ver, Paula no haría algo así.
Y tras convencerse de eso una maliciosa voz en su mente, le preguntaba: «¿Estas seguro? ¿Confías tanto en ella?»


Entonces todo se iba al diablo y repentinamente se encontraba con todas esas teorías viejas que lo atacaban por cada uno de sus flancos, ella se beneficiaba mas que nadie de eso, ella ganaba ventas, ella lograba que la mirada de todos se pusiera sobre su libro, ella era la hermana del hombre que lo había vendido.


«¿Dónde esta tu confianza ahora?» Lo peor era que no podía responderse esa interrogante. ¿Acaso no la quería lo suficiente cómo para ignorar ese detalle? «¿Una traición? ¿Ignorarías una traición» Y otra vez se encontraba sin argumentos para acallar a esa voz. Él no era la clase de persona que perdonara fácilmente, mucho menos de esos que vuelven el rostro sonríen y fingen que esta todo bien.


Pero ¿No era exactamente eso lo que hizo antes de huir? 


Pues básicamente había huido para no enfrentarla, para no tener que sumergirse en una conversación que muy probablemente le arrojaría respuesta que no deseaba. 


Había preferido sonreír y pretender, porque ojos que no ven…


—Pero yo sí veo…—murmuró para sí, en tanto que sus pies golpeaban el piso tratando de encontrar algo en ese camino interminable.


Correr siempre lo ayudaba a limpiar su mente, a aclarar sus dudas. En ese momento lo único que parecía estar haciendo por él, era apartarlo de su problema.


Leo y Paula.


Le valía una mierda Leo y de no ser por Paula, ya lo habría demandado. Pero demandar a su cuñado no seria lo mejor, incluso cuando aceptara el hecho de que Paula no había tenido nada que ver en todo aquello, Leo seguía siendo el hermano de su novia. Y seguramente a ella no le gustaría que se pusiera en su contra, en todo caso ese movimiento la pondría en la obligación de escoger un bando y a Pedro le fastidiaba saber que junto a León, él perdería.


¿Entonces cuales eran sus alternativas? Fingir y aprovechar lo que había ganado de todo aquello. Sí, quizás ahora ya no era un escritor anónimo pero bien, podía vivir con eso. 


Siempre que Paula se quedara a su lado, estaba dispuesto a ignorar la rabia que sentía bullendo hacia su cuñado y aceptaría lo que le había tocado. Después de todo, él ganaba más que nadie. Siempre y cuando las motivaciones de Paula, se debieran a Pedro y no a la fama que circundaba el ponerlo en evidencia.


Pero ella no lo había hecho, ella no tenia nada que ver. Se lo había dicho y Pedro le creía, todo eso era un sucio truco que Leo había planeado y ejecutado solo. Sin ayuda o conocimiento por parte de Paula ¿verdad?


Debía de ser de ese modo, porque a Pedro la segunda opción no le agradaba en lo más mínimo.






De regreso en la casa se detuvo un tiempo en la puerta, replanteándose su decisión. ¿Estaba haciendo lo correcto? 


Sí, eso ya no estaba a discusión Era lo que él quería y mientras eso fuese lo que ella quisiera, no habría problemas. No habría dudas o cuestionamiento. Pedro podía hacer eso, en realidad él lo haría. Ya no había necesidad de volver sobre ese punto, la decisión estaba tomada.


Ingresó con la idea de quitarse todas esas malas sensaciones, de la mejor manera que se le daba a los dos. 


Necesitaba perder la razón un momento, necesitaba estar con ella y asegurar que su relación no había cambiado, que podría enfrentarla sin temores de que pensamientos negativos lo atacaran. La buscó con la mirada por el sector de la sala, pero no la encontró junto al televisor sumergida en su juego de zombis como esperaba. Seguramente estaba tomando una ducha, una idea bastante divertida cruzó su mente y subió las escaleras de dos en dos, más que listo para ponerla en práctica. A Paula, no había nada que le gustara más que la acompañaran en un largo baño, ambos sumergidos en la generosa bañera de su padre. Una sonrisa de pura anticipación, apareció en sus labios.


Pero al llegar al segundo piso, se detuvo notando que la puerta de su cuarto estaba entreabierta y de su interior se podía estivar el sonido murmurante de una voz. Era ella.


Pequeña tramposa, estaba usando el teléfono cuando bien sabía que eso estaba prohibido. A no ser que estuviese hablando con Julieta o Javier, los cuales tenían ese leve privilegio por ser sus agentes. Cabía la posibilidad, no que a él lo hiciera muy feliz. Sabía que parte de Paula se contenía al tener que tratar con Julieta, no que la culpara pero esa era una sombra de su pasado que no podía borrar. Por mas que lo quisiera, la gente hacia tonterías. Lo malo es que su tontería hablaba con su novia siempre que le apeteciera y él no tenía ninguna clase de control sobre las cosas que le decía. Pues era obvio que de entre todos él no era la persona favorita de Julieta, pero qué va, no pretendía ganarse su amistad tampoco. En cuanto terminaran el libro, persuadiría a Paula de cambiar de agente. Tal vez Javier la tomara bajo su ala, si él se lo pedía amablemente o le daba un vino a cambio, el resultado valía la pena derrochar uno de sus mejores ejemplares. Pero eso sería una vez que se deshicieran del molesto contrato que acarreaban, ese contrato que a veces él creía de una forma bastante estúpida, era lo único que los mantenía unidos.


Aunque por supuesto, eso era una tontería que no tenía pies ni cabeza. Estaban juntos porque así lo querían ambos, no porque algo los estuviese obligando.


Sacudió la cabeza, asomándose con sigilo al cuarto. 


Esperaría a que colgara la llamada, para tomarla por sorpresa y secuestrarla unas horas en su bañera. El plan justo que la cansara lo suficiente, como para tenerla acurrucada a su lado en la noche, viendo una película o cansándola un poco mas. Todo era posible.


—Espera…—dijo Paula, anclándolo en su lugar.


Pedro contuvo el aliento y la vio pasar por delante de la ranura que había entre la puerta entornada y el marco. Ella no hablaba con él, se estaba dirigiendo a la persona del otro lado de la línea.


—Por supuesto que entiendo. —Hizo una pequeña pausa, aguardando la respuesta. —No, no me hace nada feliz. —En ese instante, su tono se había puesto algo más agudo. 


—¿Cómo quieres qué…?—No terminó de hablar, al parecer siendo interrumpida por su interlocutor. —¡No! ¡Maldición! —Pedro frunció el ceño, algo en su interior lo intentó jalar lejos de esa puerta, pero no pudo apartarse. 


Repentinamente solo tuvo voluntad para quedarse allí y averiguar la razón que ponía a Paula a maldecir.


—Leo, no puedo—Aquello fue decisivo, si le quedaban dudas sobre su proceder acababan de esfumarse. No se movería de ese punto, incluso tuvo la tentación de arrebatarle el auricular y gritarle algunas verdades a ese hijo de siete mil… —¡Tú no entiendes! No quiero hacerlo…
Paula gesticulaba con las manos, mientras se movía de un lado a otro haciéndolo que la perdiera de vista cuando se iba cerca de la ventana. Pedro podía abrir la puerta y dejarse de juegos, escuchar conversaciones ajenas estaba mal. Era lo primero que su padre le había enseñando teniendo cinco años de edad, pero ¿A dónde se habían ido todas esas lecciones de la infancia? ¿Por qué la espiaba de una forma tan lamentable? Se dio la vuelta, regresaría en unos minutos y con suerte ella ya estaría libre. Era lo correcto.


Pedro no se merece eso.


Y allí quedo su último retazo de decencia, al oír su nombre salir de sus labios, cualquier idea de caballerosidad huyó despavorida.


—No quiero mentirle, no es correcto…—Al parecer no solo él estaba luchando contra cuestiones morales. Pero ¿De qué modo Paula lo estaba engañando? ¿Sería posible que todas sus suposiciones hasta el momento infundadas, hubiesen hallado fundamento? —No…—Ella dejó ir un leve suspiro. —No te preocupes, yo no abriré la boca. No debes preocuparte por él…—Otro silencio. —Te he dicho que puedes confiar en mí, Pedro no sabrá nada. —Algo realmente detestable cruzó su mente y estuvo entonces seguro que oír detrás de las puertas, siempre era una mierda. Lo hiciera quien lo hiciera, uno terminaba escuchando aquello que prefería ignorar. —Lo juro…


Él tocó la puerta con una mano, cargó los pulmones de oxigeno pues de un momento a otro respirar se le había vuelto la tarea mas pesada del mundo. ¿También estaba dispuesto a dejar pasar eso? ¿A ese punto se rebajaría?


—No—Paula respondió por él.


Abrió la puerta encontrándola a ella de espaldas, el sonido repentino la tomó por sorpresa se volvió aun con el teléfono pegado a la oreja.


—¿Pedro…?—Le preguntó a sabiendas que su rostro lo decía todo. Ella negó lentamente y con un movimiento aventó el teléfono sobre la cama. —No es…


—Largo.


Pedro—Paula se acercó para intentar persuadirlo con sus mentiras o ¿Quién sabe? Lo único que pudo hacer él, fue darse la vuelta y salir de allí, presionando los puños tan fuertemente que arremeter contra una pared seria menos doloroso. Aun así él apenas fue consciente de eso, había otra sensación y ésta llenaba su mente de remordimientos. 


La voz regresó para reírse de él y sus estúpidas suposiciones, ella no lo haría, ella no le mentiría,ella no lo traicionaría. ¡Mentiras! Todo ella era una mentira. —¡Pedro espera!


—Lárgate de mi casa,Paula. —Se volvió para dirigirle las palabras mas claras que jamás hubiese querido pronunciar. 


—Cuando regrese te quiero muy lejos o yo mismo te sacare de aquí.


Sin detenerse a mirarla, se marchó. Traición debía ser sinónimo de estúpido, pues de esa forma se sentía y por primera vez no tenía idea como manejarlo.

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